La edición de planeta, «con la intención de optimizar su calidad visual, potencia y continuidad gráfica», incluye retoques en las viñetas sin modificar el diseño y estilo del original. «El Eternauta», escrita por Héctor Germán Oesterheld con dibujos de Francisco Solana López, alcanzó una popularidad impensada en la Argentina. En este libro, los prologuistas lo explican con mucha claridad.
Las primeras escenas de la historieta con la restauración de imágenes realizadas por Pablo Sapia a partir de ejemplares de Hora Cero Semanal marcan el clima del libro. «Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada» se lee en la primera viñeta. Y en la segunda está la casa con la ventana iluminada, un cielo estrellado y en perspectiva otras viviendas y la leyenda: «Hacía frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta: mirar las estrellas descansa…».
En la tercera de las viñetas desde afuera de la ventana se ve la silueta del narrador sentado en su escritorio: «…y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de la pluma sobre el papel. De pronto…». La cuarta viñeta muestra un globo de pensamiento: «¿Y eso?», y aparece ese famoso viajero del tiempo llamado El Eternauta.
«La narración de un desaparecido», el primer prólogo de esta edición, escrito por Saccomanno, contextualiza la situación en la que esa madrugada de 1957 el guionista de historietas es abordado sorpresivamente por un viajero del tiempo.
El autor de Cámara Gesell explica: «Hacía dos años que los cazas de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza de Mayo para derribar el peronismo, y además de cientos de hombres y mujeres mataron también chicos en un colectivo escolar. Hace un año también que el ejército fusilaba militantes de la resistencia peronista en un basural de José León Suárez».
«En ese 1957, un gobierno militar gobernaba con persecución y tortura mientras tanteaba una salida «democrática». Y Héctor Germán Oesterheld fundaba su propia editorial, Frontera, y en la revista Hora Cero Semanal publicaba EI Eternauta«, sintetiza Saccomanno, quien vivía en Mataderos y tenía nueve años en ese momento y tenía prohibido acercarse al ropero del cuarto de sus padres donde se guardaban armas. «Todavía hoy me pregunto si tenía alguna conciencia de lo que significaba la violencia política, si la entreveía acaso en esa historieta que me mantenía en suspenso hasta la semana próxima», se cuestiona.
Por su parte, «Acción y pasión de aventurar», el prólogo de Sasturain, explica de la nueva edición de El Eternauta, el folletín original de Oesterheld y Solano publicado entre 1957 y 1959: «Esta aventura ya convertida en relato clásico, sin duda el más poderoso que produjo la cultura argentina en la segunda mitad del siglo XX, genera la posibilidad de plantear algunas cuestiones a las que no se les suele prestar atención, pero que cuentan mucho. En todos los sentidos de contar».
Sasturain describe que El Eternauta, en principio, se trata claramente de dos historias ensambladas, «de dos fuentes de inspiración bien diferentes. Hay setenta páginas iniciales (varios meses de publicación) que tienen un claro disparador narrativo: la que llamaríamos «la situación Robinson», un grupo humano aislado (no por el mar sino) por la muerte. Es la cuestión que a Oesterheld le interesó como desafío narrativo», señala el director de la Biblioteca Nacional.
«Todo y todos siempre adentro o alrededor de la casa. Bien teatral. Discusiones, pequeñas salidas, sacrificios, miserias y egoísmos, combates cruentos y miserables por la supervivencia –grafica–. Una de las ideas, uno de los segmentos más brillantes de la narrativa argentina».
Sasturain se detiene en señalar cómo el personaje central de la historieta se ha transformado en el imaginario. «La mitología posterior que ha envuelto a la saga ha ido deformando ciertas imágenes puntuales: con los años, Solano se cansó de dibujar la figura emblemática de Juan Salvo con el (ridículo) traje original, el rifle en mano y cara de decidido combatiente. Eso no existió jamás», señala.
