Terminó la luna de miel. La confrontación Mauricio Macri-Ernesto Sanz que habilitó la convención radical de la UCR abre uno de los capítulos más enigmáticos del proceso electoral. Más que el que encierra la puja en el oficialismo sobre quién será su candidato, que saldrá seguramente de una mesa de acuerdos en la cual el club de gobernadores pondrá a la cabeza de la lista a quien le asegure la mejor elección. La interpretación standard de estas horas afirma que el macrismo se ha devorado al radicalismo y que esta fuerza vuelve a perder otro turno en la disputa del poder real.
Desmadejar ese enigma pasa por ver con detalle cuál será la línea de campaña de los candidatos a la Paso de la UCR-PRO que son Macri y Sanz, que tienen el mismo dilema de Daniel Scioli y Sergio Massa en Buenos Aires, o Macri y Elisa Carrió en la Ciudad de Buenos Aires: comparten el mismo electorado y tienen que atraer el voto sin herir al adversario tanto como para que ese electorado que comparten se sienta agraviado. Es lo que pidió en el último año Carrió a los radicales: no me obliguen a pelearme con Macri porque a los dos nos vota la misma gente, algo que se comprobó en los resultados de las elecciones en el distrito el año pasado. Para decirlo feo: que se doble, pero que no se rompa.
Como ocurrió cuando se selló la Alianza UCR-Frepaso en los 90, los protagonistas de esta entente están forzados a proclamar coincidencias, a afirmar que deben escribir juntos una plataforma y que van a compartir en paz listas de legisladores en todos lados.
Pura literatura, a menos que alguien piense que estos políticos, príncipes de la astucia, van a trabajar contra sus intereses. No estarían donde están si actuasen así.
La unión UCR-PRO es una entidad de usos mutuos: Macri es una estrella de los sondeos, gobierna con éxito y en paz el distrito vidriera del país y domina en lo que él mismo bautizó como el “círculo rojo”, una posición envidiable para cualquier político.
Ese activo convive con la debilidad de su armado político nacional, que es donde el radicalismo encuentra su fuerza y para eso buscó a la UCR cediéndole todo salvo una condición, que se apartasen de la tentación de sumar al massismo, que para él es una expresión del kirchnerismo disidente cuyo electorado es tan volátil que puede migrar, ante la primera de cambio, hacia el peronismo formal.
Un cura en cada pueblo, suelen repetir los radicales, a quienes les sobran candidatos –Sanz, Julio Cobos, Carrió– pero ninguno con la figuración nacional de Macri, que les parece un salvavidas en la democracia popular de marcado que impone reglas de marketing antes que estrategias de poder.
Estar junto a él es aparecer en TV todos los días, compartir titulares de prensa, exhibirse con un gobernante a quien nadie le puede competir en gestión y que ha reducido al peronismo en el tercer distrito en tamaño de votos del país a un cuarto lugar en las elecciones, hasta hacerle perder el senador nacional que tenía.
Si los protagonistas de la alianza siguen sus intereses reales de poder, Macri está obligado a hacer campaña por todo el país seduciendo a los radicales con el argumento de que lo tienen que apoyar a él porque en la pelea nacional vale más que Sanz. Les ofrecerá compartir un eventual poder con cargos, gabinetes compartidos, etc. Sanz, por su lado, irá a buscar el voto de los radicales de todo el país, que son muchísimos más que los macristas, con el argumento de que si gana las Paso se habrán sacado de encima a Macri, competencia por el liderazgo del voto no peronista.
El enigma es cómo reaccionará el electorado frente a este acuerdo de dirigentes. ¿Van a votar los radicales, que son malón en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Entre Ríos, masivamente en una Paso a Macri? Los tienen que convencer.
Nadie imagina que haya macristas que en esas Paso se sientan atraídos por Sanz, pero los radicales son en el país muchísimos más que los macristas, y ahí está la piedra de bóveda de la campaña que hará Sanz.
