Desconozco si en aquel polémico instructivo de la AFA destinado a viajeros al Mundial que ofrecía tips para conquistar rubias figuraba el tema que abordaremos hoy. No se trata de algo estrictamente futbolístico, pero sí de repentina actualidad en esta Argentina eliminada, donde la pelota ya no importa y para el común de los mortales no queda otra que volver a lidiar con los duros y a veces bizarros asuntos cotidianos.
La cuestión es que entre las consultas sobre usos y costumbres rusas que oportunamente he recibido de parte de amigos con un pie en el avión (perdón, conocidos, sabrán que como ex agente secreto de la KGB jamás me he permitido ni me ha interesado incursionar en ese estúpida farsa de la amistad) estuvo el aspecto de las propinas, ahora instalado increíblemente en la agenda política nacional por Elisa Carrió como nueva variable de salvación en la economía capitalista periférica y neoliberal. ¿Existen en Rusia… hay que ponerse o se puede zafar?, preguntaban muchos viajeros, cuidadosos de su billetera.
A todo ellos les expliqué que sí, que por desgracia, en los pagos de Putin hoy por hoy rigen en la materia los mismos vicios que aquí: en bares y restoranes, mozos y mozas esperan entre un 5 y un 10% de lo consumido como retribución extra, bajo riesgo de botellazo de vodka en la cabeza para quien se hace el sota. En los hoteles, los botones siempre ven con agrado un puñado de monedas, y los taxistas en general te las deben –exactamente igual que aquí– si el pasajero espera en vano el vuelto chico.
Y dije “por desgracia” porque es oportuno aclarar que en aquellos tiempos que añoro, los de la URSS y el comunismo duro de paladar negro, la propina estaba estrictamente prohibida, por más que lógicas cuestiones. De hecho, creo estar seguro de que esta suerte de dádiva o plus a voluntad jamás fue siquiera rozada por Marx en sus categorías de análisis sobre la dinámica del capitalismo, el valor del trabajo, la explotación, el salario, la plusvalía, la revolución del proletariado y el planeta rojo.
En fin, así como hasta desde el Vaticano se han reconocido “semillas de verdad” en el comunismo, nadie en su sano juicio podría reconocer algún atisbo de racionalidad en las desquiciadas recetas económicas de la diputada chaqueña, pero ya que estamos igualmente merecería que se le propine algo.