El teatro El Círculo no se llenó como otras veces, pero la gente que fue el jueves a ver a la cantante mexicana Lila Downs se predispuso a un goce de características singulares. Es que el carisma de Downs ejerce una atracción poderosa, tanto como lo son sus registros agudos que alcanzan picos de suma intensidad y luego planean vertiginosamente para aterrizar en un franco contralto. Y como también lo ejerce la puesta toda, no porque luzca un atinado set lumínico ni porque las imágenes de la proyección en el fondo del escenario se correspondan en un dechado imaginativo con aquello que tiene lugar en las canciones, sino porque algo de magia musical, de transmisión sensible, ocurre durante sus conciertos.
La mexicana vino a presentar Salón, lágrimas y deseo acompañada por su gran banda, que incluye set de vientos, un par de guitarras, violín, percusión y caja, acordeón y cavaquinho, este último tocado por ella con mucha garra y simpleza. La definida por la crítica internacional como la intérprete mexicana más icónica, cuenta con 11 discos que le permitieron andar un camino musical anclado en lo ideológico y en la inclusión de géneros como prueba de que en la diversidad es donde mejor se expone la identidad. Porque Down no deja de lado ni por un instante su magnificencia mexicana, sus trajes autóctonos, sus espléndidos rebozos, que va cambiando en cada canción a la vez que nombra su origen, sus bailecitos que remedan también los de las zonas de donde toma algunas canciones y su voz de denuncia de muchos de los males que vive su país y, no se le escapa y lo enuncia repetidamente, el resto de Latinoamérica. Pero en este concierto la cantante y compositora volvió repetidamente a la historia de su México, lo hizo con “Son de Juárez”, un tema –compuesto luego de vaciar una botella de mezcal, según confesó– que le dedica a Benito Juárez, primer presidente indígena de toda América, donde menciona hasta sus profundas leyes de reforma agraria; también con “Peligrosa”, una suerte de blues, en la que canta la historia de una mujer intrépida, bella y caprichosa, que no sabe lo que siente por su amante pero está segura de quererlo todo con él. Y lo hace desde el lugar donde la mujer decide, por fuera de cualquier urgencia del hombre. Un poco después deslizó que las mujeres chicanas siempre fueron una torre de apoyo para ella porque portan una fuerza enorme. Y allí nomás cantó “Ser Paloma”, cuya lírica reivindica que pese a que muchos hombres quieren “desaparecer” a la mujer, ella siempre vuelve, siempre está respirando “su propia vida”.
Vino luego una especie de guaracha con cuerpo de baile incluido y ella con su güiro y su intensa cadencia corporal festejó la danza.
Además de las canciones, profusamente coloridas, los shows de Downs producen un fuerte impacto visual, donde el despliegue de la cantante cautiva la atención no sólo desde la abundancia musical sino por su prosapia social, que cita tanto el desencanto con el México actual como las políticas del odio que practica el actual presidente norteamericano contra los inmigrantes en general y los latinos en particular. Pero a ello, dijo, “le oponemos nuestra dignidad
Así siguieron una exquisita versión de “Cucurrucucú Paloma”, que Downs corrió de su estilo huapango tradicional con acordes emparentados con el jazz y un fraseo potente de saxo tenor. A modo de un duelo que la misma cantante incitó, el acordeonista de origen texano y el trompetista mexicano “payaron” con sus instrumentos y no se privaron de hacer sonar versiones de “La cumparsita” y “El choclo”. Siguieron el bolero “Urge”; la hermosa “Un mundo raro”, del insigne José Alfredo Jiménez; el muy seductor “Palabra de mujer”, de Agustín Lara, demostración cabal del arco ecléctico de Downs, que incluye frases en lenguas de las culturas indígenas.
El lugar de la mujer, su empoderamiento, las etnias indígenas y sus luchas, la universalidad del amor y el desamor, el sufrimiento y el llanto como emociones demasiado humanas, caben en las alusiones musicales y líricas de Lila Downs y conforman ese entramado de canciones, las propias y las que interpreta, con el que sutil, directa y muy rítmicamente –blues, cumbia, danzón, y baladas incluidas– interpela al mundo y a sus propias emociones.