Si se imagina a las secciones electorales de Buenos Aires como provincias –son unidades electorales en los comicios para elegir senadores y diputados provinciales– el examen de la composición del voto en las últimas elecciones ayuda a ver cuál puede ser el capital de cada uno en las Paso; que son el procedimiento de validación de candidatos, primera y sincera gran encuesta. Es decir, una oportunidad para la canita al aire, para votar sin el corsé de la necesidad, que es lo que ha conducido hasta ahora los actos de los protagonistas del acuerdo, un turno para la expresión testimonial.
En esa elección, Macri estará forzado a decirles a los radicales que si gana Sanz tienen menos chance de ganar en octubre, pero tiene que convencer de eso a la familia radical de Buenos Aires, que hasta ahora se sindica en Margarita Stolbizer, una testimonial profesional a la que le importa menos ganar que sostener posiciones. En Santa Fe, deberá convencer a la familia radical, que cogobierna con los socialistas y se crió combatiéndolo a Carlos Reutemann, que ahora tienen que cambiar el voto. Lo mismo a los de Córdoba, de Mendoza, Tucumán y Entre Ríos.
El esfuerzo de Macri será sostener en adelante lo que le funcionó hasta ahora: el argumento de que el mismo Sanz que le sirve a él para ser candidato debe ser derrotado por una mayoría que pertenece al partido del mendocino. Es un esfuerzo descomunal éste de trasladar al resto del país las extravagancias de la región metropolitana, adonde hay una Paso entre legisladores del radicalismo que fueron ministros kirchneristas (Graciela Ocaña, Martín Lousteau) y los cambios de camiseta han llevado la palabra “traición” al grado cero de significado.
Este enfrentamiento de las dos Argentinas –el normal del interior y el extravagante de la región metropolitana, adonde un Massa dice que es cambio mientras conduce la combi con los ex funcionarios de este gobierno– no es nuevo. A mediados de los 90, el Frepaso interpretó de la mejor manera el humor colectivo de rechazo del peronismo de Carlos Menem y tenía estrellas en la góndola como Graciela Fernández Meijide o Chacho Álvarez. Pero ese tejido transversal que unía a peronistas, radicales e izquierdistas disidentes del PJ no tenía el armado nacional para disputar poder. Como el macrismo, ofrecían el activo del prestigio de su agenda y sus personajes a cualquier socio a cambio de un armado nacional del que carecían. Lo encontraron en los radicales que venían de la elección desastrosa de 1995, terceros en comicios nacionales por primera vez en su historia. Lo expresaba la frase cómica que se les atribuía en sus negociaciones: ustedes pongan el agua –los radicales– que nosotros ponemos los barcos.
Eso duró hasta que se les ocurrió ir a una interna nacional con el partido que tiene un cura en cada pueblo, y Fernando de la Rúa les ganó el ticket por 60 a 40. La misión de Macri es escapar de ese fantasma. Las condiciones no son las mismas, pero los factores sí porque los países no cambian la estructura profunda y la Argentina se debate, más allá de las fantasías de los licenciados, en la pelea de la familia peronista con la no peronista, en la que es mayoría el radicalismo. Macri hasta ahora ha protagonizado proezas políticas desde el distrito que controla como nadie en décadas y ha mostrado astucia para decisiones estratégicas. Las últimas fueron la captura de Reutemann y el dominio de la convención radical, que aceptó la condición de marginar al massismo.
Sanz enfrenta un desafío más duro porque arranca desde atrás. Lo ayuda un dato novedoso de la convención de Gualeguaychú, que es la fuerza con la que arrastró a todo el partido detrás de su estrategia. Hasta esa cumbre, la especulación dominante y con razón era que Cobos o Morales dieran el portazo y el partido se dividiera otra vez. El mendocino mostró que podía contener a estos dirigentes cuyos voceros empañan hoy el resultado repitiendo que el cisma puede ocurrir ahora. No le va a costar mucho a Sanz convencerlos de que lo logrado puede ser la herramienta para sacarlo del medio a Macri y que es mejor negocio pelear por ganarle que precipitar divisiones que pueden beneficiar al peronismo, que ya entendió que tiene en ellos al único adversario.