Martillos naumáticos que bajan su mazazo y golpean en las cabezas de las vacas, que gimen deformes hasta desvanecerse del dolor; cerdos amontonados, aturdidos previamente con picanas eléctricas para adormecerlos durante su viaje por la línea de sacrificio hasta la cuchilla final; una plaza de faena repleta de charcos de sangre putrefacta y gemidos de aquellos que ya tienen la suerte echada; cinco gallinas por jaula y un encargado que le corta el pico a los pollitos para que no se quejen. El Infierno cónico, lúgubre y profundo que Dante imaginó en la «Divina Comedia» se parece al patio de un matadero.
La contraparte a esta trágica escena, según el último relevamiento en 2020 hecho por la Unión Vegana Argentina, es el 12% de la población local que decidió adoptar una dieta vegana o vegetariana, un 3% más que lo registrado el año anterior. En la misma encuesta, indicó el estudio, otro 12% de los entrevistados se autopercibió como flexitariano, una definición híbrida que aplica a quienes han disminuido sustancialmente el consumo de carne, pero no la abandonaron en su totalidad.
Bajo esos índices totales de veganos, vegetarianos y flexitarianos en el país, el relevamiento indicó que el 48% son hombres y el 52% mujeres, con una mayor concentración en edades que oscilan entre los 25 y 50 años.
Los ojos detrás del camión
«Primero, le dieron con un perno cautivo en la nuca, después la colgaron de una pata y mientras le latía el corazón la degollaron, llenaron baldes con su sangre, le cortaron las patas, las orejas, la abrieron al medio y la llamaron media res. Me pregunto ¿quien habrá sido capaz de comer tanto dolor?», reza el texto que acompaña la foto de una vaca instantes previos a entrar al matadero, en una publicación de Voicot.
Desde 1977, la semana internacional del vegetarianismo decretada por la Unión Vegetariana Internacional –IVU por sus siglas en inglés- se celebra cada año del 1 al 8 de octubre con el eje puesto en la promoción de una dieta en la que no esté incluida la carne en cualquiera de sus variantes –porcina, ovina, vacuna, aviar o de peces- sin embargo, los ejes fundantes del vegetarianismo ortodoxo abrazan una causa mayor que no sólo busca evitar ingerir ciertos alimentos: oponerse a toda actividad que financie el sufrimiento animal para el consumo humano.
Este organismo internacional, que fue fundado en 1908 en la ciudad de Dresde, en Alemania, define al vegetarianismo como “una dieta derivada de plantas, incluidos los hongos, las algas y la sal, y que excluye cualquier carne animal, con o sin el uso de productos lácteos, huevos y/o o miel” y recomienda una alimentación “sin ningún producto animal como una excelente manera de brindar muchos beneficios para los animales, las personas y el medio ambiente”.
Sin embargo, esa descripción que interpela la problemática estrictamente desde lo alimenticio y refleja sólo una fracción del mercado al que están sometidos los animales para ser consumidos, excluye otras como, por ejemplo, la industria textil, cosmética, científica, de limpieza, entretenimiento y laboral.
Para profundizar acerca de cómo las usinas de consumo testean sus productos en animales y sobre los padecimientos que estos seres sintientes sufren en los mataderos y granjas de producción, Télam habló con Malena Blanco, Co-fundadora de Voicot, una organización militante que se define como un “movimiento artístico” y que realiza investigaciones en esos lugares para difundir y visibilizar de primera mano «las torturas» que el mercado aplica sobre los animales.
“Somos la especie en peligro de extinguirlo todo” es la frase de cabecera de esta organización que completa con palabras lo que Voicot materializa con su militancia todos los días, con Malena al frente de la lucha.
Para ella el veganismo es “un horizonte, un lugar hacia dónde ir y una forma ética de vivir que no financia la explotación de animales, por ejemplo, para la alimentación, para espectáculos o ropa que venga de su maltrato”, y en base a eso propone “cuestionar” este concepto porque, asegura, “muchos productos tienen explotación indirecta que generan consecuencias en animales” y uno debería ser, entonces, “lo más vegano que pueda”.
Voicot profundiza en investigaciones sobre la crueldad en mataderos y otros ámbitos donde se vulnera la salud física y psícológica de los animales y, es tanto el padecimiento de estos seres sintientes, que Malena lamenta que la muerte sea «su espacio de liberación».
Pero, previo a esa sentencia que tristemente «libera» a los seres sintientes de las torturas sistemáticas que actúan sobre su fragilidad psíquica y física, ellos son sometidos a diferentes prácticas que, si una mínima porción de estas fueran aplicadas a cualquier ser humano, serían dignas del castigo más riguroso.
