Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
Comercios cerrados, salarios reducidos o estrategias que disimulan diversos modos de desempleo, pequeños empresarios que no llegan a cubrir los sueldos y no saben si podrán mantener la empresa en pie, trabajadores informales sin posibilidad de generar su sustento diario… La economía en tiempos de coronavirus golpea por todos lados y pone en jaque a los gobiernos del planeta.
Algunos se preguntan: ¿la vida o la economía?, como si no fueran variables de una misma ecuación, como si la vida fuera posible sin la economía. Resulta evidente en esta crisis mundial que el principal diferencial resulta ser la sensatez de algunos gobernantes frente a la debilidad de otros, que no han podido acordar con el establishment local y han tomado medidas tardías que sólo sirven para agudizar el problema.
El siempre omnipresente Fondo Monetario Internacional ya bautizó a esta crisis como el “Gran Confinamiento”, en una analogía con la “Gran Depresión” de 1929. Según este organismo, el PBI global bajaría un 3 por ciento, un derrumbe casi tres veces mayor al registrado en 2009.
En Argentina, el presidente Alberto Fernández optó por decretar la cuarentena en los inicios de la pandemia local con la convicción de que “de la economía se vuelve, de la muerte no”. Claro que en nuestro país hay un hecho fáctico de difícil refutación y archiconocido por toda la clase política: la economía siempre tiene la última palabra.
De acuerdo con los datos de Came (Confederación Argentina de la Mediana Empresa), que agrupa a dueños de comercios minoristas, durante marzo, cuando hubo 19 días de actividad por el comienzo de la cuarentena, las ventas cayeron 48,7% en comparación con el mismo mes del año anterior. Y esto genera de inmediato una dificultad ulterior: el pago de alquileres.
En este sentido, representantes del Colegio Único de Corredores Inmobiliarios de la ciudad de Buenos Aires aseveran que en abril el 46% de los inquilinos de locales comerciales no pudieron pagar el alquiler, en el 94% de los casos por problemas económicos derivados del cierre de los negocios.
En cuanto a los alquileres no comerciales, en Rosario fuentes del sector aseguran que se verifica un 20% de retraso en el pago, y existe una preocupación generalizada en relación a la capacidad de los inquilinos para afrontar las expensas comunes y obligaciones impositivas. “La situación es de gran incertidumbre y preocupación, muchos de los departamentos en alquiler están ocupados por estudiantes que han vuelto a sus pueblos y no saben cuándo regresarán, los pagos se han complicado y se revisa cada caso en particular”, indican desde una inmobiliaria local. Mientras tanto el DNU emitido por el gobierno exige un congelamiento de los valores y la imposibilidad de desalojos hasta el 30 de septiembre.
La situación de las pymes es otra arista que viene preocupando. Para ayudarlas en esta crisis la Afip lanzó el Programa de Asistencia a la Emergencia para el Trabajo y la Producción (ATP) que implica la postergación de pago o reducción de hasta el 95% de las contribuciones patronales de abril para empresas con no más de 60 empleados, y el acceso a los Repro, una asignación compensatoria al salario. “Todas las empresas, sin importar la actividad que desarrollan ni su tamaño, pueden inscribirse en el sitio web del organismo”, dijo la titular de la Agencia, Mercedes Marcó del Pont, y ya se registraron unas 390.000. Así y todo, el 74% de los empresarios cree que una vez finalizada la cuarentena tardarán más de cinco meses en volver a la normalidad.
Para sostener a los trabajadores no registrados (un universo de casi 8 millones de personas), el gobierno instauró el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), un subsidio de $10.000 que podría extenderse de acuerdo a las alternativas de los próximos meses. La medida tiene como beneficiarios a monotributistas, trabajadores informales y empleadas domésticas.
Pero en la Argentina la crisis económica viene siempre acompañada por otra variable: la desigualdad. Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, dirigido por el sociólogo Agustín Salvia, no hay buenas noticias para los próximos meses, ya que la desigualdad social se agravará y eso tendrá un fuerte impacto en la medición de la pobreza, que el Indec ubicó recientemente en el 35,5% de la población. “Habrá nuevos pobres, pero los más afectados siguen siendo los más pobres, los que no pueden salir de la economía informal y sufren mala alimentación, hacinamiento, violencia doméstica y tienen la peor calidad de vida”, puntualizó Salvia.
El investigador pronostica también que los nuevos pobres serán quienes se caigan de la pirámide de la economía formal, como comerciantes de barrio, empleados gastronómicos y del sector turismo, obreros de la construcción, taxistas, cuentapropistas, puesteros y feriantes. “Todos ellos verán reducidos significativamente sus ingresos, más allá de la asistencia que les pueda prestar el Estado”, planteó Salvia.
A riesgo de sonar pesimista, es necesario decir que la visión de los expertos no resulta demasiado alentadora. En una suerte de postcapitalismo al estilo de “Parasite”, la multipremiada película del director coreano Bong Joon-ho, el destino de muchos habitantes del planeta pareciera ser el subsuelo sin metáforas que habita la familia Kim. Quizás el virus vino a decirnos que es tiempo de cambiar las cosas, de caminar hacia una economía “socialmente justa, económicamente viable, ambientalmente sostenible y éticamente responsable”, que es tiempo de crear nuevos paradigmas y detener la vorágine de la ambición insensata… que es tiempo de evolucionar.