Si bien el año empezó hace rato –tal como muestran los varios kilómetros que llevan ya recorridos los aspirantes a ocupar cualquier cargo en la grilla electoral que se avecina- para mí marzo siempre huele a inicio. Será por el bochinche en las escuelas, o por las actividades que van desplegando su colorido dentro de la agenda anual (en la que destaca el cada vez más nutrido grupo de citas médicas) o por la cercanía de la Pascua que invita a la reflexión y otorga la perspectiva necesaria como para pensar porque hacemos lo que hacemos, y elegimos los caminos que caminamos. El caso es que este año, si bien no puedo (ni quiero) dejar de esbozar con esperanza los próximos meses, mi mente se encuentra un poco aletargada, confusa, rezagada. Será por el calor que no afloja… o los cortes de luz que nos dejan sin aire fresco ni agua durante horas… o los números que no cierran cada vez que vamos al súper… o las expresiones desubicadas de nuestros líderes políticos… o quizás sea simplemente porque las situaciones que se repiten “ad infinitum” provocan una suerte de estado catártico del que resulta difícil salir. Con nula capacidad de asombro, los hechos (y las balas) nos pasan por el costado sin apenas alterarnos, mientras los días van colando su rutina en el fondo de nuestras almas colapsadas.
Parafraseando a Héctor Zinni, quien describió con maestría la ciudad prostibularia y mafiosa de principios del SXX, en el “Rosario de Satanás” de hoy se superponen terribles imágenes de niños asesinados junto a ingenuos dibujos infantiles que expresan tragedias, además de algún bizarro intento de fuga en helicóptero digno de la mejor zaga hollywoodense. Y, si bien las élites políticas evitan acercarse a la “cuestión rosarina” que huele feo y podría contagiarlos con su fetidez, el caso es que la situación excede largamente el ámbito de gestión y acción local para transformarse en un problema nacional con relevancia internacional. Y en ese sentido, quien no se cansa de afirmarlo es el intendente de la ciudad, Pablo Javkin, que por estos días estuvo diciendo que “a la Argentina se le está escapando la tortuga en la pelea contra el narcotráfico” y “acá no fabricamos droga, nos la meten. Mi rol es exigir que nos cuiden”, reclamando más presencia de la fuerza pública en las calles rosarinas y un mejor trabajo de inteligencia y control en las cárceles federales. El lado positivo de todo esto es que los escritores nos liberamos del deber de tener que bucear en las inciertas aguas de lo imaginario porque esta realidad no puede ser superada por ninguna ficción. Sólo es necesario que nos adentremos en la ciénaga de la eterna lucha por el poder para lograr un relato digno del mejor Camillieri.
Mientras nos entretenemos con nuestros dramas locales, en el resto del mundo también pasan cosas terribles. Por ejemplo, en estos días Paris –icono de la elegancia y el “savoir faire” mundial- amaneció cubierto por más de 5000 toneladas de basura acumuladas en sus calles debido al paro de recolectores que ya lleva siete días, en el marco del rechazo a la reforma del sistema de retiros impulsada por el presidente Emmanuel Macron. El proyecto, que busca llevar la edad de jubilación de 62 a 64 años para 2030 y adelanta a 2027 la exigencia de contar con 43 años de aportes para cobrar una pensión completa, ya cuenta con media sanción del Senado y debe ser votada en la Asamblea Nacional esta semana. Según los sondeos, dos de cada tres franceses se oponen al plan del Ejecutivo y el rechazo se plasmó en masivas protestas, como así también en huelgas en los transportes y el sector de la energía. Sin embargo, y a pesar de las resistencias del pueblo francés, el presidente Emmanuel Macron está decidido a seguir adelante, debido a que, según señaló “esta reforma es una necesidad perentoria para el financiamiento de nuestras pensiones y la estabilidad del país. Tenemos una sólida mayoría en el Congreso para sacar la cuestión adelante y elevar la edad jubilatoria”. El tema que tanto conflicto suscita en Francia puede leerse también como punta de lanza para el resto de las economías del planeta, jaqueadas por el aumento de la expectativa de vida y el incremento del empleo informal y el emprededurismo.
Pero, en el medio de tantas disonancias, una buena nueva se abre paso entre los sargazos noticiosos. En estos días se publicó un estudio revelando que Leonardo da Vinci, padre del Renacimiento italiano y célebre autor de “La Gioconda”, fue fruto de una relación ilegítima entre un rico notario de la República florentina y Caterina, “una mujer que había sido secuestrada en su país de origen, en las montañas del Cáucaso, vendida varias veces en Constantinopla y luego en Venecia, llegando finalmente a Florencia”, es decir, que la madre del mayor iluminado de todos los tiempos fue una esclava. El trabajo del académico Carlo Vecce, que lleva años rastreando la vida de Leonardo, arroja una nueva luz sobre el arquetipo de genio universal, que fue pintor, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Para llegar a esta conclusión Vecce ha recabado numerosos archivos, entre los cuales el más importante es un escrito de 1452 del padre de Leonardo, Pierre da Vinci, proclamando la emancipación de Catalina. El acta notarial -según destacó el catedrático- le permitió a ella “recuperar su libertad y su dignidad de ser humano”, asegurando también que las tribulaciones de la madre esclava y “migrante” de Leonardo repercutieron en la obra del genio, quien recibió de Catalina “el espíritu que inspira toda su labor científica y su trabajo intelectual”. Sin intención de romantizar demasiado pero tampoco sin poder disimular en mi cara una sonrisa al estilo Gioconda, resulta maravilloso comprobar que en los orígenes del mayor genio de todas las épocas se esconde una increíble historia de amor prohibido, una historia transgresora y apasionada que nos muestra como la vida se nutre de los claroscuros y crece en los resquicios.
Quizás por eso, este 2023 avanzado me sigue envolviendo con la poderosa y esperanzadora magia que traen los comienzos. En este marzo donde el otoño sigue sin asomar, me dispongo a creer nuevamente que sobre la grieta ideológica pueden crecer las flores del encuentro, y que las balas asesinas no podrán con la dominguera vocación rosarina de los picnics en el Parque Independencia, ni las caminatas al borde del Paraná. No podrán, lo sabemos… y si no, pregunten a Leonardo.