La fiebre mundialista tiene también su correlato en las librerías con la aparición de Historias insólitas de los mundiales de fútbol, una obra del periodista Luciano Wernicke que ilustra con anécdotas cómo el fútbol funciona como marca de identidad de una sociedad.
“Esa cosa estúpida de ingleses… un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”, intentó banalizarlo Jorge Luis Borges, quien nunca entendió una disciplina que mantiene en vilo a los argentinos que sueñan con las gambetas de Lionel Messi, uno de los emblemas del Mundial que mostrará su destreza hoy en Sudáfrica.
Historias insólitas…, editado por el sello Planeta, apela a la anécdota amable para radiografiar lo que condensa el fútbol más allá de lo estrictamente deportivo: el “desdibujamiento” de la cordura cuando manda la pasión del hincha, la alineación grupal detrás de un objetivo común o las estrategias políticas para camuflar el horror de una dictadura, entre otros aspectos.
“Te puede gustar o no el fútbol pero cada vez que arranca un Mundial se vuelve excluyente en la agenda de la sociedad y abarca a un público que no necesariamente es seguidor de fútbol. Esto habla de su alcance cultural más allá de lo deportivo”, dijo Wernicke en una entrevista con Télam.
“La idea del libro era repasar la historia de los mundiales y al mismo tiempo incluir una perspectiva que no quedara acotada a lo que sucede en el campo de juego. Está la anécdota de un albanés que apostó a la esposa en un partido que jugó la Argentina en 1994 o un suizo que se fue caminando desde su país hasta Inglaterra para alentar a su equipo en el Mundial de 1966”, precisó.
También hay alusiones a la alimentación de los jugadores, agregó Wernicke, porque eso tiene que ver con la cultura de cada país. “En 1974, los jugadores de Zaire llevaron en su equipaje monos muertos junto con los botines y las camisetas porque eran su plato favorito. El personal del aeropuerto no podía creer lo que veía”.
En la obra no hay datos estadísticos ni cronologías pero sí decenas de pequeños relatos –organizados por año y sede– que se detienen en imprevistos ocurridos tanto en el campo de juego, las tribunas o las concentraciones como lejos de los estadios: todos tienen como denominador común el fervor por el fútbol.
Autor de algunas antologías dedicadas al deporte, Wernicke cuenta la historia de varios jugadores que se negaron a abandonar la cancha a pesar de tener un hueso fracturado, o la anécdota de un delantero que siguió jugando tras sufrir un infarto en el partido o de un zaguero asesinado por defender su honestidad luego de haber cometido el pecado de marcar un gol en contra, entre otras.
¿El fútbol exacerba las pasiones o refleja lo que ya está dando vueltas en la sociedad? “A veces se lo estigmatiza, pero lo único que hace en ese sentido es recalentar el estado de ánimo de la gente: el que está triste por una cuestión personal se va a poner más triste si su equipo pierde y probablemente descargue toda su bronca de otros ámbitos en una cancha de fútbol”, indicó.
“No obstante, hay una violencia asociada al fútbol pero que muchas veces es promovida por el Estado –apuntó–, como en el caso de Benito Mussolini en 1934 o de la Junta Militar en 1978, que pretendieron utilizar el Mundial como propaganda para tapar en el caso de la Argentina la cuestión de los desaparecidos”.
“El Mundial disputado en el 78 se utilizó para mostrar una imagen distinta del país: de golpe desaparecieron los mendigos, que fueron expulsados de la ciudad para que los turistas y la televisión extranjera no los registrara. Lo más grave, sin embargo, fue lo que ocurría a pocas cuadras de la cancha de River, donde era torturada la gente en la Escuela de Mecánica de la Armada”, acotó.
Wernicke sostiene que más allá de algunos partidos presuntamente manipulados –como el 6 a 0 de la selección argentina frente a la de Perú–, el combinado nacional tuvo méritos deportivos suficientes como para brillar más allá de los manejos políticos.
“Se puede hacer un pequeña separación. Argentina fue designada sede mucho antes de que asumiera la Junta Militar, por lo que en ese campo no se puede hablar de manipulación o digitación. Por otro lado, tiene que haber una base de buen fútbol: se puede sobornar, pero la pelota hay que meterla”, enfatizó Wernicke.
“Está demostrado que si ponés a 11 pataduras no vas a ganar un Mundial. Te puede ayudar un poquito el árbitro y se puede comprar incluso algún rival, pero a la vez es todo muy difícil porque para 1978 ya existía la televisión a color y los partidos iban en directo a todo el mundo”, apuntó.
El autor también se detiene en las alternativas del Mundial de 1982, disputado en España mientras se dirimía la guerra de Malvinas: “Es terrible que mientras Argentina e Inglaterra se estaban matando en un lugar del mundo, el Mundial se jugara sin que pasara nada. Fue la única vez que dos países que participaban de un Mundial, al mismo tiempo, estuvieran enfrentados en un conflicto bélico”.
“Argentina se rindió frente a las Fuerzas Armadas británicas en Malvinas el día posterior a la derrota de la selección con Bélgica, que fue el partido debut del Mundial. Los militares esperaron este partido y como Argentina perdió ya no tenían cómo sostenerlo y tuvieron que rendirse”, recordó.
“¿Si Argentina hubiera salido campeón, qué hubiera pasado? ¿Se hubiera extendido la guerra? Imagino que el mensaje hubiera sido: ganamos el fútbol. Ahora terminemos de ganar la guerra. En 1986 los argentinos de alguna manera vivimos el triunfo sobre Inglaterra como una revancha por lo de Malvinas. Esos dos goles de Maradona se siguen comparando con la guerra”, evocó el periodista Luciano Wernicke.