La vida, decía el filósofo, no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla. Es cierto, pero no lo es menos que algunos hechos, sucesos, circunstancias, no sólo deben ser comprendidos, sino (y sobre todo) reflexionados. Porque si no es así, entonces la vida deja de serlo para convertirse en un mero existir o permanecer. Y a esta suerte de prólogo para una breve columna de opinión, a propósito de la corta vida de Candela, sigue la necesidad de reflexionar sobre algunas cosas. Por ejemplo, sobre una cifra que da escalofríos y conmueve: desde el año 2000 hasta el mes de junio de este año se “perdieron” en el país 6.456 chicos. Un cierto alivio, luego de leer el informe de Missing Children Argentina, es que la mayoría de ellos fueron encontrados. Sin embargo, y si se comprende que una vida tiene un valor que no puede ser dimensionado, y mucho menos por los números, la zozobra y la angustia no pueden evitarse cuando la estadística señala que, lamentablemente, en estos años cerca de 600 pequeños no fueron hallados, cerca de la mitad de los casos fueron cerrados y 77 de ellos aparecieron, pero muertos.
El cuadro se agrava cuando se asiste a las recientes declaraciones de dirigentes de Missing Children, quienes advierten que en lo que va de este año la desaparición de chicos se ha agravado en nuestro país: “Tres chicos desaparecen cada día”, remarcan. Por cierto, no se tienen en cuenta en estas estadísticas los casos puntuales de secuestros extorsivos o express de personas jóvenes y adultas.
Como es dable observar, el caso de Candela Rodríguez no es el único, aunque medios de comunicación y gran parte de la sociedad hayan puesto todo el interés en el secuestro y posterior muerte de esta inocente criatura de once años. Ella, desafortunada e injustamente, ha pagado con su vida por un hecho que se muestra, hasta el momento, bastante confuso, en tanto cobra fuerza la versión de que se trató de un ajuste de cuentas.
No era necesario ser experto en investigaciones delictivas para comprender que algo extraño ocurría detrás de este triste escenario. En más de una oportunidad la mamá de la chica salió por los medios dirigiéndose a los captores, a los que en determinado momento llamó “muchachos”, con una familiaridad y dando mensajes que hicieron reflexionar a más de uno. En el camino hacia el cementerio algunos allegados le recriminaron a la mujer no haber entregado el dinero que se le requería. La penosa realidad es que esta pequeña fue asesinada y nada pudieron hacer los investigadores. ¿Se les suministró toda la información que necesitaban? Ahora parece que la familia ocultó datos relevantes.
De paso, y como autocrítica, no está demás expresar que cierto periodismo no fue del todo responsable, porque en el afán de informar, de dar una primicia, no reparó en el hecho de que había una vida en juego. Hay quienes sospechan que en algunos casos hasta pudo haber habido intencionalidad política.
La verdad es que los secuestradores de Candela tuvieron a su disposición una suerte de “GPS” (algunos medios de comunicación) que les indicaban los movimientos y el camino de quienes investigaban. Desde luego, fueron algunos de estos últimos quienes permitieron que se deslizara información que acaso no debería haberse hecho pública para no entorpecer la acción investigativa. ¿Es que acaso no puede pensarse en que todo esto se convirtió en un desafiante show mediático e investigativo que enervó el ánimo de los criminales?
El país centró su atención en el caso Candela, pero no son muchos los que reparan que hay muchos más casos semejantes. En más de doscientas familias argentinas, hoy, todo esto se convierte en desesperación y angustia perenne. Para ser más precisos, 210 familias viven la pena de la desaparición de sus criaturas.
Se trata de la vida y de la necesidad de que autoridades y buena parte de la población, comprendan primero y luego accionen: robos, secuestros, delitos graves, inseguridad y temor en la gente. El triste suceso de Candela no puede olvidarse, pero tampoco el de tantos otros chicos secuestrados. Y para ir más allá, y poner punto final a esta opinión, sería oportuno no olvidar, tampoco, que cotidianamente la delincuencia secuestra la paz de casi todos los argentinos.