Search

Un predio usurpado al fin será barrio legal

Por: Guillermo Correa. Tras un largo y complejo proceso, 150 familias que habitan tierras que fueron de un quintero las comprarán.

“Esto es inédito: desde un punto de vista legal serían 150 intrusos que se reúnen para comprar una tierra que usurparon hace 15 años”, apeló al sarcasmo el abogado Roberto Cerana. Pero de inmediato corrige su propia descripción: es que de hecho, él mismo fue uno de los artífices que hicieron posible un proceso que lleva ya más de cinco años y que ahora al fin, tiene una salida a la vista: el punto final de una ocupación para que, con escrituras en mano, vecinos que vienen poniendo hombro con hombro terminen de hacer nacer lo que es y seguirá siendo su barrio. La historia, que por sus características es inédita aun en una ciudad-puerto que fue creciendo a los ponchazos, se escribe en Los Humitos, en el extremo oeste, al final de la avenida Rivarola casi al límite del municipio y donde nada figura en el mapa de la ciudad. Allí más de 150 familias que llegaron en su mayoría hace más de una década corridas por la crisis y con bolsillos vacíos hasta de esperanzas, están a punto de tomarse revancha comprando la tierra que pisan. Pero aunque parezca un cuento con final feliz, está lejos de serlo: avances, retrocesos, desembarco de punteros e incluso golpes y peleas fueron sólo una parte de una saga compleja, en la que el globo no se pinchó porque en cada paso que dieron –hacia adelante o hacia atrás– hubo siempre personas que no bajaron los brazos. Así llega a buen puerto el proceso que se inició hace un lustro y que involucró a los herederos del propietario original de la tierra, a los vecinos que las ocupan, a una ONG, al Servicio Público de la Vivienda, a otras áreas municipales, a las empresas Aguas Santafesinas y EPE y al Banco Municipal. Y por último al Concejo, que con todas las partes encaminadas estampó todos los acuerdos que se fueron cerrando, en una ordenanza municipal que declaró de “interés social” el emprendimiento.

En un mes y ya no más la firma de un documento será la clave para el futuro de más de 150 familias que, en no pocos casos, hace apenas unos años ni siquiera se conocían. Primero las unió la búsqueda de un lugar en el mundo para estar, y ahora las une la pelea porque ese lugar sea digno y propio. Y eso es lo que está a punto de ocurrir: ya todas las condiciones están dadas

Los vecinos

“A mí lo único que me interesa es vivir tranquilo”, se sincera José. “Siempre que tenga lo básico, lo indispensable, estoy conforme. Lo demás es vanidad”, completa. Pero ni él mismo hace caso a lo que dice. Es que desde el vamos, este vendedor ambulante que llegó a Los Humitos en 2001 corrido por un alquiler que no podía pagar, apenas pudo hacer pie empezó a remontar. Compró lo que estaba construido, pero no dónde: sabía que con la tierra todo iba a ser más difícil. Dos años más tarde nacía su hijo, y el lazo con el barrio se hizo definitivo. José habló con unos y otros, con los que estaban antes y con los que llegaron después de él. Y junto a cada vez más vecinos le dieron contenido a la idea que todavía entonces aparecía como imposible: comprar el barrio. “Nos empezamos a organizar y a tratar de hablar con alguien. Sabíamos que la tierra debía tener dueños, pero ni siquiera sabíamos quiénes eran”, cuenta.

Cuando la rueda empezó a funcionar, aparecieron punteros políticos. “Ellos viven de esto y les conviene que todo siga así. Para ellos es un negocio”, apunta.

La desconfianza y los desplantes le valieron hasta un ataque a golpes por parte del hijo de una puntera de la zona. Y con presiones de todo tipo, parecía que todo se iba caer. Pero entre tantas malas, apareció una buena: una organización no gubernamental que nada tenía que ver con Los Humitos pero había nacido a pocas cuadras de allí, se arrimó. Y los inquietos vecinos y la ONG tomaron contacto.

La Paloma

“Nunca fue fácil. Por momentos parecía que se caía todo”, recuerda ahora Silvia Tratzi. Aunque ella toda su vida vivió cerca, apenas a unas pocas cuadras de Los Humitos, el objetivo de su trabajo no estaba allí: Silvia está al frente de Paloma de Paz, una organización que se formó el 7 de diciembre de 1999, cuando la crisis que todavía no se había abatido con toda su fuerza sobre el país, ya lo estaba haciendo en el barrio: por entonces una chatarrería de avenida Rivarola cerró sus puertas y los cartoneros que vendían allí lo que juntaban no tenían a quién hacerlo. “Eran cerca de 400 familias que vivían de eso y de un día para otro se quedaron sin nada”, recuerda con amargura Silvia. Y ella misma en ese entonces comenzó con un trabajo social para intentar dar un remedio a la situación.

Cuando lo peor llegó, Paloma de Paz  resultó vital para los castigados habitantes de las últimas cuadras de la avenida Doctor Rodolfo Rivarola. Durante ese tiempo, la organización fue montando un comedor, una copa de leche, y organizaba distintos talleres de capacitación y trabajo. Un lustro después, el viento había cambiado en la ciudad, la provincia y el país. Y también en el barrio, pero las secuelas de lo que pasó estaban a la vista: las dos o tres familias que habían ocupado unas pocas parcelas de Los Humitos en los 80 habían pasado a ser más de un centenar. Y en 2007, la cuestión más urgente había pasado de laboral a ser sanitaria: un gran basural a cielo abierto aquejaba a los habitantes de lo que ya era un barrio hecho a la fuerza.

