Un actor dimensiona su verdadero imaginario frente al público a través del tiempo. Es así como el público puede empezar a entender qué materiales (personajes) son los que ese actor puede transitar con holgura, frente a otros que pueden generarle cierta fricción. Sin embargo, hay actores como Luis Machín, rosarino radicado hace dos décadas en Buenos Aires, cuyo caudal pareciera no tener límites, porque lejos de transitar personajes que en principio parecieran quedarle cómodos, siempre elige correrse de ese supuesto lugar de comodidad para producir tanto en él como en el público ese latente deslumbramiento que aparece cuando el actor va por más una y, otra vez, y sale airoso del desafío.
«El Mar de noche» se presentará este lunes en dos funciones. A las 19 gratis para estudiantes de actuación, y a las 21, para público, en el teatro de la Plataforma Lavardén de Sarmiento y Mendoza.
Algo de eso pasa cuando se está frente al bello y doloroso monólogo El mar de noche, la experiencia teatral que mañana trae de regreso a Luis Machín a su ciudad natal. Por un lado, porque se trata de un texto escrito por el talentoso Santiago Loza dirigido por Guillermo Cacace y, por otro, porque el actor se enfrenta con un gran desafío: trabajar desde la más absoluta quietud, parapetado en un sillón ubicado sobre una pequeña alfombra, la tristeza y la congoja que provocan el abandono, “el desamor diseccionado, la soledad escandalosa”, algo que se revela entre los despojos de un pasado amoroso.
“El unipersonal suele ser una tentación para los actores más allá de que yo no lo tenía como una cuestión obsesiva; no tenía esa necesidad que tienen algunos actores de poder mostrar todas sus posibilidades histriónicas. Y, cuando me llegó el texto y la posibilidad de hacerlo dirigido por Cacace, fue una tentación porque es un viaje único: no hay despliegue escénico, más allá de este hombre que cuenta lo que le pasa, atravesado por un profundo dolor”, expresó Machín, quien, como experiencia anterior recordó su elogiado trabajo en la adaptación del cuento “El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini, pero que a diferencia de éste “duraba lo que dura encendido un cigarrillo”.
Machín –que 9 y 10 de diciembre estará en La Comedia con I.D.I.O.T.A, del catalán Jordi Casanovas, junto a María José Gabin, bajo la dirección de Daniel Veronese, y este miércoles, a las 19, en el CEC (Paseo de las Artes y el río), disertará sobre actuación bajo el título Todo es poco. El actor siempre sale perdiendo– transita el texto de Loza desde una absoluta singularidad. “Tengo que poner en marcha una maquinaria implosiva de actuación que es muy desgastante, más allá de que el personaje permanezca en la quietud”, expresó acerca de este personaje que entre lo bello y lo doloroso, entre palabras hilvanadas de manera imposible, muestra a un hombre que llora por el abandono de otro hombre, más bello y más joven, que lo ha dejado solo y ahogado en el dolor.
Particular mixtura de universos que remedan en cierto modo al mejor Manuel Puig (quizás parte de su propia existencia en Brasil), el relato tiene también algunos condimentos que recuerdan a Muerte en Venecia, el film de Luchino Visconti basado en la novela de Thomas Mann. “Es un texto que fue posible montarlo gracias a la mirada de Cacace; trabajamos casi dos años dada la complejidad que tiene el material. Más allá de la ausencia de didascalia (sugerencias del autor), dado que no hay ninguna, lo que sí hay en el texto son algunas preguntas que hace ese otro personaje ausente que nosotros decidimos no ponerlas, pero que sirvieron para entender algunas cosas y hacer posible un texto que es complejo de aprender y que implica estar muy vivo en esa soledad, porque no está ese otro para poder depositar cierta confianza”, expresó Machín.
Y continuó: “Es una apuesta a algo íntimo; no está esa intención de producir un efecto buscado, como se suele ver hoy en el teatro; este es un tiempo en el que se le suele demandar a las obras una cierta efectividad, un histrionismo determinado y repetido. También se demanda comedia o entretenimiento, pero en su sentido más ramplón. Y El mar de noche apuesta a otra cosa; apuesta a un texto y una actuación liberada de todo ese requerimiento que muchas veces impone otro teatro más comercial. Hoy siento que es una obra en la que no le concedemos nada de lo que pueda llegar a demandar el espectador: es para ver y escuchar atentamente lo que le pasa a ese personaje que está sufriendo, algo que en estas épocas es muy importante”.
Cuerpo a cuerpo
Siempre atento al lugar de encuentro que fue, es y será el teatro, sobre todo en épocas complejas donde los discursos de la llamada posverdad parecen haber captado la atención de una gran mayoría de la población, Machín analizó finalmente: “Vivimos un momento de una enorme virtualidad, donde todo el tiempo se intenta reemplazar o correr de eje cualquier pensamiento crítico; hoy gravita esa idea de tomarse un tiempo para decidir o pensar algo porque todo se nos facilita demasiado y no podemos pensar mucho. Se volvió complejo escuchar la verdad objetiva; es complejo poder entablar relaciones reales. Pasamos mucho tiempo mirando el teléfono, muy cooptados por esta especie de reality show que ha reemplazado a la realidad, algo que dice (el asesor presidencial) Jaime Durán Barba, un personaje que no me cae para nada simpático, pero que lamentablemente pareciera tener razón. De todos modos, si seguimos dejándonos llevar por ese reality informativo en el que estamos inmersos, lamentablemente, vamos a estar muy complicados en los próximos años”.