Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
“La variante Ómicron se multiplica en garganta y pulmones unas setenta veces más rápido que el virus original y la cepa Delta, según las últimas investigaciones”. El ominoso titular tiene todas las condiciones para ser catalogado como una expresión más de periodismo burdo y amarillista, el tipo de líneas que, con la intención de golpear al lector, se lanzan con la fuerza de un misil apuntando directo al estómago. Sin embargo, en esta ocasión reflejan sólo la pura verdad, sin exageraciones ni argucias editoriales. El peor escenario ya está aquí y huele a fracaso. Todas las advertencias fueron desoídas. Los gobiernos del mundo se mostraron incapaces para resistir el avance de los poderosos intereses de las farmacéuticas y fueron ineficaces en la elaboración de estrategias de colaboración conjunta que, en dos años, hubieran significado un real avance en la lucha contra la pandemia y quizás su resolución. El resultado está a la vista. Un virus que no para de mutar, se enseñorea allí donde encuentra menos resistencia y multiplica su poder hasta límites insospechados.
En este contexto, las noticias son cada vez peores. El portal Euronews informó en estos días que el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades advirtió a los gobiernos que la vacunación no basta y deben tomarse medidas más estrictas de cara a las fiestas navideñas. Además reclamó una mayor protección a la población más vulnerable durante los próximos meses. “En la actual situación, la vacunación por sí sola no nos permitirá evitar el impacto de la variante Ómicron porque no habrá tiempo de reducir la brecha que todavía existe” (entre vacunados y no vacunados), declaró Andrea Ammon, directora de la institución. En el Reino Unido, los casos de covid han batido otro récord, con más de 78.600 nuevos contagios en una sola jornada. A pesar de ello el primer ministro Boris Johnson sigue creyendo que la campaña de inmunización es un éxito. “Desde que lanzamos nuestra llamada de emergencia sobre la variante Ómicron, ha comenzado un gran contraataque nacional. La gente ha respondido con un increíble espíritu del deber y de obligación frente a los demás. Quiero decir que todos y cada uno de ustedes que se arremangan para ser vacunados están ayudando a este esfuerzo nacional”, indicó el funcionario. En la misma línea de desastres anunciados Polonia registró en sólo 24 horas 669 decesos, el número de fallecimientos por covid más alto desde abril. Las autoridades respondieron con mayores restricciones: han reducido de un 50% a un 30% el porcentaje de personas no vacunadas en restaurantes, hoteles y teatros, y han cerrado discotecas y locales nocturnos, que podrán abrir en Nochebuena pero admitiendo solo un máximo de cien asistentes.
Como si fuera una broma cruel, el nuevo repunte de contagios coincide con el incremento de las manifestaciones contra la vacunación obligatoria que recorren Europa y gran parte del mundo occidental. Resulta llamativo que la gente no decidiera manifestarse de la misma manera ante las restricciones a la circulación y el desprecio por las libertades individuales ocurridas luego de los atentados terroristas a las Torres Gemelas del 11/09. En ese momento, cualquier elemento sospechoso olvidado distraídamente en el fondo de una cartera durante la rutinaria revisión de un aeropuerto (como una lima de uñas de plástico, por ejemplo) podía transformarnos en sospechosos de integrar alguna célula terrorista y era suficiente para justificar el agresivo cacheo del guardia de turno. Tropas uniformadas portando pesadas armas de guerra intimidaban con su presencia y actitud a los paseantes en el centro de París luego de los atentados de 2015, y a nadie se le ocurría protestar por la amenaza latente que implicaba la militarización de las calles parisinas. ¿Será porque el “enemigo” era consistente y en apariencia más real (aunque no más letal) que un virus invisible? ¿O será que en esas ocasiones, si bien era necesario soportar la humillación de ver invadido el espacio personal con ostentosas muestras de poder, no estaba en juego la libertad más importante para el ser humano del tercer milenio, la libertad de consumir?
De cualquier manera, en la gestión de esta pandemia que ya ha generado millones de muertos y dos largos años de vidas alteradas, hemos visto mucho más que espíritus negacionistas e irracionales participando de protestas callejeras. También hemos sido testigos de la ceguera y la reticencia de los líderes mundiales para abordar respuestas colectivas, y en esa mediocridad fundacional (porque, ¿en quién podremos confiar si no podemos hacerlo en los responsables de guiar nuestros destinos?) se pueden encontrar las causas del desquicio actual, tal como explica la agencia Télam con la inobjetable contundencia de otro título catástrofe: “Las vacunas funcionan, pero su acopio y monopolización impiden decretar el fin de la pandemia”. En las primeras líneas, la autora del artículo, Camil Straschnoy, asevera que “la administración masiva de vacunas contra el covid-19 permitió en 2021 una reanudación de gran parte de la actividad económica y social paralizada en 2020, pero su distribución desigual y las restricciones en su producción por las patentes amenazan con perpetuar la presencia de un virus que sigue generando casos, muertes y muta en variantes (cada vez) más contagiosas”. Y luego agrega: “En los países de ingresos altos y medio-altos se administraron unas 156 inoculaciones cada 100 personas, número que baja a 77 en los de ingresos medios-bajos y a 9 entre los más pobres, de acuerdo al monitoreo que realiza la Universidad de Oxford. Mientras las naciones con más stock ya implementan una tercera dosis de refuerzo y analizan una cuarta, al ritmo actual África alcanzaría la meta del 70% de su población inmunizada, fundamental para controlar la pandemia, recién a mitad de 2024”.
Quizás hayan notado que esta crónica destila más amargura que las precedentes. Y sí, es cierto, debo confesar que la escribí sumida en el dolor y la impotencia por haber contraído covid días atrás. Y esta vez, tengo sobradas razones para el enojo. Porque en el concierto de ocasiones plausibles para el contagio, resultaron elegidas por el cruel destino las fiestas navideñas más esperadas de los últimos dos años. Porque en enero nace mi nieto parisino y no sé si voy a poder viajar para conocerlo. Porque esta es la crónica 92 y los números siguen creciendo sin que se pueda avizorar el final… Porque a mí también me ha ganado el cansancio. En esta Navidad sin brillos, no me dejaré arrullar por villancicos ni compartiré la mesa con hijos y nietos, pero en las sombras de la noche, lo prometo, levantaré mi copa para brindar, como tantos, por el fin de la pandemia. El milagro de Navidad más esperado.