Los docentes, como cualquier colectivo de trabajadores, están expuestos a riesgos derivados de su actividad laboral que se definen como enfermedades profesionales.
Muchas de ellas han sido registradas con el tiempo como consecuencia de nuevas exigencias laborales, reclamos gremiales y hasta el propio reconocimiento del docente como trabajador.
Las enfermedades profesionales son las adquiridas en virtud de un trabajo realizado por cuenta ajena, que se encuentran reconocidas por el derecho. Junto a los accidentes de trabajo, integran un grupo de adversidades que se conoce como contingencias profesionales y se diferencian de las afecciones comunes.
Están expresadas en un listado que puede ser modificado por la aparición de dolencias que no estaban reconocidas. Esto parte de causales que están determinadas por las condiciones en que el trabajador desarrolla su actividad laboral. Entre las lesiones más frecuentes se encuentran las físicas, psíquicas, biológicas y químicas y están definidas por el tipo y contexto de trabajo en que se desarrollan.
En la Argentina, las enfermedades profesionales incluidas en el listado oficial son reconocidas por el Ministerio de Trabajo. Esto garantiza el derecho a licencias e indemnizaciones. Por otra parte, debe quedar establecido que el daño al organismo fue producido por la acción del trabajo, y no por una enfermedad preexistente.
La complejidad derivada de las enfermedades de la profesión es que el trabajo no es sólo el lugar donde una persona realiza su acción laboral. Es un espacio regulador y ordenador del individuo, donde, además, se establecen vínculos sociales que pueden determinar ocasionales daños físicos y principalmente psíquicos.
Desde sus orígenes, la escuela ha sido mucho más que un ámbito de trabajo. El mandato social, político y cultural puso el trabajo de los docentes en un plano laboral que excede lo puramente educativo. En este sentido, las enfermedades profesionales se diversificaron en cantidad y se hicieron tan complejas como difíciles de reconocer por los empleadores.
Por otra parte, el maestro forma parte de la comunidad, y como tal es afectado por todo el devenir histórico y social. Las crisis recurrentes en la Argentina rompen las redes de contención y derraman malestar hacia todos los sectores. Las aulas suelen ser espacios de catarsis y resonancia de fastidios que afectan la relación vincular entre alumnos, padres, maestros y directivos y complejizan la calidad laboral.
“La salud es un derecho social básico y universal y su apropiación es un camino hacia la mayor libertad del hombre. Hoy tendemos a pensar que una persona se enferma siendo parte de una comunidad donde vive (emergente). Una comunidad es parte de la aparición, desarrollo y término del padecer de una persona, del enfermar y del curar. También es su forma de morir. Los indicadores de salud muestran que los individuos menos favorecidos socialmente están más expuestos a enfermar y en tanto las sociedades posean su tejido social dañado, más sujetas están a ser cuna de patologías”, sostiene la psicóloga Mirta Videla.
Durante mucho tiempo, la dualidad de la profesión, entre una actividad vocacional desarrollada principalmente por mujeres cuyo sueldo “aportaba” al ingreso familiar y maestros que pasaron a ser único sostén familiar, ha llevado a los docentes a registrar su condición de trabajadores, y en este sentido, a reconocer enfermedades que antes estaban negadas.
La contradicción entre trabajo manual e intelectual también influyó en la manera en que el docente comenzó a recorrer el camino de su reconocimiento como trabajador. El mandato social e ideológico con que la escuela fue diseñada (educadora del pueblo, etcétera) puso a los maestros en una jerarquía social que, en un principio, los alejó de su condición de asalariados.
El profesor Sergio Nadur sostiene que “siempre ubicaron al docente como agente reproductor (más crítico o más conductista) pero nunca, jamás, lo ubicaron en el papel de trabajador”.
“Esto también se debe a una transmisión ideológica por aquello del tan machacado «espíritu sarmientino: la escuela como segundo hogar, y la maestra, como segunda madre». Este imaginario popular, que la sociedad tomó como cierto, hace negar la condición de trabajador que los docentes tienen”, añade.
Una adecuada salud laboral también tiene que ver con las condiciones de higiene y seguridad del lugar de trabajo. Las escuelas con carencias importantes como edificios derruidos, deficiencias en el agua potable, falta de sanitarios adecuados, instalaciones eléctricas precarias o condiciones de excesivo frío y calor en las aulas, atentan contra la salud de los trabajadores y su entorno, generando condiciones deficientes y hasta riesgosas de trabajo.
Otra situación de enfermedades profesionales generada en el ámbito escolar está relacionada con la jornada extendida de trabajo. La particularidad del docente es que su acción laboral no termina cuando sale de la escuela. El trabajo de corrección, preparación de clases, búsqueda de materiales educativos, etcétera prolonga el período de labor más allá de las aulas. Generalmente, ésta no es una responsabilidad reconocida, que no sólo extiende su horario laboral sino que reduce el tiempo de descanso al que todo trabajador debe acceder.
La salud laboral de los docentes también está vinculada con lo que se denomina el “local de trabajo”. Para muchos, el lugar de trabajo es múltiple y en ese contexto recorren varios establecimientos educativos para dar clases. Esta situación obliga al trabajador a readaptarse a los distintos lugares, agregando una cuota de estrés que afecta su salud emocional.
Un trabajo realizado por la Secretaría de Asuntos Sociales del gremio de los maestros de Santa Fe sostiene que la carga de exigencia mental en el trabajo adquiere cifras alarmantes, alcanzando niveles de estrés y depresión que se incrementan en aquellos docentes que pasan los 40 años.
“Una mención especial –dice el trabajo– merece el burnout o síndrome del «quemado», que es el tipo de respuesta prolongada a los estrés emocionales e interpersonales crónicos en el trabajo. No es una enfermedad, sino que caracteriza el tipo de respuesta, la cual se define operacionalmente como el resultado de tres componentes: agotamiento emocional (sensación de estar emocionalmente sobrepasado y de haber agotado los recursos emocionales), realización personal (sensación de logros y competencias en el trabajo) y despersonalización (sensación de una respuesta insensible y distante a los receptores del servicio, componente que es mejor conceptualizarlo como endurecimiento emocional)”.
El estudio señala como dolencias más frecuentes: los problemas de salud mental, salud en general y las enfermedades crónicas. Entre las enfermedades más comunes se encuentran los dolores de espalda, la angustia, el insomnio, las dificultades de concentración, disfonías, nódulos y várices. También son importantes las enfermedades estacionales como las gastritis, resfríos e hipertensión arterial, entre otras afecciones que genera el trabajo de maestro.
“Para el imaginario popular en general –sostiene el profesor Sergio Nadur– se considera todavía, y en forma errónea, que la profesión docente no entraña riesgos. La realidad demuestra que no hay nada más equivocado”.