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Lo que vendrá

Por: Carlos Caso-Rosendi

Rara vez hay sorpresas para quienes miran la historia con la perspectiva de la eternidad. No importa lo que suceda, ya lo han visto antes.

Cuando Alarico saqueó a la venerable Roma todo el mundo miró con una mezcla de consternación y sorpresa que les llenaba el corazón avisándoles: “Esto es una muestra de lo que vendrá”.

Pero Roma no cayó solamente por debilidad. También cayó porque el mundo cristiano que venía en camino ya estaba suficientemente fuerte como para nacer. La cáscara inútil del viejo imperio cayó porque un nuevo mundo tenía que nacer.

El cielo dicta los tiempos y las sazones y la brutal Roma debía sentir el peso de los bárbaros pies con la misma cruel intensidad que las cáligas habían pisoteado a las antiguas naciones.

Se puede decir que hoy vivimos en un tiempo semejante. En 1929 el capitalismo puro y sin límites se vino abajo. En 1945 el fascismo que parecía imparable dio sus últimos pataleos sobre la cubierta del USS Missouri. Y en 1991 el comunismo demostró que hasta para estirar la pata iba a ser lento e ineficiente, cayendo pesadamente el día que Boris Yeltsin se trepó al tanque ondeando la bandera con los colores dela Rusia Imperial.

La así llamada “era posmoderna” está regida por los restos de estos tres sistemas fracasados mezclados en diferentes proporciones: un poquito de socialismo, un poquito de capitalismo, un poquito de fascismo y lo que sale al final es: un poquito. El siglo XX comenzó con gran fanfarria como esas festicholas dela BelleÉpoque, para llegar a esta nada gris, que es el comienzo del siglo XXI. El Olimpo parió un ratón.

En esta miserable apoteosis del modernismo que es el posmodernismo, “el caballo de lata destruye al caballero y la luna está llena de banderas inmóviles”. Al tiempo que Londres arde y los tanques pican carne humana en Damasco, el presidente de los Estados Unidos anuncia la formación de mesas de negociaciones para proponer un comité que comenzará la consideración de los primeros pasos en dirección a un plan para diseñar la implementación de un programa viable para producir trabajos… mientras el vicepresidente ronca estentóreamente en la tercera fila. Para quienes no se han dado cuenta, este sainete está a punto de terminar. Es el ocaso de los piojos.

Hubo un tiempo, que hoy yace casi olvidado, en que un buen hombre que quería ampliar su casa o comprarse un auto mejor se buscaba un segundo trabajo por las tardes o en los fines de semana. En esta era posmoderna de Occidente, los que reciben los frutos del saqueo de la riqueza de las naciones, por medio de las ayudas estatales, salen a saquear ellos mismos por las tardes para llevar a su nido un televisor más o munirse de un nuevo par de zapatillas más a la moda. Eso es lo que en el Londres de hoy se entiende por el “anochecer de un día agitado”. ¿Quién necesita políticos que saqueen para uno cuando uno mismo puede saquear a gusto? Ésa es la versión posmoderna de la eliminación del intermediario, una vieja tradición capitalista.

El sistema no puede ser reparado. Ya se pasó de vueltas y se caerá sin remedio. No es muy difícil ver que los descarados que están al timón no van a soltarlo por meras pequeñeces como la caída de la sociedad organizada. Ya lo dijo un gran posmoderno (Rahm Emmanuel): “Es terrible desperdiciar una buena crisis” y fíjese usted que el tipo hasta tiene nombre de dios. Y así los que no pueden conducir eficientemente el Estado se imaginan que podrán conducir su colapso. Se creen césares pero son meros nerones que piensan en la próxima rima mientras arde Roma.

La civilización sobrevivirá, se purificará en el fuego como tantas veces ha sucedido desde Nínive hasta Chichen Itzá. Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Son las cosas invisibles las que sobreviven. Borges captó la esencia de eso cuando escribió:

Esa ráfaga, el tango, esa diablura

los atareados años desafía;

hecho de polvo y tiempo el hombre

dura menos que la liviana melodía.

Buenos Aires puede arder, pero el tango le sobrevivirá. Occidente puede derrumbarse una vez más pero la esencia de Occidente ya es invencible y se ha esparcido como las esporas de una planta antigua cuyo truco preferido es renacer.

Y surgirán predicadores, nuevos Cirilos y Metodios que re-evangelizarán Europa y construirán catedrales con las piedras que queden de los rascacielos. Como ese otro ya lo hizo en la antigua Florencia, un bárbaro que debería haberse llamado Alixer como su bisabuelo pero que se llamó Alighieri porque alguien le había dado el alma que los antiguos romanos no quisieron aceptar y que él recibió sin darse cuenta. Él escribió desde el exilio la historia del Hombre perdido entre el Cielo y el Infierno. Con ese poema la cristiandad se levantó de entre las ruinas de Roma y el nuevo Virgilio fue un bárbaro que sin embargo fue hallado digno de heredar los viejos esplendores.

Otra vez nos toca dar vuelta los terrones para que la semilla fructifique. Con los años cantará un poeta cristiano olvidado del significado de su nombre, que podría ser Xiang-Húa o Mahmud. Cantará la caída del mundo moderno en exquisitos hexámetros que no podemos ni siquiera imaginar. Cantará de ese gran arco que va dela Reforma Alemanahasta el saqueo dela Cámarade los Lores por las bandas góticas llegadas de Leeds y Birmingham.

Porque todo en el mundo pasa y de las cenizas del tercer derrumbe surgirá la civilización del redescubrimiento.

Ya se oye el rumor…

Oíd, mortales.

Escritor, fundador y editor de primeraluz.org, un webzine publicado en castellano. Es autor además de numerosos artículos en otros idiomas y ha traducido el trabajo de varios escritores prominentes de habla inglesa. Reside en Virginia Estados Unidos.

 

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