A sus 55 años Sergio Carlos Birri era un vecino respetado en barrio Santa Lucía. Una lesión de cadera lo tenía a maltraer y alejado de su trabajo en un taller de colocación de tubos de GNC. Este miércoles la hora de la cena lo encontró en su casa de Estudiante Aguilar al 7700, que tiene un patio delantero y donde vivía con su esposa y dos hijos. Hasta allí llegaron al menos dos personas en dos motos sin otro propósito que ejecutarlo. Primero lo llamaron por su nombre y lo último que hizo fue asomarse para ver quién lo buscaba: recibiò diez disparos que acabaron con su vida, minutos después en el hospital de Emergencias Clemente Álvarez. Algunos vecinos e investigadores enmarcan el crimen en una saga de venganzas que tiene como animadores, de un lado, a los cuñados de la víctima. Una pelea que, buscan confirmar los detectives, ya tuvo dos hechos de sangre en agosto pasado.
La casa donde Birri fue acribillado, en uno de los arrabales del oeste de Rosario, está ubicada frente al terreno donde hay una chanchería y pastorean caballos. Del otro lado del descampado se alcanza ver la Nueva Alcaidía Regional, la cárcel inaugurada en 2018 por el gobierno provincial. Para llegar hay que atravesar las vías del ferrocarril Mitre, una geografía que combina casas modestas de material y otras precarias adonde llegan recicladores que juntan plásticos y cartones.
“Todo pasó muy rápido. Eran las 21.30. Yo estaba cocinando con mi mujer, había mucha gente en la calle por el calor, mi hija había salido a comprar un jaimito en la esquina. En eso se escuchó que alguien gritó “¡Sergio!” y se escucharon unos diez disparos. Salí desesperado por mi hija y la vi llorando en la esquina, pero estaba bien. Cuando miro por encima de la mediasombra que se separa mi casa de la Sergio, lo veo tirado en la puerta. Todavía estaba con vida. La ambulancia nunca llegó y por eso lo llevaron al Heca en el auto de un vecino. Pero llegó muerto”, contó un hombre que escuchó la secuencia homicida pero no logró verla. Los efectivos de la comisaría 32ª recogieron diez vainas servidas calibre 9 milímetros. Varias personas vieron escapar al dúo por Aguilar hacia el este, a toda velocidad.
Birri, se supo a partir de comentarios de vecinos, tenía intenciones de vender su casa, a la que había llegado hace unos 7 años, desde el barrio Ludueña. Las fuentes oficiales dejaron trascender lo que los vecinos mencionaban en voz baja y alejados de las cámaras: el hombre, por parentesco, estaba envuelto en un altercado que mantenían familiares de su esposa, Carina. De ese conflicto se conocen dos episodios previos a la muerte de Birri. El 3 de agosto una mujer de 60 años, la suegra de Birri, fue baleada en el estómago en su casa de Provincia de Misiones al 2100, también en el Santa Lucía. Tres días después, la fiscal de Homicidios Marisol Fabbro relacionó esa balacera con el ataque a una vivienda en Pasaje Seren al 7700, en el barrio 7 de Septiembre, donde murió la joven madre Sol Jazmín Delgado, de 21. Un trasfondo a develar para los investigadores a cargo del fiscal Luis Schiappa Pietra, que ya barajaban algunas informaciones sobre la motivación y los posibles autores del crimen de Birri.
Por la mañana, los vecinos de ese sector de Santa Lucía –algunos lo mencionaban como Las Palmeras– querían dejar en claro que Birri era un buen vecino, trabajador y respetuoso. El pedido unánime, como una añoranza de otros tiempos, era que “Gendarmería vuelva al barrio”. “Acá a la vuelta venden droga, y ya están echando gente de sus casas, hay usurpaciones”, describieron entre mates y rumores sobre la muerte de Sergio, cuyo asesinato, dijeron, no está relacionado a esa realidad que asola el barrio.