Este viernes 21 de noviembre, a las 20.30, en el cine El Cairo, se estrena Luciano, un documental dirigido por el rosarino Manuel Besedovsky, en realidad una ópera prima que construye un absorbente relato sobre momentos de la vida de un joven varón trans, oriundo del sureño barrio Tablada, que intenta encontrar ese lugar que le permita vivir con sosiego esa identidad que lo define y que continúa siendo tan resistida socialmente.
Con precisa adecuación, la cámara sigue a Luciano Tomás Pereyra, tal su nombre completo, en derroteros cotidianos donde la experiencia identitaria tiene un lugar relevante porque él pretende desplegarla en un abanico de posibilidades que confluya con su deseo.
Así se lo verá deambulando por los abigarrados y estrechos pasillos del barrio hasta desembocar en alguna calle; en su casa junto a su madre y su hermanita, acomodándose todos a las estrecheces y dificultades con las que conviven; con sus varios amigos y con alguno más íntimo al que le confía sus penas ante la discriminación cotidiana de las fuerzas de seguridad; con su compañero albañil mientras construyen una pared, fuman y hablan sobre mujeres; en la proyección de anhelos que persigue junto su pareja, una mujer trans, en los mimos y cariño que se profesan; levantando peso en un gimnasio y cuidando al detalle su musculatura para que luzca cada vez más masculina; en sus intenciones para plasmar la sustancia de sus penas en una letra que luego intenta rapear sobre una pista musical.
También se lo verá en variadas consultas médicas para sopesar las dificultades y riesgos de algunas modificaciones que aún le quedan pendientes para abandonar definitivamente su antigua identidad femenina, entre ellas la implantación peneana. Y, como podría quererlo cualquiera, para poder tener un hijo sin que afecte tanto su condición como varón, es decir, una disyuntiva con importante peso específico para alguien que al mismo tiempo debe construir su vida como cualquiera y al que su extracción humilde le complica demasiado todo.
Luciano es un film austero, de algún modo minimalista, construido con planos delicados, como si se pidiera permiso para estar ahí encuadrando ciertas intimidades. Hay una secuencia, en la que Luciano y su madre hablan sobre las turbulencias existenciales que provocó la decisión del cambio de sexo, al interior de la familia, pero fundamentalmente en el entorno social donde ambos se mueven; es un momento tenso, plagado de dolor, uno por tener que afrontar los rechazos que su condición producía, pese a que decidió “plantarse” –como él lo dice– como el más corajudo; la otra porque cayó repentinamente en un duelo ante la “desaparición” de su hija.
La escena y lo que se confiesa son francamente conmovedores y desnudan una realidad desconocida a esa altura de los avatares que rodean a estos dos seres. La conversación toma entonces no ya la forma de un hecho, sino de un acontecimiento revelador, sin que medie ninguna armonía o consonancia entre los protagonistas, porque no es necesario para ningún desarrollo ulterior.
En este sentido el relato no se ciñe a la búsqueda de un posible efecto atrapante, o, más común en cualquier propuesta, a alguna situación que tire el hilo de la historia hacia adelante; por el contrario, todo parece fluir mientras el espectador acompaña a Luciano en sus vicisitudes, en su honestidad brutal, en su transparencia, para encontrar apenas un modo de vivir digno y que su condición humilde y de identidad le obturan.
Una fotografía y unos encuadres que pintan la aldea con una efectiva paleta de tonos, al tiempo que Luciano impulsa su carácter asertivo para situarse en un mundo indiferente y cruel, definen una estética precisa para que nada enturbie esa fluidez mencionada y se alcance eso que realmente importa en este tipo de relatos cinematográficos, el poder pensar sobre la diversidad de vidas que pueblan un mundo hostil, ingrato, poblado por quienes están mirando todo el tiempo alrededor para estigmatizar, la única forma que conocen para que sus miserias no se revelen apenas crucen el primer espejo.
Ya en los créditos de cierre del film, el espectador se entera de la muerte de Luciano, y algo entonces toca la sensibilidad de quien ha mirado esta historia –o por lo menos de quienes tienen esa fibra dispuesta–, y no se trata de otra cosa que la de haber sido testigo de la valentía y tozudez que Luciano puso en juego para imponer su condición –de pobre y trans– ante las adversidades, muchas veces una actitud nada fácil de encontrar.
El guion de Luciano pertenece a Manuel Besedovsky; la producción es de Reina de Pike y Doménica Films (Pablo Romano, Juan Diego Kantor, Guillermo Berman, Nicolás Capola, José Salvia); el desarrollo del proyecto estuvo a cargo de Pablo Romano; la dirección de fotografía y cámara es de Tomás Pasini; la música original, de Guillermo Pesoa; la dirección de sonido durante el rodaje es de Verónica Brunello y Jimena Chaves; la posproducción de sonido, de Fernando Romero De Toma; la mezcla de sonido, de Santiago Zecca, y el montaje, de Marina Sain. El documental participó en los festivales de Dok Leipzig (Competencia Oficial Internacional); en el Festival Internacional de Cine LGBTIQ+ Asterisco 2025 (resultó ganadora de la Competencia Argentina de Largos) y en el Festival Fuera de Campo (Mar del Plata).
Además de su estreno este viernes 21 de noviembre, Luciano tendrá funciones el sábado 22, a las 18, y el domingo 23 a las 22.30, también en el cine El Cairo.