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Los peligros de la obsecuencia

Moralismo selectivo, análisis binario y lógica colonial

Sebastián Fernández

En 1902, el canciller del entonces Presidente Julio Argentino Roca enunció un principio de derecho internacional que luego llevó su nombre –la doctrina (Luis María) Drago– y que establecía que ningún Estado extranjero podía utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera.

Fue la respuesta diplomática al bloqueo a los puertos de Venezuela por parte de las marinas de guerra del Imperio británico, el Imperio alemán y el Reino de Italia exigiendo el pago inmediato de las deudas contraídas por el gobierno venezolano con empresas privadas de esos países y que el recién llegado Presidente Cipriano Castro cuestionaba.

La llegada de Hipólito Yrigoyen al poder no modificó la política exterior delineada por aquella doctrina. Durante su primera presidencia, el caudillo radical mantuvo una posición neutral frente a la Primera Guerra Mundial y, finalizada ésta, abogó por la igualdad entre naciones vencedoras y vencidas, a la vez que defendía el principio de no intervención.

El 6 de junio de 1936 –cuarenta y cuatro años antes de que Adolfo Pérez Esquivel recibiera el Premio Nobel de la Paz por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura cívico-militar– Carlos Saavedra Lamas fue el primer argentino e incluso el primer latinoamericano en recibir esa distinción.

El premio le fue otorgado al entonces canciller de Agustín Pedro Justo por su labor como mediador en la Guerra del Chaco –entre Paraguay y Bolivia– y por haber inspirado un acuerdo antibélico que luego llevó su nombre. Fue firmado en 1933 por la Argentina y Brasil y luego suscripto por otros Estados americanos y europeos, convirtiéndose así en un instrumento jurídico internacional.

El tratado condenaba las guerras de agresión y propugnaba el arreglo pacífico de las controversias internacionales de cualquier clase. Así, quienes propiciaron directa o indirectamente el derrocamiento de Yrigoyen en 1930 retomaron la misma doctrina que el líder radical apoyaba sobre los arreglos pacíficos entre Estados.

La Tercera Posición propuesta como doctrina autonómica por el Presidente Juan Domingo Perón en un escenario internacional marcado por la bipolaridad de la Guerra Fría fue una política coherente con aquella tradición nacional de no intervención y respeto a la autonomía de los Estados.

Hace unos días, las milicias armadas de la organización palestina Hamás (que controla la Franja de Gaza) lograron infiltrarse en algunas comunidades del sur de Israel matando, hiriendo y secuestrando a civiles y soldados israelíes, un hecho sin precedentes en la historia de Israel.

El ejército israelí empezó a bombardear a gran escala la Franja de Gaza como respuesta al ataque y el Primer Ministro Benjamín Netanyahu pidió a sus conciudadanos prepararse para una guerra “larga y difícil”.

En su cuenta de X, CFK se solidarizó con las víctimas: “Hoy por la mañana las imágenes de televisión nos devolvían violencia, muerte y desolación en territorio de Israel. Nuestra solidaridad incondicional con todas las víctimas y sus familiares. No aceptamos y condenamos, como siempre lo hemos hecho, todo tipo de violencia como método para resolver los conflictos entre países”.

La Vicepresidenta también recordó el contexto histórico: “Como ha sido la histórica y tradicional postura de Argentina, exhortamos una vez más a dar cumplimiento a las Resoluciones de Naciones Unidas, a los acuerdos de paz y a recuperar los ámbitos de negociación sobre el conflicto entre Israel y Palestina. En especial, sostenemos la necesidad de dar cumplimiento al “concepto de una región en que dos Estados, Israel y Palestina, vivan uno junto al otro dentro de fronteras seguras y reconocidas”, incluido en la resolución 1.397 (2002) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”.

El texto retoma la mejor tradición de la política exterior de la Argentina en lo que respecta a resolución pacífica de conflictos a través de acuerdos internacionales. La urgente solidaridad con las víctimas no impide recordar el origen del conflicto, que no es ni religioso, ni moral, como sostienen los medios serios y la oposición de Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza.

