Los saqueos persisten en el imaginario como una forma de protesta asociada con los picos de conflictividad social de los últimos 30 años, aunque su origen remite a las luchas por la Independencia y se extiende a los tiempos de consolidación democrática, según rastrea La larga historia de los saqueos en la Argentina, un texto coral sobre los disparadores de esta práctica que canaliza emociones y rédito material.
Tan recurrentes se han convertido estos sucesos en el devenir argentino que en enero pasado se daba cuenta de las negociaciones que había llevado adelante el gobierno de Mauricio Macri para desactivar la amenaza de asaltos masivos a comercios cerca de fin de año: los saqueos están tan naturalizados en la agenda pública como los piquetes y los cacerolazos, pero su lógica y sus alcances son mucho menos asequibles que esos dos emergentes contemporáneos del malestar social.
La larga historia de los saqueos en la Argentina, un ensayo multidisciplinario compilado por Gabriel Di Meglio y Sergio Serulnikov, inscribe esta práctica en un proceso que involucra propósitos y actores sociales múltiples, desdibujando la mirada clásica que la vincula exclusivamente con sectores marginales en contextos de hiperinflación, desocupación o desamparo estatal.
En esa línea se leen los episodios perpetrados en 1930 y desde 1953 a 1955, que en el libro aparecen contextualizados como parte de las tensiones que acompañaron el surgimiento de los dos partidos políticos más significativos del siglo XX, el radicalismo y el peronismo. En ese marco, la protesta surge como “un intento de erradicar la memoria del otro, una pedagogía de la alteridad”.
Fenómenos híbridos
“En su origen, fueron manifestaciones de violencia política vindicativa en un contexto donde las reglas básicas, elementales, del sistema político estaban en discusión. Se trata de una violencia iconoclasta forjada en torno de los antagonismos engendrados por los nuevos regímenes de legitimidad que emergen al calor de fenómenos como la plena implementación de la ley Sáenz Peña, la sociedad de masas, la emergencia de partidos populares mayoritarios, la industrialización o el lugar de los poderes fácticos en el diseño de las políticas públicas”, dice Di Meglio, investigador de Conicet y director del museo del Cabildo.
Los investigadores identifican otros dos núcleos históricos atravesados por este tipo de manifestaciones sociales: las acciones desplegadas por fuerzas militares en plena lucha por la Independencia y finalmente los eventos de 1989 y 2001, que además de contribuir a la interrupción de dos gobiernos constitucionales provocaron la visibilización de un fenómeno surgido a fines de los 70: el crecimiento de la pobreza a gran escala, “sin demarcaciones espaciales rígidas y sin horizontes de superación, como fruto del agudo proceso de desindustrialización y el desguace del Estado”.
“Los saqueos, a diferencia de formas institucionalizadas u organizadas de protesta como las huelgas o los piquetes, son fenómenos híbridos, complejos, de significaciones múltiples. La protesta se actualiza en el mismo acto que se satisface una necesidad imperiosa”, afirma el historiador Serulnikov, doctorado por la State University de Nueva York y actual director de posgrado en Historia de la Universidad de San Andrés.
—¿En qué momento los saqueos se incorporaron a la agenda como una variable disponible para presionar a los gobiernos?
—SS: Sin duda, 1989 es el punto de partida. Fue la primera vez en la Argentina contemporánea que surgen saqueos masivos a comercios por motivos económicos. Lo que hasta entonces conocíamos, limitándonos al siglo XX, eran los saqueos vinculados con la caída de los gobiernos radical y peronista en 1930 y 1955, es decir como expresiones de violencia política vindicativa. Por un lado, los episodios de 1989 marca la aparición de un actor social del que no se tenía hasta entonces un claro registro como fuerza política con peso propio, esto es, los nuevos pobres: trabajadores pauperizados, desempleados o precarizados que habitaban los otrora pujantes cordones industriales de las grandes ciudades, especialmente Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Era un pobreza cuantitativa y cualitativamente distinta a lo que hasta entonces se reconocía como tal, que era, en esencia, las villas miserias y los tradicionales bolsones de pobreza como las provincias del NOA. Por otro lado, irrumpe una modalidad muy específica de acción colectiva que son los asaltos a comercios.
—GDM: Es la época, y después también se piensan los saqueos de 1989 como un episodio aislado, un subproducto de esa coyuntura excepcional que fue la hiperinflación de los últimos meses del gobierno de Alfonsín. Hoy sabemos que no fue así. Si es cierto que reaparecieron con el nuevo brote hiperinflacionario de los inicios del menemismo, comenzaron también a hacerlo en contextos muy distintos, como las puebladas del interior (como el Santiagueñazo en 1993) y por supuesto, en escala mucho mayor aún, en 2001, donde el problema no era la hiperinflación sino la brutal recesión, el desempleo de dos dígitos, el corralito y demás.
—¿Hay una relación posible entre el saqueo perpetrado por sectores populares y hasta medios en ciertas circunstancias y los episodios de malversación o corrupción en los que incurre la dirigencia política?
—GDM: Si la idea es que la lógica detrás de los saqueos es “como los políticos, las policías y los dirigentes barriales roban, nosotros también robamos”, la respuesta es no. Tanto en 1989 como en 2001 hay muchas evidencias respecto de que los participantes hicieron lo posible por restituir las bases morales de sus acciones, precisamente diferenciando el saqueo colectivo del mero robo, de un acto delictivo. En 1989, por ejemplo, era bastante común que la gente se quedara después del pillaje, si las circunstancias lo permitían, para explicar a periodistas o quien quisiera escuchar los motivos de su conducta. Lo hacían por supuesto a cara descubierta. Numerosas veces se intentaba negociar la entrega de alimentos pacíficamente.
—SS: Hay evidencias de comercios en donde la gente se abstuvo de tomar mercaderías que no fueran alimentos, incluso a veces el dinero de las cajas. Por supuesto que hubo muchas otras en que no fue ese el caso, pero dada la oportunidad única que ofrece una situación de este tipo y las carencias materiales de los saqueadores, lo llamativo no es que hubiera gente tomando electrodomésticos u otros bienes de valor sino que tantos otros se refrenaran de hacerlo.
—¿Los saqueos se dan siempre en contextos de anomia social?
—GDM: No hay duda de que los saqueos tienden a aparecer en situaciones excepcionales, tales como guerras, revueltas y revoluciones, catástrofes naturales, hambrunas y grandes penurias económicas, o momentos de extrema tensión social, como los hechos de violencia racial en EE.UU. desde los años sesenta hasta nuestros días. También lo hacen por ejemplo en ocasiones donde se debilitan los mecanismos de control, por ejemplo el prolongado apagón de electricidad en Nueva York en 1977 o los saqueos ocurridos tras la coronación de los Chicago Bulls, el equipo de la NBA, en 1992. Ginzburg dice que este tipo de manifestaciones de violencia no significaron para nada la interrupción de los valores imperantes. Por el contrario, sacan a la superficie conflictos fundamentales que, por otros medios y de maneras más o menos socavadas, impregnan las relaciones entre distintos grupos sociales en momentos de normalidad. Son una suerte de megáfonos de conflictos subyacentes, sea en torno de la distribución de los recursos económicos, a las concepciones de propiedad, a tensiones étnicas o raciales o a antagonismos políticos intratables por medio de los canales institucionales establecidos. Así, los saqueos son lo opuesto de la ausencia de valores.