Contar lo propio es contar un mundo, porque implica ejercer el derecho que habilita el arte a un artista que, con honestidad, sensibilidad y talento, puede metaforizar ese mundo íntimo (exorcizarlo) para que eso que es propio estalle en la platea como una gran caja de resonancia. Actriz, directora y música Simonel Piancatelli, estrenó Frankenstein, un amigo diferente, sexta y valiosa producción de la Comedia Municipal Norberto Campos, un espectáculo pensado para todo público que, dado que pone distancia de algunos de los clichés de los infantiles tradicionales aunque abreva en algunas de sus lógicas, se revela, en todo caso, como una propuesta para “todas las familias” (así, en plural), haciendo hincapié en familias en todas sus formas, constituciones e identidades.
Apelando libremente a la fábula de la novela original escrita por Mary Shelley hace dos siglos, claramente más vista que leída por su infinidad de versiones fílmicas y televisivas, pero ejecutando una operación que revierte el sentido de lo que, se supone, es monstruoso, siniestro o diferente, la versión logra empatía inmediata con el público. Así, sin demasiadas pretensiones, el texto dramático de esta propuesta, presentado como parte del proyecto que ganó el concurso para la dirección de la Comedia Municipal de este año, se engrandece en escena gracias a un dispositivo que, en varios aspectos, vuelve lúdica y divertida la oscuridad terrorífica del proceso que lleva al Dr. Frankenstein a crear un monstruo con partes de otros cuerpos. En definitiva, se trata de la gran metáfora que encierra la novela, ineludible referencia del racionalismo y el cientificismo, más allá de que este Frankenstein, lejos de pretender dominar al mundo de la mano de su amo o de enfrentarse con él por sus diferencias, sólo busca ser aceptado como es y por lo que es, y hacerse de amigos, y es allí donde radica el gran logro del montaje.
De este modo, ingeniosamente, el proyecto que Piancatelli llevó adelante de manera conjunta con Francisco Alonso, transita algunas cuestiones contemporáneas como el bullying y las dificultades de la adolescencia, pero también algo ancestral y que aparece en la novela que es el miedo a lo desconocido o a lo diferente y, por lo mismo, su rechazo. Para eso, se vale de personajes planteados desde una gran claridad conceptual e ideológica, donde Ana, la hija del doctor, en su versión adolescente y adulta, y Víctor Frankenstein, transitan en el llano de las problemáticas humanas, pero frente a ellos, más allá de la presencia de este “monstruo” piadoso y amigable, planta otros dos personajes que tienen mucho de fábula y de cuento: se trata de Sí y No, voces opuestas de la conciencia, el bien y el mal, el yin y el yang, que determinan qué es lo correcto o lo incorrecto, más allá de que ese límite se vuelva atractivamente difuso y pueda modificarse.
Es así como la adaptación escénica del texto encontró en el equipo artístico que lo concretó un campo fértil para llevar a buen puerto las distintas situaciones que plantea la puesta, con momentos que van del humor a una profunda ternura, sobre todo, a partir del trabajo de Augusto Izquierdo como Frankenstein, que compone su personaje desde su compleja morfología, y completa con actuación y gran presencia escénica los pocos diálogos que tiene a lo largo del montaje. Del mismo modo, se destaca Cecilia Li Causi como Ana adolescente, con su frescura y desparpajo, el otro gran hallazgo de esta puesta, independientemente de que todo el elenco está en un piso muy alto que a la vez ascenderá con el correr de las funciones, y cada uno de los personajes tiene su momento de lucimiento personal a instancias de situaciones claramente surgidas en la etapa de ensayos.
Son para destacar además los trabajos de vestuario, maquillaje y escenografía que, más allá de las actuaciones (la gran matriz de toda propuesta teatral), vuelven a subir un escalón en este espacio de creación y profesionalización para el teatro local que propone el Estado municipal año a año, desde su concreción en 2012. Yanina Vincent, desde la caracterización y maquillaje, en particular con Frankenstein, pareciera buscar homenajear al legendario monstruo recreado en el cine por Boris Karloff en aquella recordada película de la década del 30, y que pertenece al imaginario colectivo. Pero, inteligentemente, desde la paleta de colores lo pone a dialogar con algo más contemporáneo, con algún guiño a la estética Tim Burton, que revelan el resto de los personajes que por momentos transitan las lógicas del cómic y lo circense. Y lo mismo pasa con el deslumbrante vestuario de Paola Fernández, uno de los grandes nombres en ese campo dentro del teatro de producción local. Al mismo tiempo, el espacio escénico, trabajo de realización escenográfica de Artificio Rosario, moderniza los viejos paneles a través de una escenografía móvil que dinamiza la puesta en escena con muy pocos recursos inteligentemente utilizados.
Es así, en ese territorio de construcción poética en el que un supuesto canon de fealdad se transforma en belleza, que estos personajes conjugan algunos momentos corales de gran intensidad que confirman la moraleja de esta fábula. Y del mismo modo que los guiños a niños y adolescentes se vuelven una marca permanente a lo largo de todo el relato, las alusiones al público adulto también están presentes: la piedad y la bondad que muestra el personaje protagónico y el vínculo que entabla con Ana, una joven que claramente se siente diferente del resto, son el corolario de esta historia conocida, pero contada a través de una mirada que se corre de los dogmas culturales y sociales que están quedando en desuso y que, apelando a la rebeldía (la música de Los Rolling Stones da cuenta de eso), echa por tierra cualquier posibilidad de resistencia frente a un ser que deja en claro que, como alguien ya dijo alguna vez y se volvió un mito, “lo esencial es invisible a los ojos”.