“Mejor hagamos la nota adentro”, aconseja el padre Tito. En la esquina de la parroquia San Vicente de Paúl un grupo de jóvenes en moto observan los movimientos. Tito es Alberto Murialdo, uno de los tantos curas de los barrios populares de la ciudad que ya no saben qué hacer para denunciar los movimientos narcos, en este caso en el corazón de Puente Gallego. “Cuando llegué, hace ocho años, la droga ya estaba, pero hoy lo que vemos es la degradación de las familias, chicos que trabajan para los poderosos y ganan más que sus padres”, afirma el sacerdote, quien traza un perfil de quienes habitan el barrio: en su mayoría padres albañiles, madres que trabajan como empleadas domésticas, pero “también viven aquí policías y choros”.
En las calles Punta de Indio y Copacabana –Ovidio Lagos al sur– está la parroquia, el centro de salud y el jardín de infantes. El padre Tito es futbolero, hincha de Boca y convoca a los pibes a jugar al fútbol, “la mejor catequesis”, un motivo para sacarlos de las calles y conocerlos, contenerlos e intentar que no queden expuestos al flagelo que se instaló en la zona: la droga y sus redes de comercialización.
“Nadie dice nada, pero aquí muchos hablan; yo como sacerdote, los docentes, los trabajadores de la salud, la gente que trabaja hace años en las vecinales, las organizaciones sociales que son quienes hace años conviven con esta problemática y tratan de hacer algo. Este barrio, comparado con otros, es un jardín, pero el flagelo ha entrado y ha cambiado la fisonomía. Hay una impotencia ante el poder del narcotráfico, se mueve tanta fortuna que llega un momento que distintos sectores sucumben y dicen: «quiero mi parte»; entonces llega a las altas esferas del poder político y el poder policial”.
No trabajan ni estudian
El padre Tito describe una realidad del barrio inédita: “En nuestros barrios hay una franja de jóvenes y adolescentes que no trabaja ni estudia, sobre todo por motivos de hábitos así adquiridos. Muchos de ellos son presa de la adicción, primero como consumidores, luego como vendedores, y luego todavía como ‘cuidadores’ o ‘soldaditos’ de ese circuito. Así consiguen consumir, tener dinero y prestigio entre los pares aunque su vida ya esté hipotecada. Con algunos de ellos podemos tratar los que trabajamos para hacer algo, y no es en contra de ellos que están dirigidas estas líneas. Ellos son el primer y necesario eslabón de una cadena que va creciendo hasta constituirse una estructura fuerte y poderosa, pero que si no los tuviera a ellos, se caería. Los grosos han aprendido que es más rentable y menos expuesto fraccionar y vender que hacer circular la mercadería. Para nosotros son los pibes de familias conocidas que por distintos motivos no han podido o sabido mostrarles algo mejor. Y tampoco la sociedad, por eso se refugian en la adicción que está cada vez más al alcance de cualquiera. No los justificamos, pero tampoco los victimizamos, porque mucho más responsables son los lo que se aprovechan de ellos”, dice.
La parroquia San Vicente de Paúl funciona hace 60 años, luego se sumó “la salita”, como se conoce al centro de atención primaria de la salud.
Antes de la llegada del padre Tito, el sacerdote Claudio Castricone denunciaba en soledad lo que hoy está a la vista de todos: “Hoy ves los papeles de drogas tirados por la vereda, en estos barrios hay mucha movilidad, motos o autos, llegan desde los que vienen comprar a los que vienen a supervisar. El trabajo que hacemos nosotros o el de la misma familia para que su hijo no entre en eso, te lo derriban en un minuto, las ofertas son muy tentadoras. Hay una apatía entre los adolescentes que no sé si es promovida, pero el padre no tiene autoridad porque si le dice algo el pibe se va. Padres que no pudieron transmitirles la cultura del trabajo y la honestidad, no pudieron transmitir valores y eso es frustrante para la familia”.
Desarmar la bomba
Tito cuando puede interviene en talleres que organiza la Pastoral de infancia y adolescencia en riesgo, que se realiza en Buenos Aires. No descarta convocar a los curas que como él denuncian lo que sucede en barrios como Las Flores, Tío Rolo, Tablada, Ludueña o Nuevo Alberdi. “Sería bueno hacer algo similar con los curas barriales en Rosario, donde tenemos problemas comunes. Ahora es como desarmar una bomba, nadie lo quiere hacer por temor a que explote. No hay seguridad de que una investigación llegue a fondo, parece como que se patea la pelota para el costado, que el procedimiento estuvo mal hecho, que lo que se encontró no era droga, o los jueces se excusan por temor. Y de las cosas que se escuchan, no hay nada serio, se pasan la pelota entre las autoridades, y mientras se pasan facturas, las cocinas siguen funcionando, los búnker siguen vendiendo y nuestros jóvenes terminan adictos o muertos. En medio de eso nos acostumbramos, se naturaliza, se hace apología. Hay que tomar conciencia. Después del caso Tognoli, se comenzó con lo del narcosocialismo, otro escribió un libro en quince días… toda una fachada, pero nadie dice «vamos a investigar», tomar una decisión política en serio; hay mucho discurso pero nadie dice cómo abordar el problema. Sería más honesto decir: «No sabemos cómo enfrentarnos a este poder, se nos fue de las manos», y a partir de ahí tomarlo en serio. Hay que sincerarse y asumir que el tema se fue de las manos a las autoridades”, concluyó.
El Soldadito y su significado
A la vuelta de la parroquia San Vicente de Paúl, en la calle Punta de Indio al 7700, se encuentra el Jardín de Infantes Nº 1261, El Soldadito, próximo a cumplir 40 años. El paso del tiempo le ha dado distintas connotaciones a la institución. “Está claro que cuando se eligió ese nombre, los niños jugaban a los soldaditos; luego de que finalizara la dictadura, al padre Claudio Castricone, recién llegado a la Parroquia, le pareció oportuno cambiarle el nombre porque lo asociaba a la represión. Convocó a los vecinos para que propusieran un nuevo nombre pero fueron los mismos vecinos que le plantearon «para qué». Estaba claro que no cargaban con ese prejuicio. Hoy, la palabra «soldadito» tiene otra connotación, vinculada a los pibes que trabajan para los narcos. Dentro de 20 años no sé qué relación tendrá”, señaló el Padre Tito Murialdo.