En los comics la kriptonita es un mineral verde que puede matar a Superman. Es la única debilidad del superhéroe: un pedazo de su tierra natal, el planeta Kripton, que explotó. Para el escritor Leonardo Oyola, los pinos de su barrio en Isidro Casanova, en el partido bonaerense de La Matanza, tienen ese verde. También lo encuentra en los ojos de una hermosa mina, de la que se enamora Nafta Super, el protagonista de su novela Kriptonita (2011), gracias a quien fue invitado a la convención internacional de historietas Crack Bang Boom en Rosario. Suena a paradoja que la debilidad del Hombre de Acero sea el superpoder de Oyola. Afectado por su versión de la kriptonita, el escritor vuela y visita escuelas secundarias, universidades y unidades penitenciarias. No para de sorprenderse de cómo su novela afecta en cada ámbito. Incluso, por estas horas se está editando una adaptación cinematográfica, en la participó. En diálogo con El Ciudadano, Oyola se refirió a la literatura y el oficio de escribir, que para él nació entre la televisión y las publicaciones “pulp”, ediciones baratas con relatos policiales y de ciencia ficción.
—¿Qué rescata del género “pulp”?
—Más allá de los estereotipos me parece una literatura muy honesta. Se propone narrar y es entretenida. Deja de ser informativo como las secciones policiales o históricas de un diario. Tiene el poder de linkearnos con temas universales: la avaricia, los celos y el tema de polleras, que siempre termina mal y genera historias. No me tiembla el pulso en comprar ediciones muy caras, de las que estoy orgulloso de tener. Pero es una tristeza saber que para leer un autor como Graham Masterton (creador de El hijo de la bestia: y otros relatos de terror y sexo extravagante) te sale 500 mangos. Mucha gente podría acceder a esa obra con otro formato. Me enganché con los pulp a los 20 años cuando viajaba a Capital Federal. En las librerías de saldos estaban los policiales clásicos (Dashiell Hammett y Raymond Chandler), pero lo que más me gustaba era ese tipo de portadas, en las que se destacaba lo icónico. Los gangsters tenían rasgos de Humphrey Bogart, como las películas que veía a la madrugada.
—¿Parte de películas o historietas para escribir?
—Sí. Previo a lanzarme con la novela. Abrís el radar y entrás a buscar de todo. Después empiezo a segmentar y, salvo que tenga algún problema con algún capítulo y alguien me tire un centro, mientras escribo no incorporo. Es un lugar seguro recolectar el material, hacer la tarea. Pero te tenés que sentar al Word (procesador de texto). Es una trampa el asunto de la investigación. Es relindo cuando empezás a acumular y te convertís en un experto en el tema. La escritura tiene su momento de insatisfacción, que es de terror.
—Su obras tienen mucho de cinematográfico, en particular “Hacé que la noche venga” y “Siete y el tigre harapiento”. Pero no le propusieron hacer una película hasta “Kriptonita”. ¿Escribe pensando también en la matriz de cine?
—Hacé que… y Siete y el… son relatos de época (principios del siglo XX) y era muy cara la reconstrucción. Ambas, junto con Chamamé, son las que laburé con el maestro (Alberto) Laiseca. Tuve toda la suerte del mundo de encontrarlo en un momento súper luminoso. Él tiene un realismo delirante y su búsqueda va para otro lado. Laiseca es un tipo que le dio la vida a la literatura de género. Nos poníamos a hablar de cine o literatura pulp cuando estaba escribiendo. Para nosotros nunca fue mala palabra “lo bizarro”, pero tampoco queríamos ser abanderados. Un género más, como me dijo Lai; lo que más permite es la elasticidad. Muchos piensan que el género es estricto. El género permite ser híbrido, se puede coquetear con lo fantástico o el terror. Pero la columna vertebral va a ser el policial, en mi caso. Laiseca estimulaba la imaginación, el quilombo y la apuesta. También era el primero que ponía un freno con lo verosímil.
—En “Kriptonita”, al igual que sus textos anteriores, usa referencias de la cultura popular, en este caso, los superhéroes al servicio de contar realidades difíciles como la interna de una barra brava, la delincuencia y la Policía y hasta la cuestión de género en un barrio. ¿Es algo premeditado?