Es una gran verdad porque el narrador sólo sale de su casa asustado, venciendo al miedo, para proveerse o para cambiar por un lugar más seguro, «y que no lo roben ni asesinen otros sobrevivientes». Las nuevas generaciones se apropiaron de esa imagen y la resignificaron en un combatiente.
Y Sasturain ve en la historieta que la «ideología combatiente (la lectura histórica del fenómeno solo aparentemente «natural») no proviene del grupo inicial de Juan y sus amigos, sino de los no representados en el muestrario social del truco nocturno. Son los laburantes –el personaje emblemático es Franco el tornero– y el Ejército nacional».
«Y ahí empieza la otra historia, la de la invasión, con otras reglas, otros héroes, otra envergadura épica. Una historia maravillosa y trágica que bordea el absurdo de nunca terminar de saber contra qué se está peleando: el Mal, el Odio cósmico, esos Ellos de oscura resonancia (también) psicoanalítica. Nunca encontrarán cara a cara al enemigo», subraya el autor de Manual de perdedores y El último Hammett.
Por eso también en su brillante prólogo, Saccomanno se pregunta «por qué no leer el comienzo de su narración como un autorretrato doméstico. Podía acaso imaginar el guionista que su obra resultaría profética y en poco más de veinte años otra dictadura militar, la más tenebrosa y sangrienta de nuestra historia, arrasaría la armonía familiar que crispó la militancia: la desaparición de sus cuatro hijas, una de ellas embarazada, sus nietos y sus compañeros».
El autor de Prohibido escupir sangre y de los cuentos de Bajo bandera dice que le cuesta escribir sobre El Eternauta sin recurrir «a una estructura de sentimientos» y, supone, que también les pasa a los lectores contemporáneos «cuando vuelven a leer esa operación colonizadora que tanto se parece, en su metaforización, al imperialismo. Entreverando estos datos se explica por qué, más allá de su dimensión homérica, El Eternauta alcanzó una popularidad que trascendería tiempo y espacio. Sus autores tienen, en el momento de la publicación, 38 y 29 años», describe Saccomanno.
Sasturain señala algo que suele soslayarse: «La historieta se llama El Eternauta (eterno navegante del porvenir) pero lo que se cuentan no son sus aventuras como testigo de todas las épocas de la humanidad, sino las de Juan (cualquiera, premonitoriamente) Salvo, un hombre común al que una máquina sacó de la historia y que por eso puede deambular de ida y vuelta, narrar».
Saccomanno intuye que si el Martín Fierro, un texto de la marginalidad de la gauchesca se plantea como la «gran novela fundante» de nuestra literatura, por qué no pensar que desde este otro margen El Eternauta sea su continuidad en el siglo XX.
«Con no menos intuición que conciencia, Oesterheld asumió el riesgo intelectual que le planteaba su oficio -agrega-. Lo asumió con una entera y totalizadora voluntad narrativa al emplear un género marginado, maldito para las elites. La percepción ética de su trabajo era también rigurosamente ideológica: Oesterheld sabía que aquellos lectores de kiosco que seguían sus historias no tenían acceso a otra clase de literatura. De ninguna manera condescendía a la demagogia en su narrativa».
«No bajar el nivel», proponía. «Nivelar hacia arriba». Sin incurrir en la demagogia, no retaceaba la calidad en la forma y el contenido de sus guiones. Hay un mismo rigor poético en la concepción de todos y cada uno de sus argumentos. «Hay que comenzar a inculcar responsabilidad en este tema», reflexiona Saccomanno.
«Cada día es mayor la cantidad de adultos que sigue con interés las historietas. Y es justo que el material que se les ofrece sea serio y honesto. Muchos no tienen acceso a otra literatura que las historietas. Por tanto, se impone una ética. La historieta es un género mayor», afirma.
Saccomanno dice que Oesterheld «nunca imaginó que sobre él escribirían más tarde, entre otros escritores, Osvaldo Soriano, Ricardo Piglia, Miguel Briante, Pablo de Santis. Hay tres: Rodrigo Fresán, José Pablo Feinmann y Juan Sasturain que siempre agradecen su influencia», concluye.