Sergio Wischñevsky (*)
Los científicos, los investigadores argentinos, tuvieron que dejar sus tareas cotidianas, sus búsquedas complejas e imprescindibles y salir a la calle en defensa propia. El pasado jueves 10 de abril la jornada instituida como “Día del Investigador Científico” en homenaje al nacimiento del premio Nobel de Medicina Bernardo Houssay fue un día de protesta, no de festejo. Porque la ciencia bajo el gobierno de Cambiemos está en crisis.
La jornada de lucha, que en Buenos Aires tuvo por epicentro el Polo Científico-Tecnológico, e incluyó un corte de la avenida Santa Fe, se decidió como respuesta a la noticia, conocida hace una semana, de que sólo un 17,7% de los potenciales doctores en condiciones de ingresar al Conicet tendrán su beca de investigación y un número cercano a los dos mil doctores no tendrán chances, en Argentina, de desarrollar sus investigaciones. Con la idea de que no hay “nada para festejar” se llevaron adelante protestas en todo el país y se realizaron asambleas espontáneas en las que se discutieron posibles medidas de fuerza, movilizaciones, y acciones de concientización ciudadana.
En Córdoba, la movilización en pleno centro fue convocada bajo la consigna “La Ciencia está de luto”. Los científicos se vistieron de negro y teatralizaron un funeral, con un ataúd como símbolo de la protesta. En Mendoza, más de cien investigadores y becarios se manifestaron en el Centro Científico Tecnológico, en Parque San Martín. Remarcaron no tener nada que festejar y se declararon en lucha contra los embates del gobierno nacional. En La Plata, la comunidad científica se hizo escuchar frente a la gobernación, donde estudiantes y trabajadores exhibieron stands con proyectos de investigación, extensión y docencia. En Rosario hicieron una olla popular en el centro científico de Ocampo y Esmeralda.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) fue creado por decreto ley N°1.291 del 5 de febrero de 1958, durante el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu. El primer peronismo, hasta 1955, hizo mucho hincapié en el desarrollo científico, básicamente tomando como referencia la actitud que tomaron los países desarrollados en aquella época. Aún existía entre nosotros la idea de que Argentina podía convertirse en una potencia mundial, y que ese camino era indisoluble de un desarrollo potente y sostenido de la ciencia autóctona.
En 1951 se creó, mediante el decreto 9.695, el Conityc (Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas), antecedente inmediato del Conicet. Contrariamente a lo que iba a ser la tendencia constante de nuestra historia reciente, no hubo “fuga de cerebros”; en realidad nunca fue una fuga, sino una expulsión. El gobierno peronista importó científicos. Se contrataron los servicios de ingenieros e investigadores alemanes que salieron masivamente de su país en la posguerra, no solo emigraron a nuestro país sino a varios lugares del mundo, sobre todo a los Estados Unidos. La idea era generar un polo de desarrollo científico que iba de la mano del proyecto de dejar de ser una región condenada a ser una simple proveedora de materias primas.
Luego del golpe de Estado de 1955, la Libertadora creó el Conicet y puso a Bernardo Houssay como su presidente. Dos virtudes vieron en él: su enorme prestigio y su declarado antiperonismo. El contralmirante Helio López y el abogado y periodista Julio César Gancedo se integraron como representantes de la Junta de Investigaciones y Experimentaciones de las Fuerzas Armadas. De entrada hubo dos tendencias. Una era la de Houssay y Luis Federico Leloir, que se volcaron a la investigación académica básica, manteniendo un acentuado cientificismo que consideraban debía estar completamente separado de la política y de cualquier otra consideración social. El otro sector, liderado por el vicepresidente Rolando García, uno de los pioneros en la investigación del cambio climático, tenía como eje primordial que el conocimiento es un bien socialmente producido y que debe integrarse a todos los procesos socioculturales, con énfasis en el desarrollo y la industrialización, y se oponía al cientificismo. A las humanidades las ninguneaban o no existían.
Se discutió duro en 1962, durante el golpe contra Arturo Frondizi, y lo mismo ocurrió en 1966 en la Noche de los Bastones Largos, cuando a García lo derribaron de un golpe en la cabeza. El gran debate era si los científicos debían o no pronunciarse sobre estos acontecimientos, si la ciencia se desarrolla sobre sus propios principios o está inevitablemente influida por la política. Más allá de esta rica etapa y estas fuertes polémicas, Houssay permaneció en el cargo hasta su muerte, en 1971.
Lo que es necesario destacar es que en ese universo de peleas, más allá de estas diferencias políticas, lo que no estaba en duda es que la ciencia debía desarrollarse en Argentina, que su presupuesto debía aumentar y que los científicos eran sujetos importantísimos en cualquier proyecto de desarrollo nacional.
Desde 1971 el Conicet fue intervenido por diferentes gobiernos. Durante la última dictadura militar el ámbito de ese Consejo Nacional no fue ajeno a las desapariciones y persecuciones. Además en el organismo se produjo la cesantía de casi un centenar de investigadores y las “noticias sobre científicos desaparecidos comenzaron a circular en periódicos y revistas internacionales del sector”. Debe mencionarse que “antes del golpe del 76, por influjo de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) ya habían sido cesanteados investigadores so pretexto de “seguridad nacional”. La brutalidad de las dictaduras fue el primer motivo de expulsión de cerebros en Argentina. Cuando un científico se va, se pierde una experiencia, un equipo, una acumulación de saberes, un capital cultural.
Cuando regresó la democracia se intentó normalizar el Conicet, pero las permanentes penurias económicas y las decisiones políticas no le dieron prioridad a la ciencia.
El 24 de septiembre de 1994, hace ya casi 25 años, Domingo Felipe Cavallo le dijo a los científicos: “Que se vayan a lavar los platos”. Es la barbarie de la que se habla poco, la profunda brutalidad del neoliberalismo argentino. En aquel momento, la investigadora Susana Torrado había declarado en una entrevista que los efectos de las políticas liberales ya se estaban reflejando en un aumento de la desocupación y la pobreza. Cuando se confrontó al ministro con esos datos, Cavallo tuvo el exabrupto, que no debe tener muchos otros ejemplos en el mundo.
El Plan Argentina Innovadora 2020, presentado en 2013, preveía un crecimiento anual del 10 por ciento de los ingresos al Conicet (con el objetivo de que Argentina se acercara a los estándares internacionales de científicos por habitante). En 2019 solo entraron 450 personas cuando deberían haberlo hecho 1.366. Es muy fácil prever que muchos de esos doctores, formados con recursos del Estado argentino, se terminaran yendo a otros países. Durante el gobierno anterior se había logrado repatriar a una enorme cantidad de científicos. Desde 2015 ese proceso se frenó y la expulsión ha comenzado de nuevo.
Un país que elige invertir gran parte de sus recursos en garantizarles ganancias a los poseedores de bonos Leliq y que deja sin apoyo a los científicos, les baja los sueldos, los desfinancia, es un país que ha puesto a la timba por encima del desarrollo.
(*) Historiador, periodista y docente universitario. De vaconfirma.com.ar