La presidenta Cristina de Kirchner dejó pasar casi tres horas de su mensaje ante la Asamblea Legislativa, anuncio de estatización de trenes inclusive, para llegar finalmente al punto de impacto que tenía preparado para el día: un cruce con la Corte Suprema, quizás el más grave que se recuerde, para responsabilizarla de la falta de respuestas en el caso Embajada de Israel y cualquier conspiración política en danza.
La espiral discursiva contra la Corte Suprema que comenzó la presidenta en ese momento parecía no tener techo. Respondía, era obvio, a la bronca por la acusación del fiscal Alberto Nisman, pero la onda expansiva fue mucho más allá.
La estrategia de la Casa Rosada en esto no innovó. De hecho, se repitió sobre los mensajes que viene enviando desde que Nisman presentó la acusación por encubrimiento. De alguna forma, ese tramo del discurso resultó sorprendente en el tono, pero demasiado previsible.
En el recinto, la imagen fue casi de película. Ricardo Lorenzetti, sentado en un palco bandeja junto a una sonriente Alejandra Gils Carbó, escuchaba las acusaciones presidenciales con ojos desorbitados, asombroso parecido con las clásicas caras que retrataba Serguéi Eisenstein en el cine.
Lorenzetti tomaba apuntes y buscaba enviar señales desde el rincón donde estaba encerrado y rodeado de todo el gabinete.
El embate presidencial no cesaba: “¿Alguien le puede informar a esta presidenta cuál es el resultado de esta investigación que llevó adelante la Corte del atentado de la Embajada de Israel? ¿Quiénes son los condenados? ¿Cuáles son los procesados? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Y me puede informar por qué el Estado de Israel no reclama por la Embajada y sí por la Amia?”, preguntaba Cristina de Kirchner mirando a Lorenzetti. Y recordó que el caso Embajada fue competencia directa de la Corte Suprema.
Partido Judicial
No dejó de sorprender por eso que jugara en el mensaje, atendiendo a su rol, con dudas sobre la posición de Israel en torno del atentado a su embajada ni que pidiera que el ex embajador Itzjak Aviran viniera a prestar declaración a Buenos Aires en esa causa.
“Últimamente, el «partido judicial» se ha independizado de la Constitución, de las leyes, de los códigos, de todo el sistema normativo vigente”, insistía la presidenta. El punto central de su mención al juez Daniel Rafecas fue precisamente su sentencia en la denuncia Nisman, de la que dijo: “Habla por sí sola”.
Rafecas, en los corrillos
En el Senado no hay muchos secretos sobre el juez al que conocen desde hace tiempo.
El domingo, en el posmensaje entre bancas abundaban las historias. Muchos recordaron que el trámite para el acuerdo al juez federal fue uno de los más curiosos que registre la historia del Congreso.
Rafecas logró el acuerdo en octubre de 2004, en el mismo acto que otros conocidos de la Justicia. Su pliego se votó con el de Ariel Lijo, Guillermo Montenegro y Julián Ercolini. Eduardo Freiler los acompañó para cubrir el cargo libre que había dejado Luisa Riva Aramayo tras su fallecimiento en 2002.
El trámite fue tan rápido que las crónicas de la época recuerdan que Jorge Yoma, por entonces jefe de la comisión, no tuvo tiempo ni de mandar a tipear los dictámenes y en el recinto del Senado se votaron directamente, entonces, los mensajes que había enviado el Poder Ejecutivo, es decir, Néstor Kirchner.
La historia de Rafecas en particular en el Senado había comenzado un tiempo antes y de ahí la curiosidad del trámite. El gobierno, en realidad, había pedido al Senado que le diera acuerdo como juez del Tribunal Oral del Fuero Criminal porteño. Y el Senado se lo dio.
Pero el gobierno cambió de opinión sobre el destino de Rafecas: volvió a pedir acuerdo para el mismo juez, pero para un juzgado federal. La oposición planteó que era imposible ratificar a un mismo magistrado en dos cargos. Finalmente, se asumieron las culpas en el kirchnerismo y se rectificó el acuerdo para el juzgado federal sin mayores consecuencias ya que, en el apuro, Rafecas no había llegado a ocupar nunca su primer nombramiento.