En la calle no se escuchaba nada, estaba desértica. No pasaban colectivos, tampoco autos, tal vez alguna bicicleta despistada recorría el empedrado de calle Tucumán. Desde temprano por la tarde el clima ya era distinto. Se respiraba una mezcla de nervios, ansiedad y emoción. Se respiraba fútbol.
Cuando el resultado del partido finalmente dictaminó que el campeón de la Copa Argentina se definía desde los doce pasos, ese sonido se acrecentó. Ni los grillos se animaban a emitir sonido. Hasta que se escuchó un estallido. Un grito de desahogo que unificó a vecinos y vecinas del barrio de Pichincha y se hizo eco en todos los barrios de la ciudad. Automáticamente esas calles vacías y silenciosas se llenaron de autos y gritos.
“¿Vamos al Monumento o al Gigante?”, se preguntaban los hinchas que salieron a la calle a juntarse con la multitud que comenzó a salir de sus casas. Algunos conocidos y otros no tanto, eso no importaba a la hora de abrazarse y festejar que el equipo de sus amores había salido campeón. Muchos, por obra del destino y la mala racha de Central, por primera vez podían festejar un título.
Los autos iban en caravana para las dos direcciones. El Monumento fue uno de los epicentros, el otro el barrio de Arroyito.
Estacionar por la zona era una odisea, ni hablar de llegar a Génova. Era una marea de gente. Una marea azul y amarilla. Nadie se lo quería perder. Hubo encuentros y desencuentros por calle Avellaneda.
“Todavía no lo puedo creer”, fue una frase que se repitió mucho entre hinchas canallas que festejaron hasta el amanecer. También el “Dale Campeón”, por supuesto.
“Los penales no los pude ver”, dijo Marianela. Es que los nervios eran muchos, una nueva definición por penales y ésta, tal vez, la más importante. Se enteró del resultado cuando su novio le avisó y se unieron en un abrazo. Después se fueron para el Gigante.
Ahí también estuvo Teresa, que tampoco pudo ver los penales, cuenta que cerraba los ojos y pedía que Ledesma los ataje. Apenas terminó el partido agarró el celular y se comunicó con sus hijos. Algunos en Mendoza, otros en Rosario, todos festejando. Cuando llegó al estadio junto a su hijo Gabriel, hinchas desconocidos la abrazaban y le decían “vamos abuela”. No eran sus nietos, pero eso no importaba. Teresa, de 79 años, tampoco se lo quiso perder.
La caravana del Monumento y del Gigante se trasladó al Aeropuerto de Fisherton. El plantel campeón llegaba a las 4 de la mañana y los hinchas querían estar ahí. Ya era tarde y muchos tenían que volver a Rosario porque ayer se trabajaba y los festejos se hacían notar en el cansancio. Pero tampoco importó. El “que de la mano, del Patón Bauza toda la vuelta vamos a dar”, se hizo escuchar en la zona del Islas Malvinas.
Familias enteras, madres, hijos, hermanos, algunos llevaron hasta los perros al festejo que tuvo de todo: batucadas, banderas, fuegos artificiales y baile. También video llamadas por celular con aquellos que no estaban en la ciudad pero con los que se quería compartir la alegría.
Es que Central había ganado mucho más que un título, había vencido al monstruo de la desgracia. Y eso se tenía que festejar. Porque si alguien se lo merece, es el hincha canalla.