El paciente se sienta y le dice al psicólogo: “Doctor, tengo un terrible problema de doble personalidad. Bueno, siéntese que lo charlamos entre los cuatro…”. El viejo chiste se podría aplicar perfectamente con Ariel Creciente o, mejor, con su álter ego, Philippe Aricré, quien hace más de una década comenzó a coleccionar frases sueltas de sus pacientes, frases divertidas, reflexivas, raras, complejas, dramáticas, “en donde la lógica del que las dice contrasta con la lógica de quien las puede leer desde afuera”, apunta el psicólogo.
Especializado en sexología y trastornos de la ansiedad, como las fobias o ataques de pánico, Creciente, de 42 años, publicó en 2009 su primer libro Las experiencias terapéuticas del Dr. Philippe Aricré, un compendio con lo mejor que acumuló en más de 40 cuadernos Rivadavia y que hoy se pueden seguir en Facebook. En la biblioteca de su consultorio se codean autores como Liniers, Tute, Fontanarrosa y Quino con Freud y Lacan. Creciente es, además, un apasionado de la aviación y un eximio tirador de armas de puño. En uno de los estantes hay enmarcado un blanco con el tiro en el ídem y una gran fotografía lo muestra volando en planeador. “La gente no sabe que un hobby y alguna actividad física nos dejaría a los psicólogos sin laburo”, sonríe.
—¿Cuál fue el disparador para darle forma de historieta a un problema puntual de un paciente?
—Desde que fui estudiante me hice a la idea de que sería un trabajo donde hay un espacio de contención, de angustia, de temas complicados; sin embargo, también ocurrían situaciones muy graciosas, algunas reflexivas, otras enfrascadas en su propia contradicción, de plantear situaciones donde el paciente se pone barrotes cognitivos, de plantearse cosas imposibles, como dice una publicidad: “Quiero un hombre inteligente que no me gane nunca las discusiones”. O, como me dijo una chica hace poco, “no sé para qué insisto en que haga lo que yo quiero si en definitiva no me gustan los hombres que dicen que sí a todo”. Es decir, hay situaciones reflexivas. Así fui llevando un registro de frases, primero en una hoja, después en una libreta, después en un cuaderno, que terminaron siendo 40; llegó un momento en que me dije “hay que hacer algo con esto”. Así nació hace siete años Philippe, un nombre que se me ocurrió estando en una pequeña localidad suiza que se llama Nyon .
—¿Freud no decía que el chiste esconde otras cosas del inconsciente?
—Desde el psicoanálisis se trabaja el chiste como una de las vías para llegar al inconsciente. A partir del chiste una persona pone en palabras lo que no se atreve a decir de otra forma. A veces me ha pasado que cuando un paciente me dice una frase o situación y le muestro uno de mis dibujos y le explico que, en general, con algunos matices, las historias son siempre muy similares: problemas de pareja, relaciones laborales, problemas con un jefe, dificultades académicas. Si bien la psicología rescata la subjetividad de cada uno, cuando la persona se sienta y comienza a narrar su conflicto uno ya va captando a dónde va. Por eso al libro se lo dedico a mis maestros que me enseñaron la teoría y a mis pacientes que me enseñaron el oficio. El paciente es un gran educador y no sabe que uno aprende mucho con lo que dice.
—¿Cómo hace para que Philippe Aricré, frente al paciente, no esté más atento que Ariel Creciente?
—Me ha pasado que algunos pacientes me han dicho: seguro que esto que te dije lo vas a dibujar. Una chica me dijo, a manera de llamado solidario, para que lo dibujara: “Escribí por favor que todos los novios tengan crema de enjuague en sus baños, así cuando las novias vamos podemos bañarnos bien…”. Yo nunca había dibujado pero en base al trabajo de Quino o Tute me largué, pero siempre dando más importancia al texto. Igual, nunca expongo historias donde comprometa a la persona. Lo que yo hice, de juntar lo que mis pacientes dicen, lo puede hacer un taxista o un peluquero porque ellos, como nadie, escuchan a la gente.
—¿En una ciudad grande como Rosario hay angustias comunes en los pacientes?
—Me especializo en sexología y trastornos de ansiedad, como los ataques de pánico, fobias. Trabajo desde la psicología cognitiva, no necesariamente son casos drásticos, cuando la gente se escucha a sí misma toma una actitud reflexiva y se da cuenta de que no hay demasiado dramatismo en lo que relata y baja un cambio. Las personas que han nacido con una computadora enfrente de su cara, con un celular en la mano, con un control remoto con cien canales, todo esto a mediados de los 90, trajo una invasión de estímulos en la que muchas veces no nos dan los tiempos físicos reales para responder a eso. Hemos perdido espacios de gratificación, de contemplación, de sentarse en un bar solo a ver la gente pasar, de hacer actividad física o hacer una actividad que produzca placer como sacar fotos, dibujar o un deporte. A mediados de los 90 comenzaron los ataques de pánico, es decir, se incorporan elementos como los celulares con múltiples funciones que esclavizan a la persona. No en vano el nombre de Black Berry es como llamaban a los esclavos del sur de Estados Unidos por las grandes bochas negras a las que eran atados, a las que los amos blancos llamaban “cerezas negras”; y hoy es el nombre del teléfono móvil más usado. Antes si llamabas a la casa de alguien y no atendía nadie decías “bueno, habrán salido”; hoy, si llamás al celular y no te atiende pensar “uy, le pasó algo”, como si fuera obligatorio contestar.
—En los últimos años mucha gente se ha volcado a los fenómenos de autoayuda o filosofías orientales tipo Osho o Ravi Shankar, ¿esto conspira contra el psicoanálisis?
—Mirá, cuando salió Bucay la sociedad de psicología de Buenos Aires le daba con un caño, hasta que dejó de tener pacientes y se dedicó a escribir y a dar conferencias. Ahí no le dijeron nada más. ¿Qué era lo que criticaban de Bucay, sus conocimientos o la cartera de pacientes? Como decía Michel Foucault, “no hay discurso ingenuo”. Cuando en la década del 60 la psiquiatría y la psicología se disputaban quién era mejor, en realidad peleaban por los pacientes, hasta que se dieron cuenta de que no tenían nada que ver y hubo paz. Creo que hay que ser más amplios y si viene alguien con un discurso que le sirve a la gente y le hace bien, ¿cuál es el problema? Si un paciente me dice que quiere ir a lo del padre Ignacio, a mí me va a parecer perfecto, porque si allí encuentra paz, ¿quién soy yo para decirle que no vaya? El paciente tiene que estar bien, sea la técnica que necesite. La misma psicología tiene sus divisiones: los psicoanalistas, los cognitivos y si hay disputas entre ellos el paciente mira de afuera y no lo estamos ayudando.