Pau Turina / Especial para El Ciudadano
Laura Rossi nació en San Miguel, Buenos Aires, en 1980. Es licenciada en letras y trabajó como docente en escuelas de la provincia de Buenos Aires. Desde 2009 vive en Rosario. Su primera novela, Suturas, fue finalista del Premio Clarín Novela en 2011, y en 2012 lo fue la siguiente, Baldías. Su tercera novela, Llegaría el silencio, fue publicada por Río Ancho en mayo de 2014. En 2017 publicó con Editorial Biblioteca Vigil, Los bordes del cielo. Resultó finalista por cuarta vez del Premio Clarín de Novela con Sombras chinas en 2018. Publicó luego Los tunos, los tarkos y los tercos. Y participó en 19, una cartografía de Santa Fe un texto colectivo de relatos. Da clínicas de narrativa y coordina un taller de escritura en la Biblioteca Popular Alfonsina Storni, y en el mismo lugar organiza un ciclo para visibilizar a escritores y escritoras que se dedican al género de novela negra en la ciudad.
Temas que inquietaban
Rossi cuenta que su papá era muy lector y que había muchos libros en su casa. Aprendió a leer a los seis años y desde que aprendió nunca paró. Es una lectora voraz. “En tercer grado, con la señorita Susana, hicimos nuestro propio libro, no sólo lo escribimos, sino que lo dibujamos. La verdad que me acuerdo de la experiencia pero no del contenido. Ahora mi mamá lo encontró y era la historia de un asesinato. Se ve que había algo de esos temas que ya me inquietaban”, dice.
Escribir a escondidas
Cuando tuvo que decidir una carrera universitaria, se anotó en Letras, aunque no tiene idea por qué decidió estudiar eso, como si ni siquiera lo hubiera pensado. De hecho, su papá era médico y todos pensaban que seguiría esa carrera. “Lo que te pasa con la carrera de Letras es que leés a tantos autores y tan buenos que te preguntás: «¿Qué voy a escribir yo?», aunque es verdad que seguís escribiendo a escondidas”, menciona. A escondidas porque a diferencia de su experiencia en la secundaria, donde compartía lo que escribía y donde ganaba los concursos literarios, en el ambiente universitario no mostraba lo que escribía. Dice que tampoco le gusta la cuestión del “renegado” con la carrera de Letras. “Yo leo o puedo saber cómo leo, y pensar como pienso porque estudié esa carrera. Creo que no es ni mejor ni peor. Sino que uno construye una mirada a raíz de lo que estudió”, señala.
Mujeres calcinadas
En ese tiempo escribía poesía, y de hecho, el primer taller que realiza en Rosario es con el poeta Tomás Boasso. En esos momentos no se le ocurría que podía escribir otra cosa que no fuera poesía. Llegó a la ciudad hace diez años, en talleres y clínicas fue conociendo a los escritores y escritoras de la ciudad. Y comenzó a escribir narrativa. Rossi escribe novelas negras, aunque cree que los géneros encasillan. “Sé que escribo literatura negra, pero me pasó con la novela Baldías, que en el momento que queda finalista del Premio Clarín es la escritora y amiga Vero Laurino la que me hace ver que era un policial. En un primer momento no pensé que era un policial, sólo tuve la idea: aparecen cuatro mujeres calcinadas en un terreno baldío, y con ese disparador la escribí. En ese momento comenzaron a conocerse los femicidios en los que las mujeres eran prendidas fuego, como el caso de Wanda Tadei. Pero no me senté y pensé que iba a escribir un policial”.
El cortocircuito
A Rossi hay temas y noticias que la perturban, y la forma que encuentra para tratarlas encaja en lo que hoy se denomina el género negro. En Baldías habla sobre violencia de género, y en su novela posterior, Los bordes del cielo, toca el tema de un femicidio, y la indiferencia de todo un pueblo ante el hecho. “Con Baldías se hablaba pero no era una cuestión masiva como lo es ahora. No me dije: «Voy a escribir una novela sobre la violencia de género». Ni siquiera lo pensé en esos términos. Hoy no puedo decir lo mismo. Hay algo de la realidad que más allá de que sea insoportable, me produce un tipo de cortocircuito, no lo puedo digerir. Algunos me dirán «Bueno, andá a terapia». Y yo siento que no me alcanza, necesito verlo funcionar en otro lugar. Si aprovechás esa piedra que no te deja dormir y la ponés a funcionar en otro lugar, vas a ver cosas que antes no viste”, cuenta la escritora.
Feminismo implícito
Primero surgen las imágenes, después las ideas sueltas que finalmente un día le hacen un click, momento en el que cierra la historia en su cabeza. Recién es ahí cuando se sienta a escribir. En sus novelas hay una mirada feminista pero no de una manera explícita. En relación a esto, Rossi señala: “Me parece que la literatura no se tiene que casar con nadie. Creo que la literatura es política, lo que me parece es que no puede ser partidaria, que no debería ser panfletaria. No quiero decirle al lector lo que tiene que pensar. Incluso, con Baldías me llevó todo un trabajo, porque no pensé directamente en feminismo cuando la escribí. Incluso hice un trabajo para no usar adjetivos, porque está contada desde la perspectiva de los asesinos. Y es obvio que son monstruos, pero no quería que el narrador se escapara y te lo dijera. Tenía que ser de la manera más aséptica posible. A mí me parece, que vos ves el feminismo porque es cierto que soy feminista y tengo una mirada en ese sentido, pero en las novelas no se ve de manera explícita”.
Importancia de la frase
En la escritura trabaja de manera ardua con la corrección de los textos. Cree que termina escribiendo también cuando corrige. Piensa que los que escriben no tienen un don sino que le destinan tiempo y dedicación para lograr un buen texto. “Primero lo escribís, lo imprimís, y el trabajo artesanal es sobre la corrección. Estar horas con una frase que no te cierra. Una podría pensar que una frase en 150 páginas no importa, y sí, importa. Importa cada frase de cada párrafo”, menciona.
Lo que no entra en la cabeza
Su novela Los bordes del cielo, surgió como un desprendimiento de su novela anterior editada por el sello Río Ancho, Llegaría el silencio. “La novela se me ocurrió cuando pasó el caso de María Cash, son esas cosas que no te entran en la cabeza, esa llegada de la chica que no habla y que construyo como personaje, sucedía en el mismo lugar, Olivares. Pero en ese momento había nacido mi hija, estaba en pleno puerperio, y no quería escribirla, porque no me quería meter en ese mundo tan oscuro. Luché un montón de semanas pero al final la terminé escribiendo y de un tirón, y la verdad es que no la pasé bien escribiéndola”, confiesa.
Escribir es difícil
En cuanto al hecho de haber sido finalista cuatro veces del Premio Clarín, cree que en realidad hay un mito alrededor del “éxito” que traen los premios. “Se cree que si quedaste entre los diez finalistas del Premio Clarín vas a tener una editorial pidiéndote tu novela para editarla y eso no pasa. Está buenísimo para una misma que entre 500 y 600 novelas se hayan seleccionado diez y que la tuya esté. Y que eso pase cuatro veces, es bastante fuerte, pero después depende sólo de que te muevas, y muchas veces es un trabajo más, y entre la familia, los amigos y escribir, es difícil”, concluye.