Heroínas
Dirección general: Juan Nemirovsky
Dirección de historias: Silvana Battocchia, Diego Bollero, Carolina Torres, Felipe Haidar, Alejandro Leguizamón, Dana Maiorano, Simonel Piancatelli, Soledad Murguía, Carla Tealdi, Natalia Trejo y Julieta Pretelli
Actúan: Noemí Asenjo, Marianela Chicón, Laura Copello, Sofía Dibidino, Laura Forla, Mariela Feugeas, María Lenci, Yanina Mennelli, Natalia
Pautasso, Mariana Pevi, Julia Piarucci, Clara Rajz, Car Rosso, Gisela Sogne, Romina Tamburello.
Confundidas pero extasiadas, exhibiendo con orgullo su condición, quince mujeres, quince actrices talentosas que prestan sus cuerpos a las historias de otras mujeres que vivieron mayoritariamente en el siglo XX, transitan una larga pasarela que, como en un viejo andén al que acaba de arribar un tren, llegan del pasado al presente y se enfrentan a un “limbo teatral” en el que todo podrá ser posible siempre a partir del relato. Son heroínas sin páginas de diarios, pero heroínas al fin, porque son, ante todo, mujeres con historias para contar, mujeres que vivieron, sufrieron, brillaron, cantaron, amaron, padecieron, rompieron reglas, escribieron, se ocultaron, desearon, callaron, desafiaron las normas imperantes y, sobre todo, tuvieron en claro que el futuro les pertenecía.
En el marco de la conmemoración por el Día Internacional de la Mujer, el centro Experimental Rosario Imagina repuso el fin de semana, por lo azaroso de la lluvia en el mismo espacio que lo vio nacer en julio del año pasado (el Gran Salón de la Plataforma Lavardén, cuando estaba programado en la Terraza de la Cúpula, adonde volvió recién anoche), Heroínas, más que un espectáculo, una verdadera proeza teatral, una performance, por la enorme cantidad de variables y tensiones que conviven en su puesta en escena, pero sobre todo por el riesgo que siempre implica romper con la barrera de la cuarta pared y llevar al límite el vínculo entre actor y espectador.
En el espectáculo, una idea del incansable Rody Bertol que implicó el auspicioso debut en la dirección general de Juan Nemirovsky, uno de los mejores actores de su generación, cada espectador es parte, en cada una de las funciones, de tres de las siete grandes historias que se relatan, todas teñidas de alguna estrategia narrativa que posibilita ese íntimo encuentro con el público (seis o siete personas por grupo) para que, en ciernes, se produzca el gran acontecimiento que supone el montaje en su totalidad, una propuesta que aún tiene mucho camino por recorrer porque admite diferentes versiones de sí misma y cambios que la potencian.
Las historias elegidas son las de Vivian Maier (1926-2009), una fotógrafa estadounidense aficionada que trabajó como niñera en Chicago durante cuatro décadas, sacó 100 mil fotos, reveló algunas pocas; Dora Diamant (1898-1952), actriz polaca que acompañó a Kafka en sus últimos tiempos; Susana Gricel Viganó, la musa que inspiró el tango de Contursi con música de Mariano Mores; Ada Falcón (1905-2002), cantante argentina de tangos que desarrolló una exitosa carrera a partir de mediados de la década del 20 y fue amante de Canaro; Rosa Campusano (1796-1851), activista afiliada a la causa libertadora durante la lucha por la independencia del Perú y amante de San Martín; Nina Berbérova (1901-1993), una escritora rusa conocida tardíamente, publicada a los 88 años, cuatro antes de morir, y Dora Ratjen (1918-2008), atleta alemana que participó en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 como mujer siendo un hombre.
De éstas, el grupo D, admite el encuentro con las actrices Clara Rajz, Romina Tamburello y Yanina Mennelli, cada una a su tiempo, relatando, merced a diferentes recursos dramáticos (notable trabajo de Tamburello en la supervisión y coordinación dramatúrgica), tres historias bajo la dirección, respectivamente, de Carolina Torres, Simonel Piancatelli y Felipe Haidar. Si la primera, como testigo privilegiado de la historia que relata, elabora su personaje desde la ambigüedad y la sutileza para desandar la vida y el final en el olvido de la enigmática Ratjen, atleta alemana que puso en jaque al nazismo con su identidad, y Menelli, oportunamente, aporta desde un ingenioso recurso narrativo las coordenadas para traer al presente, sin desentenderse de la ficción, a una seductora Rosa Campusano, “La Protectora”, la incondicional amante de San Martín, es Romina Tamburello quien logra un destino aún mayor con su personaje. Su imaginario comprende en el relato lo acontecido con Nina Berbérova, una escritora rusa famosa aunque conocida tardíamente, entre otras cosas, por narrar la vida de los exiliados rusos en París, que escribió un puñado de libros que recién vieron la luz a sus 88 años. En ese devenir, el de contar la historia del que escribe para que nadie lo lea, la actriz consigue no sólo como sus compañeras de grupo la empatía con los atentos espectadores, sino, y sobre todo, acceder a lo imprescindible: la conmoción del espectador para que pueda abstraerse del entorno y sólo escuchar el relato, acaso el mayor desafío que plantea la propuesta.
De hecho, más allá del desborde de público que implicó juntar espectadores de dos funciones por el temporal que irrumpió con furia el viernes por la noche, e independientemente que la lluvia y la tormenta conspiraron finalmente a favor, se volvieron a desafiar las reglas establecidas de una performance en la que el espectador entiende de inmediato el sentido y la búsqueda, pero durante una hora (tiempo total del montaje) se debe prestar al juego o se queda afuera. Sucede que en Heroínas (en su totalidad), prevalece la tensión inevitable entre el dispositivo y la intimidad; entre el fárrago de mujeres (actrices) que atraviesan el plano de la ficción para el adentro de la historia mientras los ecos del entorno simulan una gran “confesión colectiva”, una bruma sonora que en ciertos pasajes se vuelve distractiva.
Más allá de eso, la propuesta de Rosario Imagina, colectivo que conoce de grandes desafíos (basta recordar Lo mismo que el café o Artificio Casamiento, de similares características), sirve también para poner en valor el enorme talento de dos o tres generaciones de actrices locales que, claramente, dejan expuesta su superioridad por encima de los hombres, al tiempo que el espectáculo permite convivir a nuevas generaciones de actrices, por ejemplo, con la experimentada Laura Copello, cuya sola presencia en el profuso espacio escénico y en las escenas corales se convierte en un gran atractivo. Más allá de que falten otras talentosas mujeres de la escena rosarina, suma al universo sonoro la inconfundible voz en off de Paula García Jurado, en un relato que habla de historias de mujeres unidas por necesidades y desamparos frente a un público cómplice que hilvana una suma de sucesos, se sorprende o se aquieta, pero que siempre es mirado a los ojos.