El Vaticano se encuentra de nuevo en el ojo del huracán por el anuncio del descubrimiento de restos óseos humanos en la sede diplomática en la capital italiana, los cuales podrían pertenecer a la hija de un funcionario del principado de Roma, desaparecida en 1983. Los huesos fueron descubiertos por trabajadores que realizaban labores de remodelación de la sede de la embajada del Vaticano en Italia. La familia de Emanuela Orlandi, una adolescente de 15 años que desapareció misteriosamente en pleno centro de Roma el 22 de junio de 1983, en lo que después se supo fue un secuestro nunca resuelto que salpicó al Vaticano, la Mafia, los servicios secretos y la Logia P2, pidió aclaraciones al Vaticano tras el anuncio oficial hecho la víspera por el vocero del Papa. La niña desapareció el 22 de junio de 1983 cerca de las siete de la tarde, cuando salía de su clase de flauta, en un edificio pegado a la basílica de San Apolinar, junto a la romana plaza Navona. Tenía 15 años, era hija de un funcionario del Vaticano que trabajaba directamente con el Papa y siempre se pensó que su secuestro podía haberse utilizado para presionar al Vaticano por los secretos que atesoraba el padre. La policía investiga ahora la edad y el sexo de los huesos. Pero las primeras investigaciones apuntan a que se trataría de dos cadáveres distintos de mujeres. Luego se cruzarán con su ADN y con el de Mirella Gregori, otra chica de 15 años que desapareció aquel año sin dejar rastro y cuya historia se cruzó en algunos puntos. Pero Orlandi, de quien hasta Mehmet Ali Agca, el turco que intentó asesinar al papa Juan Pablo II, aseguró tener información –sostuvo públicamente que fue secuestrada para lograr su excarcelación como moneda de cambio–, formó un remolino de podredumbre en el desagüe de la cloaca italiana que terminó implicando a la jerarquía vaticana, a los servicios secretos y hasta a la Mafia. Nadie logró jamás dar con ella o acercarse a una pista realmente convincente. Pero cada cierto tiempo, alguien ha asegurado saber dónde se encontraba.
Pánico en la ciudad
El macabro descubrimiento fue inmediatamente relacionado por la prensa con la desaparición de Orlandi, que causó una conmoción en toda la población porque se comenzó a hablar de una posibilidad de secuestros en serie. Aquella desaparición había sido relacionada con jerarcas de la Iglesia, con la mafia romana, conocida como Magliana, por el barrio donde tuvo origen. “Hemos pedido con una instancia oficial que se nos informe sobre todo gesto, situación o descubrimiento. Queremos saber”, declaró a la radio italiana uno de los abogados de la familia Orlandi, tras la noticia del hallazgo. El anuncio del Vaticano, mediante una nota oficial del vocero del Papa generó numerosas conjeturas y añade otra pieza más al rompecabezas que constituye el caso Orlandi.
Huesos sin nombre
La fiscalía italiana abrió inmediatamente una investigación y ordenó a la policía científica que establezca la edad y el sexo de los huesos descubiertos, así como la fecha y el motivo de la muerte. “Esperamos noticias más precisas en los próximos días”, comentó Pietro Orlandi, hermano de la víctima, quien no ha cesado de pedir justicia. Emanuela Orlandi tendría hoy 50 años. “Los investigadores y el Vaticano deben decirnos cómo se encontraron esos huesos y por qué su descubrimiento está relacionado con la desaparición de Emanuela Orlandi o Mirella Gregori”, aseguró otra abogada de la familia Orlandi.
El Vaticano asegura que siempre colaboró con la justicia y no relacionó el descubrimiento de los huesos con los nombres de las niñas desaparecidas. La nunciatura apostólica, rodeada por un vasto parque, fue donada al Vaticano en 1949 por un empresario judío como forma de agradecimiento por haber salvado la vida de muchos judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Marcinkus y la Magliana
En 2012 expertos forenses exhumaron el cuerpo del famoso jefe de la banda de la Magliana, una organización mafiosa que se dedicaba a los secuestros extorsivos y el tráfico de narcóticos, quien había sido enterrado inexplicablemente en una iglesia del Vaticano que estaba al lado de la escuela de música a la que acudía Orlandi. Se trataba de Enrico De Pedis, cuya amante sostenía que había secuestrado y asesinado a la niña por orden del jefe del banco del Vaticano, el otrora todopoderoso cardenal norteamericano Paul Marcinkus, socio clave del quebrado banco Ambrosiano y de quien se dijo que mantenía relaciones con la logia P2. Pero el Vaticano calificó de “infamias sin fundamento” las acusaciones lanzadas contra el cardenal Marcinkus por Sabrina Minardi, testigo principal del caso que indaga la desaparición de la joven Orlandi. Según Minardi, el cardenal, que entonces era director del Banco Vaticano y que falleció en 2006, ordenó en 1989 al mafioso De Pedis que secuestrara a Orlandi para que no revelara secretos de las finanzas vaticanas. De Pedis fue amante de la testigo durante muchos años y era jefe de la banda de la Magliana. El proceso, cerrado hace años, fue reabierto ahora, y el cartel original de Emanuela, con su rostro angelical y la palabra “desaparecida”, volvió a las calles y los noticieros gracias a la declaración de Minardi. La mujer sostuvo ante los magistrados que la muchacha fue secuestrada y asesinada por De Pedis cumpliendo órdenes de Marcinkus, porque su padre, Ercule, tenía documentos comprometedores para el Vaticano. Según la versión de Minardi, De Pedis le contó la verdad bajo los efectos de la cocaína, sustancia de la que ella aún se encuentra en desintoxicación, y luego se llevó a la tumba el secreto que explicaba la desaparición y muerte de Orlandi. Los investigadores barajan otra vez la posibilidad, ya negada por el Vaticano varias veces, de pedir permiso para abrir su sepultura.
De Pedis, “romano pontífice”
De Pedis, último gran capo de la extinta Magliana, murió acribillado a plena luz del día en febrero de 1990 en pleno centro de Roma. Su esposa pidió permiso al vicario de Roma para cumplir su voluntad y trasladar sus restos a la iglesia en la que se habían casado. Lo consiguió, y en abril, sólo dos meses después de su muerte, De Pedis fue enterrado en secreto en la basílica de San Apolinar, que tiene alquilada el Opus Dei desde 1992. El vicario de Roma lo autorizó porque el difunto “fue generoso” con la basílica y sus pobres. El permiso concedió a De Pedis un entierro tardío y discreto, pero digno de un Papa, pues según el derecho canónico sólo pueden ser sepultados en las iglesias “el romano pontífice, los cardenales y los obispos”. Quizá por eso el Vaticano reaccionó con insólita virulencia contra el tratamiento “sensacionalista y poco ético” que ha dado la prensa a las acusaciones de Minardi.