Muy pocas personas son indiscutibles. Son escasos aquellos que cuentan con el orgullo de saber que su andar en la vida generó unanimidad, respeto, cariño y admiración. Y Osvaldo Palo Maya es uno de ellos.
Uno de los grandes maestros del básquet rosarino fue el centro de atención de una noche única en la historia de Libertad, en la que se festejó la reinauguración del gimnasio principal con el flamante piso de madera que ilumina la planta superior de la pujante institución de barrio Azcuénaga.
Es que desde hacía unos días había un rumor fuerte en el Celeste, el de una sorpresa que llegaría luego del tradicional corte de cinta encabezado por la presi Gabriela Kaplan y la comisión, y también después de la exhibición de básquet y vóley de los chicos y chicas del club.
Y cuando la lona cayó desde lo alto de la pared y dejó en descubierto el mensaje anhelado, la devolución fue enorme, merecida, y auténtica, sentida, generada simplemente por el amor. Es que sobre los ventanales, al lado del tablero electrónico, por encima del escudo del club, y con el azul intenso para ganarle atención a la pared blanca, las letras se unieron para leer “Estadio Osvaldo Palo Maya”.
Nunca existió un reconocimiento tan justo, tan merecido, tan indiscutible y esperado. Y Palo, que tiene a la humildad como una de sus tantas virtudes, lloró de emoción y se refugió en sus amores, en Lucas, Romi y Vani, en los pequeños Joaquín y Felipe. Y claro, en el recuerdo de Lidia.
Palo seguirá caminando esa cancha, brindando enseñanzas sobre el nuevo piso, pero también lo hará en los de mosaico, porque la transferencia de conocimiento no discrimina superficies. Y los chicos y chicas se divertirán mientras crecen para ser jugadores o lo que quieran ser. Pero todos sin excepción recordarán a Osvaldo Maya, ese que tiene un estadio con su nombre.