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Lluvia de propuestas con algunos títulos destacables en el año del confinamiento

La proliferación de plataformas digitales y el encierro forzoso durante la pandemia lograron un protagonismo exclusivo de las series aunque en buena parte los contenidos se pensaron dispositivos portátiles y de rápido consumo en desmedro de la posibilidad de ofrecer nuevos modelos narrativos

Gustavo Galuppo Alive / Especial para El Ciudadano

No es fácil hacer una suerte de balance sobre el espectro de las series estrenadas durante el año. No lo es fundamentalmente por el enorme volumen de producciones que se suman mes a mes en una gran diversidad de plataformas.

Si es entonces casi imposible llevar a cabo de modo abarcativo y justo ese gesto de revisión del panorama 2020, se puede al menos echar una mirada parcial sobre lo visto y abordado para intentar establecer una semblanza sesgada de la situación.

El espectador frente a la pantalla sin interrupciones ni distracciones

No se puede soslayar, en primera instancia, que este año pandémico ha profundizado radicalmente ciertas prácticas relacionadas con el uso de los dispositivos tecnológicos y con la relación establecida con el entorno virtual. Profundización y aceleración de una reconfiguración de la experiencia cotidiana (o del cotidiano), asistida ya casi completamente por dispositivos y aplicaciones que todo lo resuelven de modo “eficiente” y “óptimo”.

El cotidiano asistido y la delegación de las propias decisiones en el resultado de un cálculo, son, en gran medida,  la norma. Si nada de esto es nuevo, sí lo es la radicalidad de su profundización suscitada por el aislamiento. La experiencia sensible del mundo pasa ahora (casi íntegramente) a ser reinterpretada través de operaciones matemáticas que presuponen al mundo como  un enorme conjunto de datos. Todas nuestras acciones son cuantificadas y convertidas en datos.

El mercado es monopolizado por plataformas digitales (Amazon, Netflix, Mercado Libre, etc.,). Y, claro, en ese contexto, el modo de ver cine adopta estas formas y las series vuelven a tener protagonismo.

Hay tiempo para ver y no hay otro modo de hacerlo, por lo tanto, la apuesta es a ver cada vez más. Ver mucho, ver más, y no importa tanto qué. Lo importante es que el espectador o la espectadora permanezcan frente a la pantalla, sin interrupciones ni distracciones.

Si hasta la diabólica concepción de Netflix incluyó este año la función “omitir intro” (no hay que perder tiempo, hay que seguir), enarbolando hasta el paroxismo la lógica predatoria de la inmediatez capitalista. Y si eso no fuese suficiente, su perversa campaña puso en paralelo esa omisión de la intro con la libertad de la decisión sexual (sin palabras).

Por otro lado, una plataforma como Quibi ofrece series cuyos capítulos no exceden la duración de 10 minutos. La idea es generar contenidos pensados para ver dispositivos portátiles y en cualquier situación (en el baño, mientras se espera el colectivo…), pero el gran problema no es ese, sino que  no se piensa en nuevos modelos narrativos apropiados para esas condiciones, sino que se produce series narrativamente convencionales, que se vuelven, como no podría ser de otro modo, exasperantemente superficiales y anticlimáticas.

Lógicas de la cantidad y el reemplazo, de la inmediatez y el olvido

Ahora bien, más allá de estas cuestiones coyunturales de este año tan singular, y dadas las condiciones adecuadas para sumergirse en el adictivo mundo de la serialidad, ¿pasó algo significativo en el terreno de las series? Podría decirse, casi con convicción, que no; que poco o nada relevante ha pasado en este año.

Es cierto que hace ya un tiempo el nivel general de las series va en decrecimiento, y cada vez se torna más complicado encontrar “productos” destacables como sí sucedía no hace mucho.

Las lógicas de la cantidad y el reemplazo, de la inmediatez y el olvido, de la delegación de las elecciones en algoritmos, y de la captura incondicional, se reflejan en un cuerpo general de productos cada vez más endebles, destinados estrictamente a la inmediata sustitución por otro nuevo producto.

Las propuestas más destacadas

Sin embargo, claro, en ese terreno algo yermo, algunas cosas han brillado o, cuanto menos, han dejado establecida una suerte de promesa para temporadas subsiguientes.

En el campo de la ciencia ficción, particularmente, se pueden destacar algunas: la pequeña pero intrigante Devs, de Alex Garland, logró construir una atmósfera inquietante cargada de preguntas; la francesa Ad Vitam, con firme pulso de cine negro, abordó con precisión espinosos conflictos de un futuro cercano; Ridley Scott arremetió con Raised by Wolves, que quedó un poco a medias tintas pero que sin embargo dejó planteadas estimulantes bases para una próxima temporada más prometedora, y finalmente una rareza que pasó casi desapercibida, Tales from the loop, melancólica aproximación a la soledad contemporánea desde la ciencia ficción y el cuento maravilloso.

Por fuera de ese género, destacaron I may destroy you, la singular y potente propuesta de Michaela Coel; The Good Lord Bird, el western que dejó a un Ethan Hawke iluminado en una composición arrasadora y, finalmente, la gran The Great, en cierto modo, esta sí, la propuesta más personal y arriesgada del año, una irreverente y cáustica aproximación a la figura de Catalina La Grande. Sin dudas, lo mejor del año.

Ya sobre el fin de este difícil 2020, se lanzaron dos títulos fuertes y esperados. Hace aproximadamente un mes, HBO estrenó su postergada The undoing, en la que se reúnen Nicole Kidman y Hugh Grant. El resultado fue bochornoso, un thriller anacrónico que apila todos los clisés del peor cine norteamericano de los 90, y que encima, como si fuese poco, se ubica en el contexto de una insoportable clase alta neoyorkina.

El otro estreno fue Your Honor, un poco más chica pero igualmente esperada, sobre todo porque supone el retorno a las series de Brian Cranston, el imbatible Walter White/Heisenberg de Breaking Bad.

Si bien más sosegada que aquélla, aquí Cranston vuelve a interpretar una especie de caída libre suscitada por una acumulación de malas decisiones. Un juez “justo” se ve en una encrucijada que involucra a su hijo, y tras una determinación errónea, todo comienza a precipitarse hace una final inexorable. Hasta el día de hoy se emitieron cuatro capítulos, y si bien el comienzo es algo endeble, en cada episodio deja ver un crecimiento atendible.

La reducción del presente a un instante fugaz

Frente a lo impensable del catastrófico acontecimiento planetario ocurrido en este 2020, la mediocridad de las series puede ser un asunto secundario. Pero tal vez, podríamos pensar, no lo sea tanto.

Y no quizás debido a la inconsistencia de las fábulas que nos cuentan, sino mejor en relación al funcionamiento mismo de las plataformas virtuales que nos asisten en el cotidiano.

La lógica del entretenimiento puede ser una trampa. La obsolescencia y el reemplazo permanentes reducen el presente al instante fugaz, sin pasado ni futuro; a la mera actualización. La exigencia de lo inmediato destituye a la vivencia.

Y, es sabido, no hay cine válido ni futuro pensable sin memoria. La voracidad capitalista es una exhortación por la devastación del beneficio inmediato. Y la inmediatez, el mundo mismo lo dijo en voz alta, mata.

Que tengamos un mejor 2021 y un más justo porvenir.

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