Tras su paso por los prestigiosos festivales de cine de Venecia y Toronto llega a las salas locales Zama, el último film de la cineasta salteña Lucrecia Martel. La película, que se conocerá el jueves en los complejos rosarinos como en los del resto del país, está basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto y construye una idea de pasado, extraño y surreal, para recorrer la mente perturbada del funcionario colonial Diego de Zama, un héroe absurdo que vive esperando lo imposible: una carta del Rey de España que lo aleje del puesto de frontera en el que se encuentra estancado.
“En el fondo está la idea de que cualquier persona que se resiste, perece. Los huracanes, a los árboles rígidos, los arranca de raíz, mientras que las palmeras se doblan pero sobreviven. Sólo queda lo flexible. La mejor forma de oponerse a algo malo que te toca vivir es la flexibilidad. Y no creerse tanto algo, porque mutar es la acción más vital posible. No hay que resistir, sino mutar”, dijo Martel en relación con la situación que sufre Diego de Zama en la producción ambientada en el Gran Chaco, en tiempos de una América salvaje y misteriosa.
Definida por la realizadora como “un sortilegio” y una “película de liberación” que cada espectador puede interpretar a su manera, Zama describe la pesadilla real de un burócrata mediocre rodeado por un entorno decadente y enfermizo, en el que se ve obligado a “hacer cosas que preferiría no hacer, traicionando, afirmando lo que no cree, actuando como si sus días no fueran parte de su vida sino un interludio que hay que soportar hasta que llegue su esperado traslado para reencontrarse con su familia”.
“Se me ocurre que cuando Di Benedetto escribió esta novela no estaba lejos de su mente la metáfora de que una persona sin manos no tiene de dónde agarrarse y entonces debe dejarse llevar y fluir”, dijo Martel.
“La decisión número uno fue que tenía que filmar lo que Di Benedetto había visto y escuchado. Había una idea de mantenernos adentro de la cabeza del personaje con pequeñas apuestas, entre ellas la idea de que muchos textos de diálogo estuvieran sobre planos de Zama. Me parecía que la repetición de ese dispositivo iba a generar una especie de voz interior hecha de muchas voces. Genera la sensación de que la película es muy subjetiva y que todo lo que estás viendo está dentro de la cabeza del protagonista, como un soliloquio”, explicó la realizadora sobre la narrativa de su cuarto largometraje luego de los títulos La Ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza.
Desde un primer momento, Martel tenía claro que el film que protagonizan el mexicano Daniel Giménez Cacho, la española Lola Dueñas, el brasileño Matheus Nacthergaele y los argentinos Juan Minujín, Rafael Spregelburd y Daniel Veronese, entre otros, no tenía que tener un registro documental o coincidir con la idea de un pasado particular. “Porque por ese camino sólo podés fracasar; más bien, buscaba crear una imagen y un funcionamiento distinto del pasado. Algo que no es el pasado, sino una idea del pasado atravesada por la subjetividad de Di Benedetto y todas las circunstancias que lo rodearon”, dijo la directora.
Se trata de un “pasado imaginario” al que Martel asegura haber accedido a partir de sus lecturas y estudios. “En la película, hay elementos inventados que no son reales pero que podrían serlo, que ayudan a la película a correrse un poco de la realidad, pero también a crear una sensación de verosimilitud”, expresó.
La película se corre de la realidad para crear un mundo de locura surrealista porque para Martel, “ser parte de la sociedad ya significa de por sí una capacidad de locura enorme”.
“Que todos tan mansamente nos sometamos a las horas de trabajo que son sacrificios sin ningún beneficio más que económico, es una demencia. Se trabaja para la supervivencia. Hay una necesidad de demencia para pertenecer a la sociedad. No hay tanta normalidad. Cada época genera su propia locura y solamente con locura se puede vivir en esta sociedad”, agregó.
Como ocurrió en sus films anteriores, en Zama, Martel presta especial atención al sonido, pero no en tanto banda sonora. “El sonido es una materia que me permite perturbar algunos esquemas de nuestra cultura: la idea de causa-consecuencia, la línea de tiempo. Es algo que está preestablecido por una cultura muy visual. Porque emocionalmente, las causas y consecuencias, no se organizan en una línea, ni las experiencias humanas. Hay mucha simultaneidad, muchas cosas del pasado que pesan sobre el presente y se proyectan sobre el futuro. Nuestra percepción física del tiempo no es una línea y esa arbitrariedad predetermina mucho un modelo narrativo”.
“El sistema con el que yo me sentí cómoda para sacudir mi propia educación fue pensar una idea del tiempo a partir del sonido. Y eso me genera muchas posibilidades de trabajo con la imagen y la reorganización del relato. En la banda de sonido de mis películas nunca pienso que el sonido es una emisión de la imagen. No es que suena lo que se ve. El sonido en mis películas es una construcción paralela a la imagen, nunca suena lo que se ve en la pantalla”, explicó finalmente.
Una sociedad que produce violencia de género
En Zama, Martel intentó realizar “un sortilegio” para liberar al protagonista de la presión del fracaso, el naufragio de sus expectativas y sus frustraciones, sensaciones que para la realizadora atraviesan a muchos hombres en la sociedad actual y que, en el fondo, serían el origen de la violencia de género. “Creo que es una experiencia muy actual, donde las mujeres tenemos mucha experiencia frente al fracaso como algo que hay que asumir porque es muy probable que no puedas hacer tu carrera si tuviste unos cuantos hijos y si no tenés una determinada situación económica. Las mujeres estamos muy acostumbradas a tener que cambiar de planes”, afirmó Martel.
Y agregó: “Pero los varones, por como es esta cultura de un trabajo y unas oportunidades económicas que ya no existen, están mucho más expuestos al fracaso. Sinceramente, creo que, en el fondo, eso es la violencia de género. Es destruir el último territorio que pensabas que era tuyo y se te está escapando porque ya todos los otros territorios, los de la profesión, del ascenso, del bienestar, de la movilidad, quedó demostrado que son muy difíciles”.
Martel sostuvo: “Cuando todo naufraga en las expectativas sociales de transcendencia, crecimiento y mejora, hay una fantasía en la que los hombres se refugian mal, que es la pareja y el amor, porque la adoptan como una posesión. Y para personas que vienen fracasando constantemente, que una relación de amor se les agote, se convierte en algo insoportable”.
“Esto no lo digo para minimizar, sólo lo digo porque hay que prestar atención a que somos una sociedad que produce violencia de género, y no sólo los hombres. Estamos todos aportando a esa violencia”, sostuvo la cineasta.
En ese sentido, continuó: “La experiencia de la mujer de tener que sostener, incluso a otros, en medio de un fracaso, nos ha hecho manejar mejor esa idea del fracaso. Y creo que por ese motivo, la película es un pequeño aporte al mundo masculino, el de una experiencia que las mujeres ya tenemos”.
Además, Martel se refirió al documental Años luz, de Manuel Abramovich, una especie de making-of del rodaje de Zama. “Tenía miedo de verme”, dijo, y confesó que le pareció increíble que la muestre como una directora que “no hace nada”. “Todo trabajo narrativo tiene esos momentos en los que no hay que hacer nada. Hay muchos momentos donde tenés que tomar muchas decisiones y muchos otros en los que aya no hay nada para hacer”, concluyó.