No hace falta esperar los resultados de esta noche para saber que hay algunas cuestiones que están definidas de antemano, que no van a cambiar, como que Omar Perotti tiene todos los números comprados para convertirse en el alter ego santafesino del sciolismo si el bonaerense llegase a la Presidencia, así como Carlos Reutemann lo fue del menemismo en los 90 y Agustín Rossi del kirchnerismo en los 2000.
En el Frente Progresista también hay definiciones sin vuelta atrás, como lo expresa el lema de campaña: “Santa Fe, mi país”. Ni se le cruzó por la cabeza a Mateo Booz que muchas décadas después de que lanzara ese querible libro de cuentos, aquel título podría rematar ajustadamente la nueva etapa política de una alianza de partidos que, sitiada entre el giro conservador de la conducción nacional del radicalismo y el derrumbe del escalón nacional del socialismo, eligió replegarse sobre la provincia, “alambrarla”, hasta que pase el proceso electoral nacional y clarifique el escenario.
Insondable
El otro personaje fuerte de la política santafesina, Carlos Reutemann, boya por la provincia a la caza de votos, hace campaña con la compañía del reducido grupo de fieles que sobrevivió a sus personalísimos tiempos de conducción y del modo que más le gusta: rascándose en el palenque propio y empeñado en no deberle nada a nadie.
Mientras tanto, Ana Laura Martínez, cabeza de la lista de diputados de Macri en Santa Fe y el macrismo en general, caminan por su lado; y Miguel del Sel da una mano en provincia de Buenos Aires, lejos del senador que días antes de la elección a gobernador puso en duda su capacidad para dirigir la Casa Gris y elogió a Perotti.
La relación PRO-Reutemann muestra signos de estar lastimada aunque perdura el vínculo superestructural con Mauricio Macri. ¿Será éste el final que soñó Reutemann para su carrera política? ¿Su destino jugado al arrastre de la boleta de Mauricio Macri?
¿Otros seis años de senador después de tres grises e intrascendentes mandatos?
Reutemann encarna un caso único. En los últimos años renunció a cualquier pretensión de batalla política que no involucrara su destino personal como prioridad. Y dejó que su entorno se desgajara progresivamente, carcomido por la ausencia de perspectiva política y la falta de contención. Es un enigma para qué quiere ser senador por cuarta vez. Sus adversarios en esta elección tampoco se ponen de acuerdo: unos apuntan a los consejos de su entorno afectivo, otros a la vieja hipótesis de que el Senado le provee los fueros necesarios para evitar sobresaltos por las causas abiertas en 2001 y 2003. Sea cual fuere la motivación, él puso en manos de los santafesinos la decisión de su retiro o no de la política.
De batalla en batalla
El caso de Hermes Binner, que tiene 72 años contra los 73 del ex corredor, es diametralmente opuesto. Hace poco más de tres meses se arremangó y se puso al hombro la campaña para remontar las elecciones en Rosario y la provincia a pesar de que no era candidato.
Ahora, en la instancia de las Paso nacional juega como animador principal de una escudería que corre renga, huérfana de candidato/a presidencial en la boleta. A primera vista es una desventaja porque pierde la tracción de la categoría más convocante de la elección. Sin embargo fue el camino menos traumático para mantener fusionado al Frente Progresista provincial tras el colapso de Unen a nivel nacional.
A diferencia de Reutemann, cuyo retiro de la política no pareciera que cambiaría las cosas (menos ahora que el justicialismo encontró en Omar Perotti una promesa de recambio) Binner, que también fue gobernador, intendente, legislador y candidato presidencial, es protagonista desde otro lugar, como lo demostró su intervención decisiva en las elecciones provinciales y su condición de cabeza de playa ya no de su partido, sino del Frente, para las Paso de hoy.
Binner arriesga más por la causa de lo que tiene para ganar en términos personales. Ya no será gobernador, intendente o candidato a presidente. Como senador, si es electo, se sentará en una silla que ya inauguró otro socialista y ganará un sueldo un poco más alto que el muy buen sueldo que cobra un diputado de la Nación. La diferencia con Reutemann es que Binner es uno de los engranajes centrales del proyecto político del que es parte.
Paso a paso
Perotti presume por estos días del fuerte vínculo que construyó con Daniel Scioli. “Nos entendimos rápido”, suele decir. No se requiere un experto para darse cuenta de que con el bonaerense tiene una empatía que en todos estos años no alcanzó con los Kirchner.
Aquel mote de “el equilibrista” que le pusieron en las filas K, para algunos refería a una virtud y para otros a un motivo de desconfianza. En cualquier caso destacaba su cintura política para mantenerse a media distancia.
Perotti no se fue a otro lado cuando el Partido Justicialista pasó a ser sinónimo de Frente para la Victoria, sino que puso en segundo plano sus incomodidades y las disimuló mientras pudo; se corrió de las batallas kirchneristas que lo ponían en tensión con su base de sustentación electoral; usufructuó ese doble juego para traducirlo en fondos del gobierno nacional para su ciudad, y esperó su turno en base a una estrategia de decantación más que de disputa. En ese lapso se agotaron los ciclos protagónicos de Reutemann, Jorge Obeid y Agustín Rossi. Y María Eugenia Bielsa dejó pasar el tren al que con gusto, decisión y arrojo se subió el rafaelino.