Hay eventos que se repiten hasta convertirse en tradición, ganándose un lugar de manera indiscutible a pesar de los vaivenes de toda índole que podrá tener la ciudad o la sociedad deportiva. Se imponen, toman peso propio y carácter de costumbre. La mejor de las costumbres.
El Encuentro Nacional de mini básquet es una de ellas. Ni vale la pena contar las ediciones, porque allí estarán año a año, en el fin de semana del día del niño o un poco antes o un poco después si algo intenta atentar contra su realización. Es que ya excede a clubes, a dirigentes, ya es cosa de padres y de chicos, que esperan la fecha, pactan recibir amigos y se preparan para brindar lo mejor de ellos, cualquieras sean sus posibilidades económicas. Se trata de ofrecer hospitalidad y forjar amistades. Sólo eso importa. Y el básquet es el contexto.
Durante un fin de semana, muchas veces largo, los mini se adueñan de la ciudad basquetbolera, dejan de ser el invitado de piedra de los fines de semana para tomar rol de protagonistas principales. Preparan sus camisetas, sus buzos, sus banderas y estandartes. Reciben a los visitantes de turno, las chicas y los chicos, porque todos tienen su lugar por lógica pura.
Mientras los padres saludan, los mini ya empiezan a jugar, en jornadas interminables de cancha en la que no se discute si hay otro deporte u otra categoría. Son los reyes del club, al menos en lo que dure el encuentro. Los visitantes hacen amigos y son recibidos en las casas de los locales, a veces de a uno, otras de a dos. Y allí claro, se forjan lazos más profundos, con juegos, la infaltable play de este tiempo y visitas de rigor. En Rosario, cada cual mostrará orgulloso si es de Newell’s o de Central. Es más, en Rosario y para algunos de los chicos del básquet, el día del niño quedará en segundo plano, porque el mejor regalo es tener nuevos amigos para divertirse.
El epicentro es el desfile y el acto en el Monumento a la Bandera, muchas veces con la lluvia como invitada y obligando a cambiar de escenario y trasladar todo el color, la batucada y las mascotas a un lugar cerrado. Pero la esencia es la misma y nada empañará el momento.
Se estrechan lazos a mantener vivos para siempre y recuerdos que se reavivarán al devolver la visita en cualquier punto del país. Y los que arrancan desde chiquitos tienen el plus de disfrutarlo varias veces. Con el paso del tiempo, cuando la competencia vuelve jugadores a los chicos o cuando los pibes y pibas deciden dejar de jugar, los recuerdos del Encuentro de mini quedan firmes, sin necesidad de fotos ni videos, porque los momentos de felicidad se graban, incluso cuando atraviesan la celeridad de la vida de un chico que no supera los 12 años.
Aquí en Rosario algunos recordarán la visita de Chapu Nocioni, de Carlitos Delfino, o de algún otro integrante de la Generación Dorada, mientras que muchos otros se escribirán por Facebook o WhatsApp con algún abogado, médico, o lo que sea que haya deparado el destino.
Por un fin de semana (o debería ser por siempre) sólo se trata de jugar y los más chiquitos son los dueños del básquet de la ciudad, sin falsedades, intereses, ni egoísmo. Y de ellos habría que aprender.