“La violencia no es algo intrínseco de las y los jóvenes, existen violencias de diferente tipo y en diferentes ámbitos. Es una cuestión relacional y multicausal que siempre debe ser contextualizada para poder intervenir”, afirmó el investigador del Conicet y especialista en sociología de la educación Pablo Nahuel di Napoli.
“La cuestión de la violencia es un fenómeno complejo, sus manifestaciones y sus causas son múltiples (por eso podemos hablar de violencias en plural). Fundamentalmente es un fenómeno relacional que requiere de ser contextualizado social, cultural e históricamente”, señaló di Napoli, sobre la relación de los jóvenes con la violencia. El debate sobre el tema tuvo como disparador la agresión que sufrió la semana pasada en Rosario el deportista Tiziano Gravier, hijo de la modelo Valeria Mazza.
Un mismo hecho puede ser visto como violencia en un contexto y en otro no
Sociólogo y doctor en Ciencia Sociales por la Universidad de Buenos Aires y autor de numerosos artículos científicos sobre problemáticas que involucran a las y los jóvenes, Di Napoli se explayó sobre si ese hecho era cotidiano o una excepción.
“El hecho es totalmente repudiable pero lamentablemente no es excepcional. A la salida de locales bailables, si bien no es cotidiano, suelen repetirse diferente tipo de trifulcas entre jóvenes. Tampoco es nuevo. Si nos remontamos, por poner una fecha, tres décadas atrás podemos encontrar este tipo de escenas. Ahora bien, cabe preguntarse por qué se producen estos hechos o situaciones de violencia. Claramente no tengo una respuesta para esa ambiciosa pregunta, pero puedo aproximar algunos ejes para pensar y actuar sobre este tipo de situaciones. La cuestión de la violencia es un fenómeno complejo, sus manifestaciones y sus causas son múltiples (por eso podemos hablar de violencias en plural). Fundamentalmente es un fenómeno relacional que requiere de ser contextualizado social, cultural e históricamente.
Lo que hoy se tipifica como violento, en el pasado pudo ser considerado como “normal” o “habitual”; un mismo hecho o situación puede ser visto como violencia en un determinado contexto o ámbito y en otro no; lo que algunos perciben como violento otros no lo experimentan de ese modo. Por ejemplo, decirle a alguien “tincho” o “negro” puede ser jocoso u ofensivo en función de en qué contexto se dice y entre quienes. Ahora bien, estas etiquetas no son socialmente equiparables por más que puedan formar parte de un intercambio amistoso o agresivo. La primera responde a un estereotipo cuyos atributos son socialmente hegemónicos (aunque pueda ser utilizada para menospreciar o agredir a alguien). En cambio, la segunda etiqueta suele estar compuesta por cualidades consideradas de menor valor social (aunque se pueda construir un emblema de la negritud). Asimismo, si bien estos motes son atribuidos a diferentes sectores sociales, ambos se utilizan entre jóvenes de un mismo estrato social para distinguirse o menospreciarse entre sí. Con esto justamente no busco relativizar la situación de público conocimiento ni banalizar la violencia, lo que quiero es advertir sobre la complejidad del fenómeno en cuestión. Lo que sufrió Tiziano fue un hecho de violencia física”.
Conflictos que son una lucha simbólica y subjetiva por el reconocimiento personal y social
Sobre qué significado se le puede dar en la actualidad a la violencia física entre jóvenes, el investigador apuntó: “La violencia física puede implicar muchas cosas: en términos interpersonales puede ser un acto por el cual someter a otra persona, puede ser un modo de relacionarse con otras personas o un modo de expresarse ante otros. La violencia puede ser un modo de tramitar un determinado conflicto o también puede haber violencia sin conflicto abierto previo, como aparentemente fue en el caso del hijo de Mazza. Pero pueden existir de forma latente antagonismos o tensiones construidas socialmente que en diversos contextos o por diferentes motivos pueden devenir en situaciones violentas, particularmente entre las y los jóvenes que hacen una apuesta subjetiva fuerte por el reconocimiento social entre pares y hacia las personas adultas. Este es uno de los ejes para entender los conflictos sociales e interpersonales. Estos conflictos son parte de una lucha objetiva, simbólica y subjetiva por el reconocimiento personal y social. “Muchas veces las personas adultas no le encontramos sentido a las disputas entre las y los jóvenes o les restamos importancia a los motivos de conflicto por los cuales emerge una situación de violencia.
Es necesario darle lugar a su voz y escucharlos para luego poder actuar. En las escuelas secundarias en las que realizo mis investigaciones docentes me comentan hechos en los cuales estudiantes se agarran a piñas de forma repentina sin antes haber mediado palabra. Pero la interacción social no pasa solo por el intercambio verbal, sino que también existe todo un juego de intercambio simbólico que se da a través del cuerpo con poses, gestos, outfits, actitudes y, por sobre todo, miradas. El cuerpo no sólo es un soporte para ver o ser visto, sino también es el foco donde se posan las miradas para (re)(des)conocer social e individualmente al otro (más todavía en un contexto de ocio nocturno como son los locales bailables). La mirada de los otros sobre las marcas corporales suelen ser parte importante de las pruebas a resolver con el objeto de ser parte de un grupo social o de quedar excluido. El sentido de la vista, y la mirada, atraviesa la sociabilidad juvenil y trae aparejado una serie de emociones. A través de la mirada se ponen en juego diferentes aristas de la individualidad: el reconocimiento como persona, la pertenencia a un determinado grupo y la construcción subjetiva de una identidad propia y social.
«Mirarse mal» es uno de los clásicos motivos para confrontar, pelearse o medirse entre jóvenes Lo que está presente en este tipo de conflictos es un sentimiento de superioridad e inferioridad en el marco de un juego social de reconocimiento y menosprecio. La dinámica conflictiva en torno a las miradas tiene la particularidad de incrementarse, por un lado, porque opera como un gesto abierto a la interpretación y, por el otro, porque busca resolverse a partir de la fuerza (física o simbólica), la cual puede conducir a una escalada de violencia”.
Sobre si los conflictos sociales potencian comportamientos violentos en la juventud, Di Napoli dijo: “El conflicto social es inherente a la condición humana (y no propiamente juvenil), el desafío está en cómo encausarlo para vivir juntos en sociedad. Este desafío se vuelve aún más difícil en contextos atravesados por fuertes desigualdades y polarización social. Cuanta más distancia social hay entre unos y otros se torna más difícil construir canales de comunicación para encauzar los conflictos porque se va perdiendo cierta sensibilidad (en términos de empatía y solidaridad) hacia y con el otro.
La pandemia también hizo mella en esta cuestión. No solo aumentó la polarización social entre los más ricos y los más pobres, sino que durante un lapso prolongado de tiempo se suspendieron las sociabilidades cotidianas que todos teníamos. La violencia no es algo intrínseco de las y los jóvenes, existen violencias de diferente tipo y en diferentes ámbitos. La violencia no es algo intrínseco de las y los jóvenes, existen violencias de diferente tipo y en diferentes ámbitos. Es una cuestión relacional y multicausal que siempre debe ser contextualizada para poder intervenir”, afirmó el investigador del Conicet y especialista en sociología de la educación Pablo Nahuel di Napoli.