Esteban Guida y Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
El debate político en la Argentina cayó a niveles de discusiones personales y/o coyunturales donde los actores se asemejan más a panelistas de programa de chimentos que a dirigentes políticos de un país donde, en los últimos 40 años, el empleo formal cayó del 77% al 40%, la desocupación creció del 2,6% a no menos del 10%, la pobreza alcanza al 42% de su población y la mitad de sus hijos pasan hambre en tierras de abundancia.
La rotación partidaria en el gobierno no ha garantizado un cambio efectivo que ponga en rumbo cierto las transformaciones que el pueblo reclama. Mientras tanto, las discusiones políticas-mediáticas eluden los temas de fondo y dilatan el tratamiento urgente de la cruda e injusta realidad que trae aparejada la “nueva normalidad” que algunos poderosos intentan consolidar.
Por eso, y a pesar de que somos conscientes de la existencia de los grandes aparatos comunicacionales e intereses extranjeros que promueven esta situación, resulta de vital importancia dar el debate y exigir participación real para el proyecto de país que queremos. Porque la discusión profunda eleva el nivel de conciencia política del pueblo, siendo esta la materia prima de su liberación. Mientras más ajenos e ignorantes de esto, más fáciles de dominar seremos. Además, porque resulta imposible la unidad de los argentinos de buena fe sin un sentido de avance, un rumbo claro, un proyecto con objetivos y metas claras y cuantificables. La militancia se sabe unir detrás de una conducción, pero ella no se realiza, o resulta débil y efímera, sin un proyecto que la respalde y permita su apoyo consciente y racional.
En este sentido, los argentinos contamos con una rica historia que debe servirnos de enseñanza y guía para el futuro; el proyecto nacional que hoy debemos poner en debate y ejecutar no es otro que la continuidad y actualización de las políticas que hicieron grande a esta Patria en distintos contextos y circunstancias. No por repetir la historia, sino por la necesidad de hacer efectiva, de una vez por todas, la concreción de las aspiraciones del pueblo argentino que sigue luchando por su liberación.
San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón, más allá de las grandes diferencias de personalidades, orígenes y momentos históricos, comprendieron cuál era la lucha, y qué había que producir para que el pueblo argentino pueda trabajar y gozar de los beneficios que esta tierra ofrece para una vida digna. La cuestión principal siempre estuvo en el trabajo y en la justicia social.
Ya desde nuestros inicios, al Ejército de los Andes hubo que producirlo con recursos y trabajo local, no se podría haber comprado hecho. Décadas más tarde, la producción nacional de muebles, sillas, cabestros, ponchos, frenos, estribos, tuvo que ser protegida con la ley de Aduanas impulsada por Juan Manuel de Rosas, y el mercado interno volvió a dar trabajo digno, coronando la gesta con la honrosa victoria contra el bloqueo anglo-francés.
Durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, el poder en manos de ingleses, holandeses y norteamericanos, no permitían el desarrollo industrial de los argentinos; hubo que producir por mano propia el petróleo, el kerosén, las naftas que los extranjeros negaban, y, así, se crea la petrolera estatal YPF para dar impulso y soberanía a nuestra industria.
Allá por 1946, en plena crisis económica de posguerra, el gobierno de Juan Domingo Perón proyectaba un plan de reconversión de la matriz productiva con el objetivo de quebrar los factores que sometían nuestra economía a los intereses foráneos. El mismo consistía principalmente en: desendeudamiento; crecimiento cuantitativo y cualitativo de las exportaciones; adquisición de bienes de capital críticos, con la finalidad de sustituir importaciones; planificación de grandes obras de infraestructura y logística, y protección y desarrollo de un fuerte mercado interno.
Lejos de creer en la posibilidad de que ese proyecto se ejecute a partir de inversiones privadas, extranjeras o acuerdos multilaterales, el gobierno peronista planificó la economía utilizando al Estado como medio promotor desde los sectores estratégicos. Como pilares fundamentales, se nacionalizan el Banco Central y el comercio exterior, con el objetivo de administrar los recursos financieros y tomar el control de la compra venta internacional. Además, se crearon empresas del Estado en aquellas áreas industriales, indispensables, aun no desarrolladas. Por ejemplo, en 1948 se crea el Astillero Río Santiago para dar inicio a la industria naval en gran escala. El 30 de noviembre de 1951, en Córdoba, se crea la Fábrica de Motores y Automotores, y el 28 de marzo de 1952, Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (Iame), con la función de desarrollar las industrias aeronáutica y automotriz.
Lejos de tratarse de un impulso meramente orientado a la industria liviana para el consumo, se implementó un plan siderúrgico nacional, con la constitución de la empresa Somisa para producir acero en el país, se impulsó la industria química pesada desde Fabricaciones Militares, creando las plantas de Río Tercero, José de la Quintana y Tucumán; la Empresa Gas del Estado y, en 1950, la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Este plan, tan ambicioso como exitoso en su objetivo de quebrar la dependencia, requirió una fuerte voluntad política y tuvo que enfrentar numerosos obstáculos (internos y extranjeros). Sin embargo, luego de seis años, logró un auge sin precedentes en materia industrial, al mismo tiempo que una posición financiera internacional acreedora; todo ello con trabajo digno y plena ocupación de su población económicamente activa.
El modelo argentino de producción, instalado a mediados del siglo XX, contaba con bases sólidas, pero el golpe antidemocrático y militar de 1955 cortó sus chances de avance y consolidación. Permaneció de pie a pesar de los múltiples intentos de destruirlo, hasta que finalmente, en 1976, la dictadura más violenta de nuestra historia logró implementar un modelo rentístico financiero y especulativo que destruyó las aspiraciones del modelo productivo nacional. A partir de allí, Argentina ingresó, hasta nuestros días, al mercado global como exportador de materias primas y alimentos, e importador de manufacturas industriales, dependiente sobre todo del flujo internacional de capitales.
Tanto las grandes, medianas, como pequeñas empresas nacionales, inmersas en la libre competencia del modelo anti-industrialista, se vieron paulatinamente debilitadas hasta su mayoritaria desaparición. Al mismo tiempo, producto del enfoque netamente agroexportador, se inició un proceso de encarecimiento de los precios internos con el objetivo de aumentar los saldos exportables. El combo, decadencia industrial + incremento de precios demolió el mercado interno argentino y, con él, a millones de puestos de trabajo formales.
Hoy, luego de tanta historia, con sus enseñanzas, tristezas y momentos de felicidad, encontramos ausente el debate sobre las causas de la aberrante situación de injusticia social actual, como así también, de los planes y proyectos de solución definitiva con justicia social. Si existe un plan, entonces el gobierno debe mostrarlo y exhibirlo en todo su detalle para que el pueblo juzgue y considere. Si en cambio no hay un plan consistente preparado para la circunstancia, sino sólo medidas aisladas de estabilización y estímulo a la demanda (como se observa), entonces tenemos que parar con el engaño y enfrentar la realidad con patriotismo.
Golpeando o pateando puertas, de ser necesario, debemos volver a participar y exigir un debate político profundo para que se vuelva a gobernar en el marco de un proyecto nacional que tenga como objetivo la felicidad de nuestro pueblo. El futuro de la Patria depende, única y exclusivamente, de su Pueblo. Que la dirigencia se haga cargo, y deje de mirar para otro lado…
(*) fundacion@pueblosdelsur.org