Desde que el ser humano como especie tiene conciencia la “noción de peligro” mutó en “reconocimiento de su fragilidad”. El ser humano sabe que es vulnerable, débil en determinadas circunstancias. Y este cambio dio lugar al surgimiento del miedo a sufrir por esa fragilidad o vulnerabilidad. Y esto significa, simplemente, que hay fuerzas, elementos, circunstancias, que se presentan efectivamente más poderosas que los recursos que se tienen para enfrentarlas. Sean armas, alguien descontrolado, tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas o cualquier hecho traumático. La vulnerabilidad es física y hasta biológica; pero también psicológica.
Para moverse libremente, en la vida como en la calle; se necesitan niveles mínimos de vulnerabilidad. Porque si son elevados, aquel miedo se maximiza, aparecen otros miedos colaterales y también las conductas de evitación para enfrentar situaciones (no salir de noche, no presentarse a los exámenes, no exponerse, no correr ni los mínimos riesgos, etc.). Un verdadero “estado de sitio” autoelegido.
La literatura y cine de terror juegan con ese miedo. Seres perversos, poderosos e increíbles juegan con y atacan a personas indefensas: se aprovechan de su vulnerabilidad y sobre todo de su indefensión. Atención a esta diferencia, que no es mínima.
Relacionado con este reconocimiento, se encuentra el tema de la inseguridad: ¿sensación de inseguridad o inseguridad real?. Hoy ya nadie duda de la respuesta. Las dos son verdaderas; la sensación aumenta a medida que la real se muestra. Lo social produce y modela lo psicológico. Y su poder es invisible muchísimas veces. La sensación de indefensión, por un lado; y el descreimiento y la necesidad ciega de creer por el otro; son dos ejemplos del poder de lo social, de su poder constructivo.
¿Cómo se vive en una cotidianidad de indefensión? Con miedos, preocupaciones y ansiedades. Miedo al futuro por la incertidumbre, inquietud porque no se vislumbra una solución y preocupación por los seres queridos, miedo a ser objeto de esa agresión, y hasta descreimiento y desesperanza entre otros: en síntesis, bajísima Calidad de Vida. ¿Cuáles serán los efectos de lo sucedido en la salud mental de los cordobeses? Esperemos que podamos conocerlos en los próximos meses, porque efectos seguramente habrá.
Sin suponer que es una exageración, podemos afirmar que los hechos de Córdoba se asemejan a la literatura o cine de terror: la impunidad y poder destructivo de un lado y la fragilidad e indefensión por el otro. Lo confirman los relatos escuchados de los que fueron víctimas de los saqueos.
Los hechos de Córdoba desnudaron muchos aspectos y caras de la realidad que estaban escondidos o invisibles. La indefensión se hizo tan visible que causó terror. Quizás es peor que los hechos de Río de Janeiro.
Esperamos no volver a ver nada igual, ¡ni en películas! Y esperamos no tener nunca papeles protagónicos, porque no hay garantías. De ningún tipo.
Alguien contó alguna vez que visitando una ciudad de otro continente vio en las calles policías de cartón como recordatorio de que no hay que incumplir las leyes de tránsito. Y funcionaba. ¡Qué lejos que está aquello de los hechos de Córdoba! ¡Que lejos estamos de algunas formas de equilibrio!
Las internas políticas, los juegos de poder, los daños colaterales; no son psicológicos hasta que afectan la vida cotidiana de las personas. Pero cuál es el problema, ¿o acaso las personas no son recursos renovables?. ¿Quién medirá estos efectos y los dará a conocer? ¿Hay alguna diferencia entre los hechos de Córdoba y la explosión de calle Salta? Muchas, pero la indefensión es la misma.
Por tanto, ésta es nuestra psicología cotidiana. Somos vulnerables y hasta indefensos, y parece que a nadie le importa los abusos que eso genera. Aprender a vivir con ello, parece la consigna. Y si la persona no puede defenderse sola, a embromarse. ¿Surgirán nuevas propuestas además de las típicas ya conocidas?