“Vení a mirar cuando quieras. Si te llenás de polvo no me hago cargo”, le dice Amalia Coki Longo a una clienta desde el mostrador de la librería de Sarmiento al 1100. No le molestan las miradas curiosas sobre los libros que tienen más de un siglo en los estantes de madera. Sí reniega de quienes la posan sobre ella y pide que no le saquen fotos. Es maestra, pero cambió el pizarrón por las estanterías y los libros que su padre editó cuando vino de Italia. Es la quinta de cinco hermanos y tiene cinco sobrinos.
En sus 87 años la llamaron Coki, pero desde hace más de dos semanas los periodistas que desfilan por su segunda casa la llaman Amalia.
La noticia de un falso cierre de la librería que atiende desde casi siete décadas llamó la atención del barrio y de un grupo de curiosas y curiosos que esquivan el tapial que cubre la puerta y entran a hojear los ejemplares de textos, partituras o revistas clásicas que solo allí encuentran. Amalia anota los nombres de cada uno y del medio en que trabajan en letra imprenta sobre pequeños rectángulos de papel recortados. Allí también anota el nombre y el precio de cada libro que vende. Los está liquidando.
Asegura que las ventas bajaron desde que las personas pueden leer por Internet. La plata no le alcanza para reparar el balcón de la antigua casa que puede derrumbarse según la intimaron desde la Municipalidad.
Para ella, el problema lo provocó una obra que está en construcción al lado y quisiera que el municipio colabore con la refacción de un edificio centenario al que el Concejo Municipal reconoció en 2008.
Amalia no tiene ganas de contar una vez más la historia de su padre, un siciliano que vino a Rosario en 1900 y fundó una librería de compra y venta de usados. También fue imprenta y papelera.
A Longo le gustaban las tradiciones populares argentinas y editó publicaciones gauchescas, de folclore y tango, entre otras.
“Tigre de los llanos” y “Poema en versos” son algunos de los títulos que, aun con ejemplares sin abrir, ocupan un lugar entre los estantes. Sobres rubricados para uso del comisario, la policía o la comisión de fomento son otras de las impresiones que hoy descansan en color sepia a un costado del mostrador. Aunque Amalia no quiera repetirla, la historia de la librería es parte de la vida de la ciudad y de la suya.
La primera vez que ella entró al local fue en brazos de su papá y el primer libro lo leyó a los 7 años. Pasó por clásicos y novelas pero sus favoritos son los policiales. A los 15 leyó “Germinal”, de Émile Zola, a escondidas de su papá quien le había dicho que era muy fuerte para su edad. Desde entonces pasó por todos los autores. Los terminaba en una noche. “Soy la reina del policial”, y confiesa que ahora elige novelas más cortas y recreativas.
En 1951 se recibió de maestra, pero como no le gustaba la docencia prefirió quedarse en el negocio familiar. Al principio le costó atender al público porque era introvertida, pero hoy disfruta charlar con los clientes.
“¿Quién entró?”, pregunta cada vez que alguien abre la puerta e interrumpe la charla. Desde atrás del mostrador, no pierde de vista a los clientes como una buena anfitriona que recibe visitas en su casa. Los deja pasearse por los estantes, pero les advierte que esquiven los baldes que atajan las goteras que el paso del tiempo puso sobre el techo.
Las personas entran en busca de textos de esotérica, ocultismo, política, novelas, libros técnicos, y con historias de Rosario.
También partituras de clásicos de folclore y tango, discos, postales y revistas de época. En uno de los estantes hay fotos carnet en blanco y negro de Pancho Sierra, un curandero argentino. “Ese es para los espiritistas”, aclara Amalia.
¿Hay futuro?
Para ella las ventas bajaron con la llegada de Internet y los libros digitales. “No estoy en contra de la tecnología”, aclara cada vez ante lo que supone una competencia no desleal. Aunque asegura que en los últimos meses entraron más jóvenes al negocio.
Hace meses murió su cuñada Amanda y desde entonces quedó sola al frente de la librería que atenderá hasta que la familia resuelva qué hacer con el inmueble.
Una sobrina maneja las redes sociales y fue la encargada de desmentir la falsa noticia del cierre. El 23 de agosto, el mismo día que su padre, Amalia cumplirá 88 años. Recuerda el título de cada libro y de su editorial y mantiene un cartel que cuelga sobre el mostrador. Dice: “Se necesitan clientes, no se requiere experiencia”.