Con la idea de restituir la dimensión del juego en infancias hipertecnologizadas y menos proclives al despliegue físico, el escritor, músico y docente Luis Pescetti propone en su libro Una que sepamos todos un repertorio de actividades lúdicas que recuperan el valor de la tradición oral y la música como estrategia de aprendizaje o instancia de acercamiento entre padres e hijos.
Musicoterapeuta y autor de la saga juvenil Natacha –cuya adaptación cinematográfica se estrenará el próximo 17 de mayo–, Pescetti se dedicó en los últimos años a rastrear juegos, trabalenguas y otras piezas maestras de un mundo analógico que palidece frente a la oferta omnipresente de pantallas: la idea es rescatar esa tradición y ponerla al servicio de las aulas y las familias para mostrar cómo es posible estimular la imaginación y el gusto por la música sin movilizar grandes recursos humanos o materiales.
“La escuela hace lo que puede. A veces se le exigen demasiadas cosas»
En Una que sepamos todos (Siglo XXI Editores), el escritor analiza algunos fenómenos del sistema educativo como la incidencia de una corriente “normalizadora” que tipifica las habilidades o comportamientos de los chicos y apura diagnósticos de “disfuncionalidad” allí donde antes había simplemente “un niño inquieto”.
Pescetti alerta también sobre una paradoja que tensa el aprendizaje y las relaciones: la propagación de una narrativa que hace foco en la diversidad y la inclusión y como contrapartida el miedo a ser diferente y al fracaso.
«A la vereda y el campito no le gana la tecnología, pero hoy quedaron fuera del alcance de los chicos»
El autor de Frin y Caperucita tal como se la contaron a Jorge también se refiere en su libro a los retos que tiene hoy la docencia.
“La escuela hace lo que puede. A veces se le exigen demasiadas cosas. Estamos hablando de un docente que tiene a cargo entre veinte y treinta chicos durante cuatro horas durante casi todo el año. A eso hay que sumarle que la tarea docente está hoy demasiado tutelada: por el director del colegio, por el inspector, por el grupo de whatsapp de las madres. No hay profesión que tenga como la docencia a alguien que le esté soplando la nuca todo el tiempo”, explica.
«Estamos en una época donde hay mucha normatividad. Y eso no es bueno. Los márgenes de lo normal son mucho más flexibles. Por eso la idea del juego es que el chico se descubra asimismo sin una presión de competencia o de repetir un modelo. Los chicos tienen que encontrar su propia voz”
Acerca de qué transformaciones sufrió el juego en las dinámicas familiares y educativas, el cantautor infantil señaló: “El juego, como todas las cosas en el tiempo, sufrió cambios y se trasladó a espacios más seguros. Todo el mundo le echa la culpa a las pantallas pero el problema es que cambió la relación con la vereda y la calle, que dejaron de ser espacios seguros y por lo tanto dejaron de ser transitados por los chicos. A la vereda y el campito no le gana la tecnología, pero hoy quedaron fuera del alcance de los chicos. Muchos responsabilizan por estos cambios a la tecnología pero la verdad es que si vivís en un departamento y tu hijo no puede bajar ni siquiera al almacén solo, el problema no es la tablet. El juego que antes estaba vinculado al despliegue en un espacio seguro mutó. Sí es cierto que a medida que la calle se iba haciendo más insegura, el entretenimiento facilitado por la tecnología se fue haciendo cada vez más complejo y atrapante”.
El humor es afecto
¿El humor es posible en todas las circunstancias?, Pescetti suele preguntárselo en sus libros y en sus shows, en los que intenta hacer gala de una elaboración sobre aquello que generará risas, desde la ironía, el desparpajo o el absurdo.
“Lo principal del sentido del humor es el sentido de la oportunidad. El mejor chiste si es inoportuno se trasforma en un mal chiste. Hay cosas con las que no se hacen chistes. El humor no es un bien en sí mismo que debe ser aceptado universalmente. Desde un lugar de poder no se pueden hacer un chiste o una ironía hacia alguien que no tiene los mismos recursos que vos. Cuando hay una relación asimétrica de poder no se puede hacer humor porque eso constituye abuso de poder. Ahora, en contextos de igualdad o desde abajo hacia el que tiene poder sí es posible, porque desarmás la autoridad del otro. Por eso el humor y la ética van de la mano. El humor tiene que ser una herramienta de afecto o de disolución de autoridad. No debe funcionar nunca como un atajo o un recurso para decir algo que a uno le cuesta enunciar”, refirió el músico y escritor.
Sin humor no hay autoridad
Sobre cómo se relacionan el humor y la ética, qué es lo que une a esas dos dimensiones, Pescetti explicó: “A mí se me hacen confiables las formas de autoridad que tienen cierto grado de humor. Las otras formas de autoridad se me hacen muy rígidas, por imponerse desde un lugar de poder. Quien tiene la capacidad de hacer humor sobre sí mismo se corre del lugar de poder. Es más ético. La autoridad sin humor deja siempre al otro en el lugar de receptor pasivo y coloca a quien ejerce la autoridad en un rol incuestionable”.
Freak o normal
El autor suele trabajar con el miedo y la frustración. Sobre cómo estas cuestiones pesan en los ámbitos socializados, apuntó: “Estamos en una época en la que por una parte recibimos mensajes constantes que nos invitan a ser nosotros mismos, pero la realidad demuestra otra cosa: apenas te salís un milímetro de lo establecido ya sos un fenómeno freak. Estamos en una época donde hay mucha normatividad. Y eso no es bueno. Los márgenes de lo normal son mucho más flexibles. Por eso la idea del juego es que el chico se descubra asimismo sin una presión de competencia o de repetir un modelo. Los chicos tienen que encontrar su propia voz”.