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Made in Argentina: el método del Malbrán para elaborar sueros antiofídicos

El proceso de elaboración de los antídotos para las mordeduras de arañas, serpientes y escorpiones es "muy costoso y de difícil obtención", pero se logra enviar y abastecer a 17 provincias del país

Con más de 100 años de experiencia en la producción de sueros antiofídicos, la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS) Malbrán distribuye tratamientos para las mordeduras de arañas, serpientes y escorpiones a 17 provincias del país con un proceso de elaboración «muy costosos y de difícil obtención».

La complejidad del antídotos empieza por la obtención del veneno, como el caso de los escorpiones y algunas serpientes, como la víbora coral, especie de la cual dos jóvenes sufrieron mordeduras la semana pasada en la provincia de Neuquén y recibieron su tratamiento en un lapso de dos horas.

La provisión de los sueros antiofídicos destinados al tratamiento de las intoxicaciones por inoculación de venenos de origen animal o emponzoñamientos, se encuentra a cargo del Instituto Nacional de Producción de Biológicos (INPB), dependiente del Malbrán.

Estos tratamientos se distribuyen a través de las áreas de epidemiología o de zoonosis provinciales las que, a su vez, se ocupan de que los mismos lleguen a los establecimientos que operan como centros anti ponzoñosos.

Fuentes del INPB informaron a Télam que actualmente la distribución de estos antiofídicos se distribuyen en 17 provincias argentinas debido a que las localidades del sur no tienen grandes cantidades de animales venenosos.

El médico veterinario Adolfo Rafael de Roodt, a cargo del área Investigación y desarrollo de venenos, del serpentario y aracnario del INPB explicó a Télam el método que realiza el INPB para la fabricación casi artesanal de los cuatro antiofídicos que neutralizan el veneno de todas las serpientes de Argentina, otro para escorpiones y otro para arañas, todos bajo el mismo método de obtención.

«Tomamos muchas dosis de veneno de serpientes, escorpiones y arañas y se dan pequeñas aplicaciones reiteradas a los caballos para que el animal genere una respuesta inmune; cuando tiene un nivel alto de anticuerpos, se lo sangra. Separamos el suero de la sangre y a través de un proceso físico químico, extraemos la inmunoglobulina y con otro proceso muy costoso se evita que provoque reacciones adversas en el humano», informó.

Los antiofídicos para la especie micrurus (Coral), la serpiente que el miércoles pasado mordió a dos jóvenes en la localidad neuquina del Centenario junto con el de escorpiones «son complicados, costosos y artesanales».

«La dificultad de la producción, empieza por la obtención de veneno, porque las coral escasean, son bichos que están bajo tierra, en troncos y salen poquitito; con el aditivo de que viven muy poco en cautiverio, un promedio de seis meses contra las cascabel, que perduran un año», explicó.

Además, las coral otorgan muy poco veneno, «entre 5 a 10 miligramos» mientras que de las Yararás se obtiene entre 200 a 300 miligramos.

Más allá de la cantidad de serpientes coral, la dificultad para la obtención del veneno de estos animales radica en el tipo de dentadura que tienen, «boca y dientes muy pequeños», y su alimentación a base de serpientes hace más complicada su estadía en cautiverio a diferencia de las Yararás que comen principalmente roedores.

Respecto a su comportamiento, de Roodt describió que las coral «son poco agresivas, tímidas, se escapan siempre, muerden únicamente en caso de que las agarren o si vas caminando descalzo», por lo que representan entre el 0,5 y 2% del total de accidentes por mordeduras de serpientes que existe en el país y hace décadas no hay fallecimientos.

«Son muy pocos los accidentes de las coral, no atraviesan un calzado normal y te pueden morder un dedo o en entre pieles porque no pueden abrir mucho la boca», contó el especialista sobre esta especie que mide entre 60 y 70 centímetros, de color rojo y que suelen habitar en provincias como Misiones, Neuquén o zonas secas como Santiago del Estero, porque «se adaptan a diferentes tipos de clima».

Por este motivo, cuenta el investigador que se encuentran trabajando con «venenos históricos de las coral» y mencionó también la escasez de escorpiones.

«Obtenemos un promedio de 75 microgramos de veneno, por eso necesitamos muchos escorpiones y es limitadísimo, con respecto al promedio de entre seis y ocho mil accidentes de mordeduras que hay por año en el país, lo que representa un problema», advirtió el magister en Microbiología Molecular.

Si bien el 10% de esos accidentes con mordeduras de escorpiones precisan de tratamiento, de Roodt contó que realizan una red colaborativa con las diferentes provincias para la obtención de estos antrópodos pero aun así resulta muy complicado debido a que no hay suficiente cantidad como en países más tropicales como Brasil.

(S)La aparición de los antiofídicos(S(

El primero fue creado en 1890, en manos del primer nobel de medicina en la historia, el polaco Emil Adolf von Behring, quien descubrió la antitoxina del tétanos junto con el bacteriólogo japonés Shibasaburo Kitasato.

Los científicos descubrieron que al inyectar el suero sanguíneo de un animal afectado por el tétanos a otro, se obtenía inmunidad de la enfermedad en el segundo. Comprobaron que los animales inmunizados contra el tétanos, como los caballos, debían disponer de alguna sustancia capaz de controlar la infección.

En 1895, el médico Malbrán instruyó al personal en la técnica de obtención de suero antidiftérico y los lotes fabricados (en instalaciones transitorias habilitadas en la Isla Martín García) fueron distribuidos gratuitamente en población de bajos recursos.

A partir de ahí, el Malbrán comenzó la investigación que hoy se amplió a cuatro tipos de antiofídicos para neutralizar el veneno de todas las serpientes, otro para escorpiones y otro para arañas.

Fuentes oficiales del ministerio de Salud estiman que entre los años 2008 y 2010 se relevaron unos 660 establecimientos en el país que operan como centros anti ponzoñosos.

Algunos de los centros que funcionan actualmente en la ciudad de Buenos Aires son los Hospitales Muñiz, el de infancias, Ricardo Gutiérrez, Pedro de Elizalde y el Fernández, entre otros institutos de salud que cuentan con el servicio de toxicología.

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