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Los hijos de Putin

Bueno, para muchos aquí el Mundial se acabó pero no es mi caso, y no sólo por el compromiso asumido como analista para este diario. Eyectada la Argentina, no les será difícil comprender cuál era mi segundo favorito para lo que resta del torneo, y vaya satisfacción me dieron los bravos muchachos de Stanislav Cherchésov al convertir en chatarra a los españoles de Hierro.

Debo confesar igualmente que, a diferencia de muchas de las autoproclamadas voces autorizadas en materia futbolística, lejos estuvo de sorprenderme la continuidad de los soviéticos en el certamen. ¿Alguien podría suponer que mi astuto tocayo Vladimir (Putin), siendo anfitrión de la Copa, se resignara a que la poderosa federación rusa que conduce con mano de hierro (nada que ver con el DT de España) quedara fuera de juego?

Claro que no, y no estoy sugiriendo a priori que haya mediado una mano negra o circunstancias poco lícitas para inclinar el resultado que se dio en el Estadio Olímpico Luzhnikí, pero sepan que nuestro hombre fuerte –que ya transita su tercer mandato consecutivo al frente de la ex Urss– ha puesto a disposición del cuerpo técnico y plantel una poderosa maquinaria estatal de infraestructura e información de estratégica utilidad a la hora tanto de potenciar fortalezas y neutralizar debilidades propias, como de escudriñar puntos flojos de potenciales rivales.

Conocí a Putin en los tiempos en que, tras graduarse de abogado con honores, fue rápidamente reclutado por el servicio de espionaje de la KGB, donde quien suscribe tenía a cargo parte de los cursos de capacitación inicial para ingresantes. Me cautivó siempre su vocación y eficacia en el oficio, y le perdí el rastro desde que, ya egresado de nuestro célebre Instituto Andropov, fuera enviado a la por entonces Alemania Oriental para asistir en tareas de contraespionaje.

Su misión allí quedó trunca por la caída del Muro, pero su obligado regreso a Moscú lejos estuvo de ser un escollo en su carrera, y por algo hoy está donde está. Nunca fue un amante del fútbol –su especialidad siempre fue el judo y el tradicional sambo, deporte de combate– pero no come vidrio: desde que la pelota se ha convertido en un gran negocio y ámbito de poder a escala global, allí ha puesto un ojo Vladimir, y es por ello que los jugadores de su selección lo quieren como a un padre. Habrá que estar atentos, entonces, a lo que hagan los hijos de Putin.

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