Ganador del segundo llamado de Televisión Digital en el Incaa, el realizador y docente Héctor Nene Molina comenzó en estos días una nueva aventura fílmica con el rodaje de El Hechicero, una miniserie de ocho capítulos que se exhibirá en todas las televisiones públicas del país, además de las señales del Estado Nacional. El concurso está relacionado con la provisión de contenidos y con el acopio de un patrimonio de producciones para proveer a las potenciales nuevas señales que deben surgir a partir de la implementación de la nueva Ley de Medios. Para esa finalidad, el país fue dividido en regiones y la idea es producir entre veinte y treinta series de ficción e igual cifra de documentales para que sean exhibidos a través de esas nuevas señales.
Como cada vez que aborda un nuevo proyecto fílmico, Molina está exultante. Viene de estrenar otra miniserie llamada Los Rosarinos, un relato que intenta desmitificar aquellos tópicos emblemáticos que hacen a esa entidad mentada como “rosarinidad” y que está exhibiéndose, también por estos días, por la señal Encuentro. No obstante, el realizador también ostenta orgulloso su pertenencia; pero no tanto a la ciudad que lo cobija, como a un grupo de amigos con los que se recrea y con los que comparte los gajes del rodaje; muchas veces es desde allí, desde ese compartir experiencias en los más diversos espacios, –uno de ellos, un velero con el cual Molina y el grupo de amigos salen a navegar–, desde donde el realizador –aunque él mismo niegue cualquier referencia directa–, toma algunas de las líneas narrativas que fue adquiriendo el guión de El Hechicero. Ese guión cuenta la historia de un velero cuyos tripulantes originales se encuentran desaparecidos y que ahora es navegado por otros más jóvenes rumbo a Punta del Este. De a poco, a través de la lectura de un cuaderno de bitácora, los nuevos tripulantes irán rastreando algunas postas del posible destino de los desaparecidos, lo que les deparará experimentar distintas vivencias donde no faltarán los temores, los sobresaltos, la audacia y hasta el humor.
“Esta historia del barco tiene que ver con vivencias propias, surge de que somos un grupo de amigos que hicimos algunos viajes arriba de un velero parecido a éste y donde comprobamos que no importaba adónde íbamos ni adónde llegaríamos, el viaje mismo tenía una impostura muy difícil de mensurar; después de cinco días de que seis tipos estuviéramos arriba de esa cucaracha, donde no nos podíamos ni mover, cada día resultaba más placentero, no solamente no teníamos situaciones de crispación o tensión entre nosotros sino que minuto a minuto había más goce y más disfrute, abajo por una cosa diez veces menos importante nos agarraríamos a trompadas, a bordo del velero nos moríamos de risa”, señala Héctor Molina para referir el disparador de lo que ahora se convertirá en El Hechicero.
Respecto al origen de ese disparador que ahora tomó la forma de guión, el realizador destaca: “Hace unos años plantamos las bases de lo que sería el guión y teníamos un poco el derrotero general; lo pensé también como miniserie porque en algún momento apareció la posibilidad de que fuese un largo, pero fundamentalmente está basado en las vivencia personales que tuve en la embarcación”, –y agrega– “las experiencias son solamente algo de lo que uno se agarra, en este caso este proyecto tiene muchas situaciones y personajes de momentos que hemos vivido pero tengo claro que estos personajes no tienen nada que ver con nosotros”. Y para afinar la afirmación, Molina se explaya: “Tengo como propósito que cada vez que se hace algo vinculado a las artes de la representación de ninguna manera tiene que haber algo que indique que se va a contar la vida de alguien, si no no se puede hacer ficción, los personajes tienen que responder a aquello de lo que vos los dotás, si el personaje traiciona, se produce el desajuste de la historia, hay que obligarse a hacer una historia que como mínimo no sea previsible, y los personajes no tienen que obrar en consecuencia de cómo fueron formados o vivieron; está bueno de que en el momento que hay que salvar a la chica de la vía del tren, el estereotipo de héroe o del muchachito quede pintado y el que la salve sea el pusilánime o la rata artera, y ahí es donde el espectador se emociona con el desajuste, la ruptura; como espectadores esperamos que nos sorprendan; es decir, yo parto vagamente de esa experiencia que tuve a bordo del velero, pero no la tomo ni siquiera como fuente de inspiración, no me gusta ese concepto; este guión tiene muchas más cosas que he observado en territorios ajenos a la navegación que lo del barco propiamente dicho; tengo diálogos que le escuché a mi viejo cuando tenía doce años y en un partido de truco; eso se convierte en un objeto de disfrute, es ese mismo partido de truco en una islita ignota y el velero, que está a cien metros, ya no existe más para nosotros; el velero está presente en la camiseta y en el alma de estos tipos”. Un poco más reflexivo, haciendo eje con su mirada en las tazas vacías de café sobre la mesa alrededor de la cual se desarrolla la conversación, Molina vuelve sobre lo dicho para aclarar: “Sí debo reconocer que hay un elemento, un soporte narrativo que se traduce en la bitácora que Carlos Coca (realizador, amigo y tripulante de los viajes reales) escribió durante esos viajes, que es una obra maestra de la narrativa fraudulenta, no sé de dónde sacaba las ganas de escribir en un cuadernito todos los días cuando la mayoría del tiempo no pasaba nada; uno lo lee y es alucinante, así que “copy y paste”, con algunas líneas en las que Coca se luce en una línea estilística”.