No se trata de una batalla entre el Bien y el Mal sino de una disputa territorial entre dos pueblos, representados en este caso por el Estado de Israel de un lado y las milicias de Hamás del otro. Disputa que, por supuesto, no justifica cualquier acción violenta, sólo le pone un contexto histórico.

Como era de esperar, la oposición criticó la toma de posición de CFK. Federico Pinedo, futuro canciller de un eventual gobierno de la ex Ministra Pum Pum, la consideró “dolorosa e indignante”. La solidaridad de la oposición de derecha y extrema derecha de nuestro país con las víctimas sólo incluye a las israelíes. El suyo es un relato sin contexto, que excluye tanto las resoluciones de la ONU como los reclamos palestinos, e incluso invisibiliza el origen del conflicto.

Al respecto, es bueno recordar la Declaración Balfour, documento fechado en 1917 en el que por primera vez el gobierno británico declara ver “favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío (…) quedando claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”.

El conflicto actual está resumido en esos dos objetivos que desde el 14 de mayo de 1948 –fecha en la que David Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel– no han podido compatibilizarse: la creación de un Estado judío en Palestina y el respeto a los derechos de los palestinos.

Obviar la historia y el contexto equivale a dejar de lado la política y la diplomacia como instrumentos para resolver conflictos e, incluso, para potenciar relaciones comerciales pacíficas con el mundo. En ese aspecto, Patricia Bullrich prometió sacar a la Argentina de los Brics si llegara a la presidencia: “Lo tengo muy clarito, Brics afuera”, afirmó en su sintaxis rudimentaria.

De esa forma, a la vez que Juntos por el Cambio propone “volver al mundo”, también elige privar a nuestro país de los beneficios de integrar un bloque que supera el 30 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) y representa el 18 por ciento del comercio internacional.

La razón invocada es evitar que la Argentina “convalide” la política exterior de Irán –país enfrentado a Israel– al compartir banca en el mismo foro internacional. En realidad, teniendo en cuenta que nuestro país comparte banca con Irán desde hace muchos años y en muchos otros foros, como la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso la Fifa, tal vez deberíamos renunciar a ellos e incluso devolver la Copa del Mundo para dejar en claro que no convalidamos la diplomacia iraní.

Javier Milei, el agitado de la motosierra, también prometió que la Argentina saldría de los Brics pero fue aún más lejos y advirtió que por razones ideológicas cortaría también relaciones con China y Brasil, nuestros principales socios comerciales: “Nosotros no nos vamos a alinear con comunistas. Nuestro alineamiento de geopolítica es Estados Unidos e Israel”.

La mezcla de análisis binario y moralismo selectivo con el que la oposición y nuestros medios serios explican un conflicto complejo y de vieja data busca reemplazar nuestra política exterior por un alineamiento estricto con Estados Unidos. Dolarizar nuestra economía, es decir entregar nuestra política monetaria a la Reserva Federal, forma parte de la misma lógica colonial.

El alineamiento apasionado con Estados Unidos en un momento en el que el mundo deviene multipolar, no sólo es una decisión torpe sino también peligrosa, con consecuencias imprevisibles. Basta recordar los terribles atentados en Buenos Aires contra la Embajada de Israel en 1992 y contra la Amia en 1994, en una época de “relaciones carnales” con Estados Unidos, según los dichos bochornosos del entonces canciller Guido Di Tella.

Paradójicamente, el kirchnerismo –tan denigrado por su oposición, que lo describe como autoritario, violento y alejado del mundo– es el único espacio que defiende una tradición nacional de autonomía política y resolución pacífica de conflictos entre Estados.

Del otro lado de la grieta, los liberales imaginarios proponen entregar con obsecuencia sobreactuada nuestra política exterior, nuestros intereses comerciales e incluso nuestra moneda a los designios de una potencia menguante, restringiendo esa libertad que dicen querer defender.

Asombros de una época asombrosa.

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