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Lo cotidiano y la cuestión del amor

La vida de siempre, pero parece que mucho más la de nuestros días, estuvo signada por comportamientos y sucesos que provocaron sentimientos no queridos en los seres humanos. A poco que se examine el escenario de este presente, por ejemplo, se verán muchos signos que poco o nada favorecen a la instauración de la felicidad de la persona o, mejor aún, a la perpetración de su paz interior, porque ¿qué es la felicidad, sino sólo chispas que saltan de vez en cuando del fuego de la vida? Pero esa paz interior sería posible, y bastante permanente, si no fuera por la excesiva ansiedad, exaltación, preocupación y pena, entre otros sentimientos, que provoca el actual modo de vida.

¡Difícilmente podrá hallar la persona paz interior, y por lo tanto poco probable es que haya paz social, cuando está ausente el amor!

¿Qué es el amor? El diccionario de la Real Academia lo define, en su primera acepción, como “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Y lo muy cierto es que este individualismo atroz en el que parece encontrarse a gusto el hombre de nuestros días, hace imposible muchas veces que se concrete tal definición. Y esto es así porque todo individualismo parte, en cierto aspecto, de la negación del otro y si lo considera es no más que como obstáculo o adversario que debe salvarse o aniquilarse; o bien como objeto que debe utilizarse para la consecución de los propósitos personales. Ningún individualismo aceptará, jamás, el principio de que “todos somos uno” y por el contrario impondrá su propia naturaleza egocéntrica.

El individualista es un ser que supone que se basta a sí mismo; cree que no necesita a otro para completarse en la unión, sino para satisfacerse mediante el aprovechamiento del otro a quien no le tolera como parte de su propio destino. El individualista es “uno” que cultiva el amor propio, pero no el amor cierto.

En la segunda acepción sobre el amor, los académicos de la lengua española se van aproximando un poco más a la definición que se estima correcta: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. La tercera acepción refina un poco esta idea: “Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo”. Sin embargo, nuestro diccionario se queda corto en la definición. En mi atrevida opinión, he considerado otra acepción: “El amor es un sentimiento necesario, que impele a toda criatura a ejecutar una acción que favorece a otro ser y que, al mismo tiempo, le favorece mediante la correspondencia (no buscada por ésta) pero que le llega de variadas formas”.

Hay personas que, en cuanto al amor, hablan con su mirada, con sus acciones, con su permanencia, con la compañía espiritual, con el estar y comprometerse, con la disposición a entregar la propia vida por el otro si fuera necesario. Ésas son las expresiones silenciosas del amor, las verdaderas palabras que sólo puede escuchar el oído delicado del espíritu.

La humanidad no estaría mejor, ciertamente, si hubiera una precipitación abundante de palabras amorosas. Sólo por el sentimiento del amor y la acción de éste se logra ese estado de vida que todo ser anhela.

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