El hechicero tendrá ocho capítulos con un elenco que lo atraviesa y que se modifica cada vez que tocan un puerto distinto. Los personajes principales están a cargo de, entre los principales, David Edery, Carlos Resta, Ricardo Arias, Juan Nemirovsky, Severo Callaci y Augusto Izquierdo, todos probados actores rosarinos, a los que se agregan Darío Grandinetti y Raúl Calanda en uno de los episodios. Cuando se le pregunta al director qué remedaría la embarcación llamada El Hechicero, éste responde: “El Hechicero es el nombre de la embarcación y pienso que de alguna manera es como el Caronte; de todos modos no creo en esos proyectos que tienen un abordaje realista o naturalista y después se contaminan de otro registro, tampoco creo en que los objetos sean un personaje, sólo tienen que cumplir el rol que se les otorga, en este caso no creo que el protagonista sea el velero, sino que es como un vehículo para que ocurran otras cosas”.
Un poco después, y para valerse de términos asociados a la descriptiva figura del Caronte, Molina hace hincapié en el espíritu que anima esta historia. “Es una (miniserie) de aventuras, de amigos; algunos me preguntaron si es como Lost, y yo les digo que es más parecida a Stand by me (Cuenta conmigo), la novela de Stephen King; aquí hay cuatro tipos que desaparecieron y un año después tres pendejos de veinte y pico compran ese barco para irse a Punta del Este, son muy diferentes los tres y lo calafatean, lo pintan, lo ordenan, y allá salen, y en un momento, uno de ellos, boludeando, descubre debajo de la litera un cuaderno forrado en papel araña; en cada capítulo de esa bitácora se desarrolla una historia de cómo pudieron haber desaparecido los tripulantes originales”, explica Molina y agrega: “Cada capítulo es un capítulo de la bitácora donde ellos se van mimetizando cada vez más, o van completando las historias que aquéllos dejaron pendientes”. Cuando se le señala que tratada de ese modo la historia asume un tono misterioso, el realizador coincide. “Al principio sí, porque después nos metemos en un territorio en el que nos corremos del naturalismo, no es ni ciencia ficción ni nada fantástico, estoy tratando de que no sea una metáfora del destino final que tuvo la antigua tripulación y que ellos van a reproducir, porque al final tienen que decidir qué rumbo tomar, y uno de esos rumbos es el que tomó la tripulación original”.
Sobre cómo se resuelve estéticamente el paso de esa acción contemporánea hacia el pasado de los antiguos tripulantes, el director de Noche de ronda e Ilusión de movimiento grafica: “Primero hay dos puestas estéticas distintas, el barco ahora tiene otra fisonomía, tiene una paleta más de colores primarios, más saturados que lo diferencia del otro tiempo donde ocurrió la desaparición de la tripulación”.
De este modo, en estos días el equipo puso manos a la obra y se rodaron algunas escenas en el rosarino Club de Velas en lo que fueron los primeros días de las seis semanas que llevará la filmación completa. Algunos de los que allí estuvieron y forman parte del equipo son Florencia Lattuada y Fernando Gondard en la producción; Fernando Zago en fotografía; Guillermo Turco Haddad en dirección de arte; Carlos Coca en guión; Nacho Roselló en posproducción y edición; Ramiro Sorrequieta en vestuario; Julia López y Esteban Trivisonno en asistencia de dirección, entre otros, y que serán los encargados de hacer llegar a “buen puerto” a todos los tripulantes.