Los feminismos constituyen un movimiento social y político con demandas, hitos y luchas populares identificables que también disputan en el campo teórico, algo que se retoma en dos libros recientes como La fantasía de la historia feminista, un ensayo de la historiadora estadounidense Joan W. Scott, y Precursoras del feminismo, una antología de textos escritos entre 1786-1911″, prologado por la escritora y docente Tamara Tenenbaum.
La narrativa de los movimientos sociales suele implicar disputa y requiere un trabajo de investigación y memoria que en el caso de los dos trabajos recientes proponen alimentar presentándose como dos documentos para debatir y ampliar los debates que puede imponer la urgencia del presente.
En el caso de La fantasía de la historia feminista, Tenenbaum repasa paradojas, debates y desafíos en clave histórica pero lo hace desde una relectura crítica del concepto de género para proponer pensarlo como una categoría que implica un enigma o un dilema permanente.
Para la autora de Las mujeres y los derechos del hombre, «el género es una categoría útil solo si las diferencias son la pregunta y no la respuesta, solo si preguntamos qué se entiende por «hombres» y «mujeres» donde sea y cuando sea que miremos, en lugar de asumir que ya sabemos quiénes y qué son».
Referente de las reconstrucciones genealógicas del concepto de género, Scott (Nueva York, 1941) retoma en este libro, editado por Omnívora y traducido y prologado por Juan Ignacio Veleda, su llegada al estudio de la historia como hija de profesores de esta disciplina en la escuela secundaria a la que la política la convocó desde siempre.
«En nuestra familia, hacer política era la forma más evidente de «hacer historia»», señala la autora que también reconoce que «la política del feminismo no formaba parte» de su «herencia».
«Una cosa era tratar a las mujeres como compañeras en la búsqueda de justicia social y otra muy distinta parecía poner por delante de las luchas colectivas de trabajadores y negros, lo que en la historia socialista se representaba siempre como una campaña burguesa de derechos individuales», indica.
Pero fue su tarea para convocar a las mujeres en las comisiones acerca del estatuto en las universidades o en las asociaciones en las que trabajaba y el «extraordinario» momento de mediados de los 70 y 80 lo que la fue acercando a esa definición de feminista. Además hay algo que destaca en ese encuentro con su identidad feminista que fue «el tremendo placer» que encontró trabajando con mujeres.
De esta manera, Scott combina la discusión teórica, la relectura de Foucault o Derrida con sus vivencias personales, su llegada al estudio, el desarrollo de su camino profesional y las contradicciones de las decisiones que toma. En ese vaivén se van construyendo sus hipótesis y su propuesta de tomar al psicoanálisis de manera central para su trabajo, porque sostiene que revitaliza el concepto de género para los historiadores.
«El género ya no es simplemente una construcción social, un modo de organizar las divisiones sociales, políticas y económicas del trabajo según líneas sexualmente diferenciadas. Es en cambio un intento específico, histórica y culturalmente, de resolver el dilema de la diferencia sexual, de asignar un significado fijo a aquello que, en última instancia, no puede fijarse», plantea Scott y su libro ayuda así a desandar una teoría desde el trabajo con el archivo y la resignificación de postulados.
Ese intento por desandar une a este trabajo con otra publicación reciente: Precursoras del feminismo. Antología de textos 1786-1911, editado por Clave intelectual, con prólogo de Tenenbaum y editado y traducido por Gonzalo Torné, en el que se retoman nueve documentos que fueron dando forma al pensamiento feminista.
«Esta colección es también una excelente excusa para zambullirnos en el feminismo como algo que ya constituye una historia y una tradición teórica: es demasiado grande la tentación de creer que todo se inventa cuando una nace. Y resulta en cambio más rico reconocerse como parte de una comunidad que se mueve en el tiempo y en el espacio, que va creando un vocabulario conceptual para afinar cada vez con más precisión sus problemas políticos y filosóficos», destaca la autora de El fin del amor.
En esa línea Tenenbaum asevera que no se trata de textos superados, «porque la historia del feminismo no es una historia de una generación superando a la otra», e invita a leerlos como una trama que se sigue armando y no es cerrada.
«Leyendo a las filósofas que escribían en la época en que las mujeres eran ciudadanas de segunda, y algunas ni siquiera ciudadanas, hay algo que se siente lúcido y reconfortante, claro y distinto, la más maravillosa música del lenguaje de los derechos», advierte la columnista del DiarioAR y autora de la obra de teatro Una casa llena de agua.
Pero, ¿quiénes son las autoras de estos escritos? Una es Josefa Amar y Borbón (Zaragoza, 1749-1833), quien fue la primera mujer en ingresar en la Real Sociedad Económica Aragonesa y se recupera en este libro con el Discurso en defensa del talento de las mujeres, pronunciado en 1786, para demostrar que el intelecto no tiene sexo.
Entre las protagonistas también está Olympe de Gouges (Montauban, 1748-París, 1793) defensora de la abolición y la división de poderes y muy crítica de la política de Robespierre y Marat, lo que en 1793 le costó la cárcel.
Fue su propia defensora en un juicio arrasador en el que la condenaron a muerte. De ella se puede encontrar en esta publicación el preámbulo y los artículos de su texto más reconocido: la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía, de 1791, que es una ampliación de la Declaración de los derechos del hombre, de 1789, y es una defensa de la igualdad jurídica y legal de hombres y mujeres.
Y hay una argentina: Virginia Bolten, nacida en San Luis en 1870 y la primera mujer en dar un discurso en una concentración obrera, puntualmente en una empresa azucarera de Rosario en la que trabajó y donde además fue una militante anarquista, directora de dos diarios: La Voz de la Mujer y La Nueva Senda.
«Los anarquistas no quieren nada, señalan las necesidades que deben satisfacerse, las injusticias que deben suprimirse y las verdades que deben conocerse», escribía en uno de sus múltiples artículos periodísticos que recupera este libro.
Bolten fue detenida y luego expulsada del país, entonces su destino fue Montevideo, Uruguay, donde se abocó a luchar por los derechos sociales y especialmente el voto femenino. Volvió a Argentina en 1950 y murió en 1960.
Pero además de los textos de Amar y Borbón, De Gouges y Bolten, hay otros como el Discurso sobre la mujer, de Lucrecia Mott; la Declaración de los sentimientos y resoluciones de la Convención Seneca Falls, o el titulado ¿Acaso no soy una mujer?, de Sojourner Truth, entre otros.