Paloma de Paz junto al programa Educar para Convivir pusieron en marcha una operación y los propios vecinos desplegaron un operativo de limpieza inédito hasta entonces. No era lo único que había cambiado entonces: ya casas de ladrillos reemplazaban a construcciones precarias en un síntoma más de que la realidad estaba cambiando: había trabajo.

Y entonces surgió mitad de los vecinos, mitad de Silvia, un interés nuevo: comprar la tierra donde se había asentado el barrio. Y allí apareció un abogado que conocía la situación de lo que alguna vez fue “la quinta de Dos Santos”, la tierra donde un portugués producía verduras y hortalizas antes de que la crisis y la edad doblegaran su esfuerzo, y antes de que la “prosperidad” empezara a devorarse los cinturones ecológicos con la presión inmobiliaria por un lado y la sojera por otro, dejando en el medio a familias que no pueden jugar en ninguna de las dos.

El abogado

Aunque prefiera hacerse a un costado, Roberto Cerana fue uno de los artífices de un proceso al que pocos considerarían creíble. Abogado de parte, unos y otros lo señalan como el “facilitador” de todo: una suerte de mediador entre ocupantes que no querían comprar y herederos que no querían vender. A los primeros los fueron convenciendo, no sin paciencia, vecinos como José, Felisa, Rafaela, Estela. O Marcela, “una señora mayor” que ya no vive en el barrio y que también puso el hombro para que todo llegara a buen puerto. Y a los segundos, él mismo. “Yo solamente me encargué de ir dándole una forma legal a lo que se intentaba hacer”, dice. Pero el abogado que hoy es parte de Paloma de Paz se ganó respeto entre unos y otros, y no duda en afirmar que hoy “la mayoría” de las 150 familias de Los Humitos están embarcados en la operación, a la que le encontró la vuelta: un fideicomiso, en el que los herederos de los terrenos suman las cinco hectáreas y media de tierra, y los vecinos el pago de cuotas mensuales durante cinco años. Aunque el diseño todavía no está terminado del todo, la idea es que se abra una cuenta en el Banco Municipal a cada jefa y jefe de familia para que depositen las cuotas de los lotes, que serán de entre 300 y 400 pesos. El problema es que se pide un pago inicial, de unos 3.000 pesos, y unos y otros están buscando una solución para vecinos que, aunque tienen voluntad de pago, no podrían afrontar esa cifra de un saque. Y además surgió otra dificultad: familias asentadas en donde habrá, cuando todo progrese, un trazado de calles, y la superficie de los lotes, que debía ser una excepción a lo que la legislación admite para la zona en cuestión. Y allí apareció el Concejo.

El concejal

Manuel Sciutto es titular del bloque Socialista, y fue el informante del proyecto que resultó aprobado por unanimidad el jueves anterior a la Semana Santa. Tanto los vecinos de Los Humitos, como la ONG Paloma de Paz dicen que dejó una traza entre el Concejo, la Municipalidad y el barrio de tanto de ir y venir, y se lo reconocen.

De su autoría es el proyecto que dio la puntada final al plan para que lo que comenzó como una ocupación termine siendo un barrio. La iniciativa, acompañada por unanimidad por sus pares en el Palacio Vasallo, declara “de interés social” la “intervención urbanística propuesta por el Servicio Público de la Vivienda” para Los Humitos en el marco de la normativa vigente. Dicho de otro modo, la construcción de un barrio hecho y derecho, con la progresiva mejora o llegada de servicios en lo que, pese a poblarse a ritmo sostenido desde la década de 1980, nunca había dejado de ser en los papeles un “asentamiento irregular” y por tanto un problema a resolver, tanto para los propietarios de los terrenos como para los que temían al eterno fantasma del desalojo.

Así, la ordenanza convalida el plan del SPV para “encauzar los procesos de ocupación informal y mejorar la calidad de vida de los vecinos”, además de reconocer su existencia formal, y más que eso: “El tiempo de radicación no sólo se evidencia en el alto grado de consolidación material de las viviendas, sino que además contribuyó a fortalecer los vínculos sociales que las familias fueron construyendo mediante la participación cotidiana en distintas acciones comunitarias, logrando una integración por fuera de la escala barrial”, dice el texto.

Coordinación

El proyecto aprobado, además, marca que el Programa de Urbanización de Interés Social de la Municipalidad será la herramienta para coordinar “las gestiones con los distintos actores involucrados, la ejecución de obras de infraestructura, el traslado y corrimiento de familias (para consolidar el trazado de calles internas y su alineamiento y conectividad con las exteriores) y la tramitación tendiente a la regularización dominial”.

Para ello, el segundo artículo de la normativa dejó creada la prolongación de una calle y la consolidación de un loteo que, aunque estableció un máximo y un mínimo, respetó en buena medida las superficies ocupadas por las familias que fueron llegando a Los Humitos. “La diagramación vial surgida de la propuesta de amanzanamiento y loteo contempla el alto grado de consolidación del tejido a la vez que beneficiará a la conectividad de la zona con el resto de la ciudad, permitiendo el acceso de distintos servicios comunitarios”, remarca uno de los considerandos de la normativa.

Así, se supone que en cinco años, cuando los vecinos hayan cancelado totalmente las 60 cuotas que tienen por delante y se hayan llevado adelante obras de infraestructura  por encima de la cota que permite la ordenanza –de arranque “condiciones mínimas de habitabilidad”– se habrá arribado, al fin,  a “una solución definitiva e integral a la problemática de tierra y vivienda en el sector”, lo que parecía impensable.

10