Jorge Coscia es cineasta, escritor, militante y fue secretario de Cultura de la Nación. Se conoce más su perfil de realizador que el de narrador, faceta, esta última, que ha transitado como investigador y ensayista dando títulos como Juan y Eva y El Bombardeo, y ahora, como autor de ficción, acaba de publicar La caja negra, un thriller vertiginoso que bucea en universos tan disímiles como el aeronáutico, a partir de un accidente aéreo y la consecuente investigación de su caja negra y las religiones africanas afincadas en Brasil. Hieratismo y voluptuosidad, racionalismo como método de búsqueda y misterio como latencia rodeándolo todo. Mundos distintos que se atraviesan en busca de resultados que siempre están un poco más allá de la apariencia. La nueva novela de Coscia describe las vicisitudes de un ex piloto militar norteamericano que inventó una caja negra con cámaras –algo que no existe todavía para los aviones aunque sí para los trenes–, que se suma al sistema de grabación de audios que tienen esas cajas, con la intención de registrar imágenes de los momentos previos al desenlace fatal de un avión que sufre un accidente y cae. La investigación lo llevará a San Salvador de Bahía de Todos los Santos, en cuya costa cayó el avión, lejos de su Texas natal, donde se topará con un mundo con sus propias leyes y coordenadas y donde su existencia, literalmente, se verá inmersa en una serie de sucesos tan violentos como conmovedores, suspenso, erotismo y magia incluidos.
A Juan Sasturain, quien escribe el texto de contratapa de La caja negra, esta novela le trae ecos de Joseph Conrad y de Somerset Maugham, entre los escritores sajones y afectos a situar al hombre occidental en la exuberancia de mundos desconocidos, y también del brasileño Jorge Amado en las descripciones de esa mística que todo lo empapa en el país tropical. Por último, saludando la osadía de Coscia en la senda emprendida y en el verosímil fantástico del final, dice que Cortázar firmaría esta novela. No es exagerado, algo de la respiración de estos autores se cuela en La caja negra y su autor reconoce y admite esas influencias.
—¿Cómo surge la idea de “La caja negra”, de la aviación, de la aeronáutica?
—Es una idea anterior a las otras dos novelas (Juan y Eva y El bombardeo), y en un momento pensé en que el núcleo temático podía ser una película, pero eso quedó en el camino y decidí hacer una novela que también quedó en el camino y que retomé luego de publicar El bombardeo.
—“La caja negra” es una novela muy gráfica en ese sentido, si uno quisiera transformarla en un guión podría perfectamente, es muy cinematográfica, incluso describís los planos en la cabina.
—Sí, a mí me divierte cuando leo algún fragmento imaginarme cómo filmarlo pero no es mi intención filmarla yo. La caja negra es como una ficción, me sorprende que todavía no se haya desarrollado un sistema que además del sonido grabe también la imagen, vivimos en una época en que todo se filma y uno de los disparadores de esta trama es que se filma la muerte, la caja negra nunca se abre salvo que haya un accidente y en muchas cajas negras se han escuchado diálogos de difuntos; para escribirla, cuando inicio la investigación, leí los audios de cajas negras de accidentes reales y también tripulé el viejo simulador de Aerolíneas Argentinas, al mismo tiempo que trabajé con pilotos y con expertos.
—Hay mucha data dura en el libro que te deja pensando acerca de todos los factores que intervienen en un vuelo.
—Si uno lee bien probablemente esta novela te haga perder el miedo a volar, porque la tragedia se despliega desde un lugar distinto. Cuando uno conoce la mecánica y la física del vuelo ve que es tan certera y falible como un piso que te sostiene, es decir el principio que sostiene un avión es físico: mayor densidad de aire en el ala y arriba y potencia de motores, el avión es el medio más seguro de viajar aunque siga siendo extraño que “monos caminadores de praderas” como somos todavía viajemos a 12 mil metros de altura.
—Eso está en las reflexiones del protagonista y por otro lado hiciste una muy buena recopilación de datos de grandes y antiguos vuelos, como el del Hinderburg, el dirigible tipo Zeppelin.
–Es que el primer accidente filmado fue el del Hinderburg, cuando se incendia en la costa de New Jersey, no está filmada la cabina por supuesto pero es el primer accidente aéreo que se filma por completo. La novela nació de un sueño: soñé con un piloto en una cabina que hace algo inesperado para alguien que se está por estrellar en un avión de línea, porque es un avión grande, intercontinental, y ubico la trama a fines de los noventa porque supongo que hay actualizaciones que no hice; el accidente ocurre frente a la ciudad de San Salvador de Bahía de Todos los Santos y conforma el disparador de la trama porque hay dos mundos en juego, el mundo previsible, tecnológico y otro nuevo, misterioso con el que se encuentra el investigador norteamericano.
—¿Necesitaste bajar la acción de la novela a un espacio latinoamericano?
