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Los neoliberales y el mito de la bondad agroexportadora

A pesar de tener todas las pruebas en su contra, la prédica de la Argentina agroexportadora y la economía abierta siguen, sin embargo, gozando de buena salud.

Los argumentos del mito. La Argentina “granero del mundo” es una de las imágenes más utilizadas por los economistas locales para defender la aplicación de políticas neoliberales como la desregulación del comercio exterior, la apertura indiscriminada de las importaciones, la reducción de los impuestos al complejo agroexportador y minero y el recorte de derechos sociales y prestaciones previsionales.

El argumento de fondo es que los problemas del país comenzaron con la intervención del Estado y el relativo abandono del modelo agroexportador, primero tímidamente con el radicalismo, luego de manera algo más clara a partir de la década de 1930 con los gobiernos conservadores y finalmente de manera catastrófica con el peronismo. El futuro de grandeza que esperaba a la Argentina de las vacas y el trigo –cuando el ingreso per cápita era supuestamente similar al de Canadá o Australia– se habría perdido por culpa del avance de las ideas “estatistas” en las élites políticas, sumergiendo al país en una larga decadencia.

 

El mito y la realidad

Como ocurre con la mayoría de los mitos, no todo es ficción y hay una parte de verdad. En este caso, la trampa reside más que en los datos y los números en las relaciones causales que se establecen entre ellos y en las interpretaciones generales que se derivan. Efectivamente, el modelo agroexportador logró altas tasas de crecimiento que atrajeron a millones de inmigrantes y en unas pocas décadas transformaron de manera profunda al país. Estuvo sin embargo sujeto a fuertes crisis recurrentes –cuyos costos sociales suelen pasarse por alto– y si bien los márgenes de acumulación permitieron el surgimiento de una sociedad compleja y en muchos aspectos pujante, los niveles de desigualdad, la altísima concentración de la propiedad de la tierra y los patrones de inversión especulativos de las clases dominantes limitaron los alcances del “derrame” y generaron problemas estructurales profundos que se tradujeron en serios impedimentos para el desarrollo. Por tanto, la primera cuestión que se debe plantear a los defensores del mito es ¿qué tan virtuoso y sostenible era ese modelo agroexportador en el tiempo? y, más aún, ¿qué tan sólido era ya en las décadas de 1920 y 1930 cuando comenzaron a evaluarse otros rumbos?

Si bien sobre el primer punto no hay un consenso claro entre los especialistas, en cuanto al segundo se coincide mayormente en que ya después de la primera guerra mundial las dificultades de la economía argentina eran inocultables: se había llegado al límite del crecimiento horizontal (a través de la incorporación de nuevas tierras), la conflictividad social crecía y los cambios de la economía mundial generaban nuevos desafíos que el modelo no podía resolver. En consecuencia, las nuevas políticas de intervención estatal y los intentos por desarrollar un sector industrial más diversificado no fueron como sostienen los economistas neoliberales el resultado de ideas caprichosas y artificiales sino intentos por resolver problemas de fondo derivados del agotamiento de un modelo incapaz de seguir asegurando crecimiento.

En otras palabras, puede debatirse mucho sobre si los mecanismos ideados por los conservadores en los años treinta, como las juntas reguladoras, y las políticas industriales del peronismo fueron o no las mejores opciones, pero a condición de no perder de vista que esos ensayos eran el resultado de un modelo agroexportador agotado y de una estructura económica con hondos desequilibrios y tensiones en aumento.

Si no se tiene en claro esto se corre el riesgo de intentar repetir, tras el espejismo de un pasado mítico e idealizado, políticas económicas que son incapaces de generar empleo en los niveles necesarios, que se basan en una muy alta desigualdad social y que dejan por tanto afuera a una parte substancial de la población.

 

Las falsas comparaciones

Por otro lado, no es cierto que estadísticamente pueda establecerse una relación directa entre mayor intervención estatal, aumento del gasto público y deterioro de los indicadores sociales y económicos.

Por el contrario, el momento en el cual Argentina comenzó a quedar muy rezagada respecto de Australia, Canadá y otros muchos países, no fueron los años cuarenta o cincuenta –como sugieren los neoliberales– sino la década de 1970, precisamente después de la primera experiencia neoliberal durante la última dictadura militar. Las consecuencias devastadoras de esas políticas –que destruyeron parte del tejido productivo y generaron un nivel de endeudamiento externo enorme– condicionaron a fuego muchas de las iniciativas económicas posteriores.

 

Chocar con la misma piedra

En resumidas cuentas, podemos debatir mucho sobre qué políticas económicas deberían haberse implementado a partir de los años 20 y 30, pero está claro que, si se mira con honestidad intelectual la historia económica del país, el deterioro sustancial de los principales indicadores económicos y sociales no empezó con la intervención del Estado sino más bien al revés: con su retiro en la década de 1970 de la mano de los sucesivos ensayos neoliberales. En estos dos años, como señalamos previamente en una columna de opinión en este mismo diario (Balance de medio término en la economía de Cambiemos), el nuevo intento neoliberal vuelve a generar un nivel de endeudamiento alarmante para financiar la fuga de capitales y el déficit comercial, en un marco de aumento de la desocupación y crecimiento de la pobreza.

A pesar de tener todas las pruebas en su contra, el mito de la Argentina agroexportadora y la economía abierta siguen, sin embargo, gozando de buena salud.

(*) Docente en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Investigador adjunto del Conicet.

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