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Los años 90 están de regreso: menemismo revistado y “pizza con champán” recalentada  

Series, realities, columnistas políticos, panelistas chimenteros que se creen dueños de la verdad revelada y una serie de biopics confirman, frente al fenómeno de la “memoria líquida”, que aquellos tiempos aciagos volvieron para quedarse

En la televisión abierta nacional, que vive por esto días en carne propia el fenómeno de la serpiente que se muerde la cola, hablan y hablan sin parar de lo que pasó en los años 90. Y lo reafirman con  mediocres análisis donde la grieta marca territorio, en programas ocupados por opinólogos/as de escasa formación que todo lo resuelven a los gritos y en 30 segundos y la rompen en Instagram, la meca informativa de este tiempo, con muchos de ellos que justifican cierres y despidos en el mismo medio en el que trabajan (entre otros), lo que se convierte, en medio de la presente contingencia socio-política, en uno de los tantos fenómenos inexplicables que una vez más le toca atravesar a la Argentina.

Pero el fenómeno es mucho más profundo. De la mano de un gobierno de derecha que, tal como lo anunció en la campaña y fue acompañado por el voto popular por la mayoría,  demonizó y dinamitó el Estado en todas sus formas, no es extraño que aquellos años 90 del menemato y sus privatizaciones con destinos inciertos, aquellos años muy Versace de colores rimbombantes y brillos, peinados alocados y ese lujo que siempre está más cerca de la vulgaridad que de cualquier otra cosa, estén de regreso y para quedarse como si se tratara de un lisérgico living lleno de espejos del programa de Susana Giménez donde se gesta un recuentro de viejos compañeros de andanzas que se ríen sin parar.

Y más allá de que el fenómeno de revisar esos años sea de algún modo la continuación de lo que pudo pasar antes con los dorados 80, es precisamente esa década siguiente la que marca el pulso, el latido más fuerte donde la farandulización de la política llegaba a su paroxismo con las chicas del medio que visitaban la Quinta de Olivos, entre otros lugares vinculados al gobierno del riojano, deporte de elite y farándula se mostraban con un par indiviso, la historia del jarrón y la droga y la dupla Coppola-Maradona que en octubre del 96 empezaba a llenar páginas de diarios, revistas (los había en papel) y los programas de tevé, con los recorridos de Samantha, Julieta y Natalia que no eran precisamente una nueva versión de las Trillizas de Oro.

El interés por, más-menos, aquellos años lo marcan las series en formato biopic de Monzón, Maradona (Maradona, sueño bendito, con una segunda parte en latencia), Coppola, el representante, un verdadero furor que va por una segunda parte; un par sobre la familia Menem, una sobre el malogrado Junior y otra sobre Carlos y Zulema y el primer mandato y, entre más, las que se vienen. Están en carpeta una biopic sobre Susana Giménez (habrá que ver si cuenta todo o los manda a criar gallinas) y otra, que se adelanta como una bomba explosiva, sobre Graciela Alfano donde, según anunció en estos días, dará detalles desconocidos de sus amoríos con Carlos de Anillaco, Diego Maradona y Mauricio Macri, es decir la ahora llamada Triple M, porque los fenómenos distractivos de revolver las sábanas de viejas alcobas siempre tienen un vuelto jugoso.

«Coppola, el representante», un fenómeno del streaming.

Hubo un cierre en la pantalla chica de aquella debacle que quizás comenzó en 1998 con la blonda conductora que ya festejó los 80 con el cura pederasta Julio Grassi reclamándole plata para la construcción de un hogar y ella, que la juntaba en pala en pleno uno a uno con unos juegos telefónicos de un 0600 con los que se hizo millonaria, preguntándole si pensaba construir un Sheraton.

De allí en más la cosa fue en picada hasta el 2001 cuando, en plena crisis, desembarcaron en Telefé las primeras dos ediciones de Gran Hermano en la tevé argentina (siempre se lo consideró un formato barato), en medio de una debacle económica poco conocida (aunque siempre se puede estar peor), lo que indica que no es casual que el formato, que por años estuvo ausente de la tevé nacional, haya regresado con tanto ímpetu y hoy casi no se hable de otra cosa más que de la violencia y el delirio que habitan encerrados en esa casa de cartón llena de cámaras, porque, claro está, la violencia siempre es de arriba para abajo.

No es otra cosa que uno de los tantos fenómenos distractivos de un medio que sólo hace negocios y poco le importa que las y los actores se hayan quedado sin trabajo con la ausencia casi total de la ficción. La televisión, ahora supuestamente sin pauta oficial, que no entendió que el On Demand llegó para quedarse gracias a una pandemia que encerró al planeta y puso a sus habitantes a mirar series en plataformas, con Netflix a la cabeza, atraviesa una nueva crisis mientras intenta retroalimentarse de eso que tanto daño le hizo.

Ya lo dijo alguna vez Sylvina Walger en su amado y odiado Pizza con champán, el libro de mediados de los 90 donde contó algunas cosas (todo sería imposible y/o peligroso) de la fiesta menemista de entonces, porque no hay duda que aquellos años fueron una bisagra en la historia reciente, en el contexto de estos cuarenta años de democracia y que, como pasa con la moda, todo vuelve, porque si de algo no hay duda es que los años 90, en términos políticos, mediáticos y hasta simbólicos, están de regreso.

Series, realities, columnistas políticos, panelistas chimenteros que se creen dueños de la verdad revelada y una serie de biopics confirman, frente al fenómeno de la “memoria líquida” (potencial hermana menor de la “modernidad” de igual nombre catalogada por el filósofo Zygmunt Bauman), que aquellos tiempos aciagos volvieron para quedarse.

Una vez más es tiempo de menemismo revistado y “pizza con champán” recalentada, con una botella de la espirituosa bebida espumante que quedó guardada en algún rincón de la alacena, ya casi no tiene burbujas y en lugar de haber capitalizado el añejado que supone el paso del tiempo, tiene una marcado gusto a rancio.

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