—Nunca pensé en otro lugar que no fuera San Salvador de Bahía. Puede ser raro que un argentino ponga como protagonista a un norteamericano, pero no tanto porque también lo hace Sasturain con El último Hammet y lo hizo también (Osvaldo) Soriano con Triste, solitario y final. Cuando lo escribí no pensé en ellos, pero sí en una novela que admiro muchísimo, El americano impasible, de Graham Greene, que es una novela contada por un periodista inglés, un hijo del viejo imperio colonial, y donde aparece el americano impasible, un norteamericano que llega a Vietnam en 1955, en la etapa de liberación de ese país del yugo francés. El americano llega allí con certezas absolutas y es genial esa novela porque se anticipa la derrota norteamericana en Vietnam, cuando uno lee la novela se da cuenta que Greene vio que los yanquis no iban a entender eso e iban a perder, el norteamericano llega con la certeza del destino manifiesto y entonces el viejo zorro colonialista británico dice que eso no va a andar, ese inglés es un hiperadaptado, fuma opio y mira todo sin pasión, es lo que los imperios coloniales han generado y que muy bien reflejan tipos como Conrad: la seducción de un mundo incomprensible, porque se supone que nos colonizan pero es relativo porque por ejemplo la música de Los Beatles tiene ritmos de todo el planeta y hay una ida y vuelta en este choque de culturas. En mi caso, gran parte de mi familia vive en Texas, que es la ciudad de donde viene mi personaje protagónico y ese lugar tampoco me es ajeno porque allí tuve conversaciones con un piloto de B52 cuyo trabajo era subir a un avión cargado de bombas nucleares y dar vueltas esperando que llegue la orden de bombardear Moscú, Kiev o Beijing. Estados Unidos tenía lo que se llama los bombardeos estratégicos permanentemente en vuelo, la sede era la base de España, por eso ese mundo de (Peter) Kendall (el protagonista) no me es ajeno, es un hombre que confía en la previsibilidad de la ciencia y de la tecnología. Kendall está obsesionado con experimentar su nueva invención y va a tropezar con un mundo donde se cae un avión en un lugar que representa la mezcla que somos en términos culturales, y yo elijo una ciudad de la rama negra y el choque con un mundo donde aparece esta creencia que es el candomblé, de raíz africana, donde los dioses del África se mestizan con los santos cristianos, donde la palabra Oxalá (deidad) va a impactar en este americano.
–¿Puede trazarse una analogía entre la idea de la caja negra como misterio con lo que se va a encontrar ahí con ese otro mundo también misterioso donde entran a jugar los Oxalá, la voluptuosidad del universo brasileño?
—Creo que sí, porque la caja negra, se llama negra siendo de color naranja. Las situaciones que llevan a abrirla son siempre oscuras, guarda el misterio de la caída de un avión, por qué se cayó, una pregunta tremenda que hay revelar y la caja negra ayuda en ese sentido. Ahora, la caja negra audiovisual es mucho más fuerte que escuchar un sonido. La pregunta es qué pasa en los últimos 20 segundos, ahí las reacciones pueden ser muchas, si la primera pregunta es por qué se cae un avión, la segunda es cómo reacciona un hombre frente a la muerte y ahí nos metemos con un tema muy profundo que solamente ha indagado la religiosidad o la filosofía.
—Las imágenes de los últimos minutos de alguien que ya no está, la muerte en directo, son oro puro para los medios.
—Sí, esas imágenes son un objeto de codicia; en un mundo donde todo se filma vamos a ver por primera vez, no la muerte porque ya se ha filmado, sino la muerte de un piloto que está conduciendo un avión, una cosa es ver desde una cámara de un tren a un tipo que no sabe que va a ser atropellado y otra ver cómo reacciona el alma humana frente a la coyuntura de la adversidad extrema, en un mundo donde todo se filma estamos hablando de hasta dónde vamos a llegar con esto de querer grabar todo y me interesó confrontarlo con un mundo con una religiosidad fuerte. En la novela hay un personaje clave que es un psicoanalista judío argentino.
—No te privaste de esos elementos que componen el thriller clásico, la mujer norteamericana, la brasileña, el francés con su traje blanco, es la primera vez que abordas este género porque tampoco aparece en tus films, ¿no?
—También entran los medios de comunicación, los villanos, la rubia típica del policial negro. El común denominador con mi cine es que en todas mis películas está la cuestión de la identidad, de las paradojas identitarias: un San Martín que habla como un español (El general y la fiebre); Luca Prodan, que nació en Italia y, a contramano de los argentinos que se van, él viene para acá (Luca vive), en Canción desesperada el maestro de tango es un tipo desquiciado y vive en New York, porque para mí los sectores medios y urbanos somos una mezcla de choques culturales, y esta novela tiene ese denominador común aunque el género es otro. Si hay algo que caracteriza a esta novela es que hay cruces culturales de todo tipo: el candomblé choca con el mundo científico y previsible del norte; está la negritud, el psiconalista argentino y también hago una comparación con algunos psicoanalistas como Jung, que se metieron fuertemente en un mundo no tan racional, como si además del ello o el superyó hubiera algo más. Cuando se analiza el Orixá y el candomblé son todos arquetípicos como los mitos y dioses griegos, no representan abstracciones, sino el fuego, el amor, el sexo, representan las deidades del politeísmo y Jung se interesó mucho por cómo aparecen los mitos del arquetipo, así que el psicoanalista se mete por ese costado, el choque de culturas es el que mueve toda la acción.