El pelo cumple dos funciones: protección y estética. Gladys Morales se dedica al arte de fabricar cabelleras desde hace más de 40 años –trabajo que requiere de “inagotable paciencia”–, de habilidad para el tejido de las finas hebras, de prolijidad y algunos secretos. De allí empieza una cadena y, entre pelo y pelo, se tejen historias por razones estéticas, excentricidades, deseos de belleza y también por necesidades para paliar los efectos de tratamientos médicos, como la quimioterapia.
—¿Cuándo empezó a trabajar en este oficio?
—Empecé a los 22 años; lo primero que aprendí fue a hacer pelucas de mujer, después me enseñaron a implantar pelo por pelo, con una lupa. Se hacían de todos los colores. En Rosario muy poca gente se dedica a este oficio. Y empecé en Buenos Aires, en pleno auge de las pelucas.
—¿Cuándo volvió a Rosario?
—Estuve trabajando cinco años en Buenos Aires y cuando volví fui a averiguar a una perfumería reconocida, si conseguía agujas de implantar, y conocí a una mujer que trabajaba allí, me pidió el teléfono y fue con la primera que comencé a trabajar en Rosario durante muchos años. Ella hacía postizos pero no tenía gente que implante a mano. Un día una persona vino a mi casa y me dijo que una amiga mía le había dado mi dirección y así empezamos a trabajar juntos; todavía seguimos siendo amigos. Sólo a una persona me acerqué a pedirle trabajo, las demás me vinieron a buscar.
—¿Su familia se dedicaba a esto?
—No. Mis hijas aprendieron este oficio con sólo mirar, una de ellas trabaja conmigo. Siempre trabajamos para terceros y de esa manera no te reditúa tanto como si trabajaras sola. Todo lo que hacemos mi hija y yo es en forma manual, todo artesanal.
—¿Qué es lo que pide la gente?
—Parecerse a Susana (Giménez) y a Moria (Casán). Hubo una época que fue el furor de Susana, cuando en una época, tenía una raya pronunciada, ahora está la época que quieren tener el mismo pelo que Mercedes Morán. Las pelucas se pueden hacer enteras o implantadas, todas son elastizadas y tienen un ganchito de agarre, a diferencia de los postizos y las extensiones que van con peineta.
—¿Dónde consigue el pelo?
—Lo compro en Buenos Aires, pero los traen de Salta, Formosa, Bolivia. Hay bancos de pelo, gente que vende exclusivamente pelo y se encargan de cortar el cabello, lo entregan preparado, limpio y terminado. Hay personas que se encargan de encontrar a gente que tenga pelo largo.
—¿Cuánto cuesta comprarlo?
—Aproximadamente 2.500 pesos el kilo.
—¿Cuál es el proceso para que el cabello esté en condiciones?
—No se tiene que mezclar la raíz de la punta. Si el pelo tiene menos de 30 centímetros, no sirve para trabajar, es para un flequillo, por ejemplo.
—¿Para qué la gente pide pelucas, extensiones o postizos?
—Por estética y por enfermedad. Conozco a niños que sufren de alopecia o calvicie, que es la pérdida parcial o total de pelo en varias partes del cuerpo y trabajamos mucho con gente que se hace quimioterapia, rayos. Hay gente que no se adapta, le incomoda, les cuesta, y después de un tiempo te dicen que la aceptaron y que les quedó divino. También vienen muchas personas que trabajan de transformistas, muy reconocidas, con las cuales tengo muy buena relación. Es un trabajo que te hace conocer a mucha gente, te da alegrías y tristezas. En determinadas circunstancias, es más fuerte el tema de la peluca que la misma enfermedad.
—¿Qué anécdota recuerda?
—Yo alquilo el departamento donde vivo y no tenía garantías propietarias. Y en una oportunidad, hablando con una mujer, que la hija era clienta mía, me empezó a contar cómo la peluca le había cambiado la vida a su hija. Y hoy, ella es garantía de mi casa.
—¿Hasta cuándo le gustaría trabajar de esto?
—Imagino que me voy a quedar sentada en la silla hasta el último día de mi vida, me apasiona lo que hago. Si no tengo nada que hacer, doy vueltas por toda la casa y siempre termino acomodando pelos, preparando una base o tejiendo, pero siempre en esto, no con otra cosa.
—¿Le gustaría enseñar el oficio?
—Sí, sería muy gratificante, los transformistas me piden que les enseñe, ellos son muy detallistas. Uno puede encontrar en cualquier esquina un taller de costura, un zapatero, pero si se busca este oficio hay pocas personas que lo hacen. Lo más valioso son la aguja y las manos.