—No. Me concentro en la historia. La meta es terminar la novela, soy muy básico. Me pongo a escribir y pruebo qué funciona. Me encanta cuando me invitan a leer en vivo. Ver cómo funciona te permite darte cuenta qué funciona y corregís. Lo bueno de los libros es la amplia gama de lectores. Kriptonita me lleva a muchos lados. Puedo venir a una convención de historietas o ir a una secundaria, una universidad o una unidad penitenciaria. El lector conecta de distintos modos. Me ha pasado con otras novelas. Está bárbaro escuchar. Es un motor para seguir.
—Señala que “Kriptonita” es muy autobiográfica. Entonces la novela tiene un mensaje oscuro: lo que nos puede matar es el lugar de donde venimos. ¿Cómo llegó a esa idea sobre su barrio?
—No era muy conciente cuando lo empecé a escribir y me vino el título. Mi vieja siempre fue un amor con mi hermano y conmigo. Me chocaba que desde muy borrego nos dijera: “Se tienen que ir de acá”. Lo de Superman siempre me llamó la atención. Es indestructible y una mierda de color verde lo hace cagar porque viene de su tierra natal. Mi Superman no volaba porque se había quedado haciendo esquina en Casanova. Siempre me gustó escribir escenas con baile. Cuando escribo la escena de la piba de ojos verdes Stella Artois sentí que había dejado retratado a mi barrio. Si bien tenía que estar la historia del quilombo entre bandas, quería que estuviera el Casanova que más quise, el del “dancing”. Me parece muy luminoso tirar unos pasos y compartir la noche de esa manera con la gente.
—Superman es un alienígena. Es el paradigma del inmigrante sin tierra. ¿Usted se siente inmigrante en el conurbano?
—No. Tengo a mis viejos y a mi hermano y vuelvo constantemente a los pinos de Casanova. Quiera o no, siempre voy a ser de allá. Tengo claro que no voy a vivir allá. Soy un tipo muy feliz desde que me dedico a leer y a escribir, y sería difícil hacerlo allá. Todo pasa por Capital Federal.
La película de nafta súper que llega a los cines a principios de año
La adaptación a cine de la novela Kryptonita fue rodada entre mayo y junio. Dirigida por Nicanor Loreti, lo tuvo a Oyola como consultor, cargo que resultó de sus visitas al set de filmación. El film, que en la actualidad está en etapa de edición, tiene fecha de estreno el 7 de enero de 2016.
—¿Qué sensaciones te trajiste del rodaje de Kriptonita?
—Uno piensa que el cine argentino está hecho con dos pesos, todo atado con alambre, pero no es así. Está muy bien sindicalizado y hay muy buenos profesionales. Se puede. El asunto es ver qué historias contar. La cuota de pantalla no tiene nada que hacer con un tanque hollywoodense. Nicanor me contactó a los cuatro meses que salió el libro. Si la hubiera comprado un productor grande hubiera modificado el texto. Se iba a meter una productora de afuera. Iban a poner buena plata pero decían que ni a palo podíamos hacer una historia en primer plano donde los héroes son delincuentes. Proponían que fuera una pelea entre dos bandas de cumbia. Le habría sacado el corazón a la historia. Como lo hizo Nicanor es lo más fiel a lo que escribí.
La agenda
Hoy la Crack Bang Boom comenzará a las 11 con una clínica a cargo de Oyola sobre literatura pulp en el Centro Cultural Fontanarrosa (San Martín y San Juan). En el CEC habrá talleres de comic para niños, de escultura, de ilustración y la presentación de publicaciones. Entre las más importantes, la antología Informe. Historieta argentina del siglo XXI de la Editorial Municipal.
En tanto, mañana desde las 10 habrá un desfile de personajes emblemáticos de la saga Star Wars y actividades similares a las de hoy en el Centro de Expresiones Contemporánea (CEC). Por la tarde el plato fuerte será el tradicional concurso de Cosplay, desfile donde un jurado elige la mejor caracterización de un personaje de ficción. Luego se hará el cierre de la convención.