«Hay diferentes formas de explotación y diferentes padecimientos de acuerdo con la especie, todas sintientes, con un sistema nervioso central, que es lo que manda al cerebro la información del dolor, igual que nosotros», y detalló: «A las gallinas ponedoras, por ejemplo, el sistema le corta los picos apenas nacen porque, como enloquecen en las jaulas, se desesperan y se picotean entre ellos, se lastiman y eso les hace perder dinero».
Por otra parte, la industria del entretenimiento no escapa a este sistema de producción y maltrato especista y logra «quebrar la voluntad de los animales, de su escencia animal, son obligados a generar acciones que van por fuera de su voluntad».
Además, aquellos que son usados para la investigación cosmética, por ejemplo, «son expuestos a todas esas consecuencias que podrían tener el uso del producto que están probando, se los pone en un lugar de inferioridad porque experimentan sobre animales sanos para cosas que son aplicadas a los humanos». Según relató «se los enferma a propósito para las investigaciones», al seguir «esta idea antropocentrista sobre que somos los unicos animales que tenemos conciencia y se justifica, en base a eso, todo lo demas».
Ningúno de todos los animales utilizados para consumo humano se lleva la peor parte, todas lo son, no hay mejores. De alguna u otra manera, según denuncia Voicot, el destino de estos seres sintientes desemboca en enfermedad o muerte, todas agónicas. Entonces, las vacas de ordeñe torturadas para producir leche, por ejemplo, tiene que estar preñadas, y para eso literalmente las violan.
«La violación es un puño en el ano, le levantan el estómago y la inseminan. Después de nueve meses, como nosotros, tiene al ternero que no puede tomar la leche porque la separan para el consumo humano. Después alejan a la vaca del ternero y durante las épocas de separación en los campos se escuchan a las vacas gritar y llorar y del otro lado a sus crías hacer lo mismo, ese bebé es lo único bueno que le pasó en su vida de explotación y horror, y es separada a los dos días», describió Malena.
Cómo si esto fuera poco, ese ternero tampoco se salva: «Depende de su sexo irá para la industria del engorde -frigorífico- o la industria láctea», lamentó la activista.
«Lo cultural», un sedante evasor
Una de las razones por las que que se consume carne a pesar de saber el sufrimiento animal de donde proviene, según la experienci de Malena, se debe a que «el sistema nos hace creer que algo es normal, natural y necesario y que esta implicado en quiénes somos, cuestionarle a alguien lo que comes es cuestionarle a quien elige y sus decisiones».
«Hacerse cargo de lo que uno esta comiendo es hacerse cargo de un monton de otras cosas», señaló.
«La información sobre cómo repercute la comida en las personas o aquello que sucede en los mataderos o inlcuso qué es el veganismo, no te la da nadie, la tenes que ir a buscar, al sistema le servimos consumidores y debemos ser engañados, no hay otra forma de que sigamos financiando la explotación animal si no es a traves del engaño», cerró.
Sobre asumir el rol individual como «eslabón de una cadena más grande de sufrimiento y opresión», Malena reflexionó que «se necesita de mucha valentía para cuestionarse todo porque es aceptar que nos equivocamos un monton de tiempo, que estamos pifiandola. Hay que ser valiente para investigar e ir por otro lado».
«La lucha por los derechos de los demás animales es muy grande y muy fuerte, muy intrínseca a nuestra sociedad y este sistema que tiene a los animales debajo de un modelo de producción atroz», consideró la militante.
«No es fácil sentarse a una mesa y decir yo no como animales, empieza a participar la psiquis de uno, una psiquis muy personal de todo esto que nos constituyó y todo esto que creemos ser. Estamos en un sistema capitalista, explotador y violento que ejerce su poder sobre los cuerpos de los otros: el nuestro, de los animales y de la tierra», lamentó.
Una industria que crece alejada de la violencia animal
Uno de los motivos que genera preocupación entre quienes deciden transicionar hacia una dieta libre de sufrimiento animal radica en el prejuicio de que la oferta en el mercado no está a la altura de la demanda. Para ello, la certificadora local Veg Argentina, expuso que en el país actualmente hay 70 empresas que distribuyen, en total, más de 633 marcas que ofrecen alrededor de 2352 productos veganos, con un amplio margen de crecimiento.
En el marco de una industria que crece, las empresas que están certificadas con el sello de Veg Argentina, que garantiza la conformidad del origen de las materias primas, aditivos y coadyuvantes utilizados en la elaboración de los productos, para verificar que no provengan de origen animal o derivados de animales, registraron también un crecimiento del consumo en muchas provincias del país, con un 78,3 de empresas que destinan sus productos veganos dentro del mercado local.
Este crecimiento, informaron, se debe la demanda de los clientes que exigían la garantía de que el producto que consumían era en su composición total alimento vegano, y capitalizó el 47,8% de las respuestas, mientras que el 43,5 decidió obtenerlo por propia cuenta para generar mayor credibilidad en su marca.