Por Ignacio Brondolo
2 de abril de 1982. Viernes. Los principales diarios en sus titulares ya lo venían anticipando. La noticia iba ganando lugar en las tapas ocultando día a día el conflicto con la CGT, los detenidos en Mendoza y la grave situación de los trabajadores argentinos. Georgias, el primer escenario. Galtieri decide enviar tropas mientras Costa Mendez “negociaba” la superación del conflicto. Nada iba a cambiar. La decisión estaba tomada. En la hostil medianoche malvinense comenzaban los operativos de recuperación para consumar un hecho que no dejaba de sorprender al mundo: Argentina recuperaba por la vía armada las Islas Malvinas. El gobierno de facto decidía “estratégicamente” ir a la guerra con el Reino Unido de Gran Bretaña.
“Euforia popular”, titulaba un medio afín al gobierno militar.
El mensaje impuesto por parte de la dictadura persuadió a las mayorías y supo instalarse como una gesta revolucionaria. La cultura mediática nos ha impuesto a través de películas y series, entre otras expresiones, que una guerra se vive como una contienda donde solo hay ganadores y perdedores, donde está en juego el honor de una Patria y el patriotismo mismo de los soldados, haciendo de lado los flagelos más nefastos a los que se somete un ser humano y la atrocidad que supone un conflicto armado.
Aquel 2 de abril gran parte de la sociedad argentina no pudo ver qué había detrás de aquella arenga: que la dictadura cívico-militar estaba enviando a miles de adolescentes y jóvenes al más cruel e inescrupuloso final. Una dictadura que sólo fue eficaz en confundir y disfrazar de “gesta patriótica” con una guerra imposible de ganar y así, retroceder casi 150 años.
Atrás quedaban las acciones de Rivero, los viajes de Manuel Moreno, el alegato Ruda, las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas y la propuesta negociadora del gobierno de Perón. Lejos quedaba una historia marcada por la continuidad de la búsqueda del diálogo y Malvinas como política de Estado. Cada gobierno, ya fuese Peronista, Radical o Desarrollista había seguido una línea común, con matices que diferenciaban a unos de otros, pero con un posicionamiento concreto respecto al reclamo ante la comunidad internacional.
En efecto, hacia fines de 1964 Argentina tenía una clara estrategia que podrían sintetizarse en tres puntos principales: defensa de la descolonización de las Islas; reclamo firme ante las Naciones Unidas; ilegalidad del título que Gran Bretaña se arrogaba sobre las Islas. Sobre la base de estos supuestos se había llegado al alegato más importante en defensa de la soberanía: el alegato Ruda. Sobre el mismo Argentina trabajó en Naciones Unidas para que en la Asamblea General se votara la resolución la resolución 2065 que insta a Argentina y al Reino Unido a abrir una mesa de negociación teniendo en cuenta los preceptos de la resolución 1514 (del año 1960) que consideraba el interés de los pobladores pero que también garantizaba que se tuviera en cuenta el principio de integridad territorial. Para el Reino Unido parecía que el camino se hacía sinuoso y fueron varios de años de marchas y contramarchas en las negociaciones.
Pero todo esto se derrumbó a partir de la fatídica decisión que aquel 2 de abril de 1982 tomo el nefasto tridente encabezado por Galtieri. En medio quedaron aquellos jóvenes llenos de sueños derrumbados de un tiro, de un millón de tiros o de un bombazo: 649 víctimas que no volvieron con los suyos, muchos de los cuales recién hoy pudieron ser reconocidos.
Pero también miles volvieron y fueron sumidos en el peor de los encierros: el olvido desmalvinizador impuesto en los años 90. Ellos también, como tantos jóvenes víctimas de la dictadura cívico militar habían sido torturados, maltratados, desgarrados de sus sueños.
A 36 años de la Guerra de Malvinas, este no es un 2 de abril más para los argentinos, mucho menos para los familiares de los 88 soldados cuyos cuerpos fueron reconocidos el año pasado tras las negociaciones iniciadas en el año 2014 por el gobierno de Cristina Fernández y la colaboración imprescindible de la Cruz Roja Internacional.
Así, este año, familiares de quienes dejaron la vida por nuestra patria y que hasta hace muy poco habían sido soldados “sólo conocidos por Dios” pudieron visitar el cementerio de Darwin a dejar una rosa o acercar una oración. Recorrieron el mundo las imágenes que mostraban a madres y padres visiblemente afectados por el paso de los años, de rostros golpeados y andar cansino que dan cuenta del terrible golpe que supone la pérdida de un hijo. Finalmente estos familiares pudieron al fin completar el duelo, sabiendo que están allí y que descansan en paz sus seres queridos.
El viaje de los familiares al Cementerio de Darwin es puesto en valor como un merecido reconocimiento a quienes por 36 años esperaron angustiosamente que se identifiquen sus caídos. Pero sin dudas no cura la herida que la guerra dejó abierta, no sana ni un milímetro la angustia de la ausencia y mucho menos explica las causas de la muerte. Solo calma, calma que puede percibirse en esos cuerpos duramente golpeados durante 36 años, y en esas almas que quedaron clavadas en la mismísima fecha en que recibieron la noticia de la pérdida.
Sin dudas, este no es un aniversario más. Un halo de justicia se siente en el ambiente, pero esto no quiere decir que se hayan cerrado las heridas, la guerra es parte de un pasado al que no debemos volver. Es parte de una historia que no se puede volver a repetir. Para nuestros caídos debe ir el homenaje cada 2 de abril, por ellos y con ellos debemos pelear quienes día a día sostenemos a “flor de piel” el sentimiento por Malvinas como causa de Estado, por nuestro futuro teniendo bien presente las consecuencias de un nefasto pasado. Por todo esto es imprescindible sostener la máxima que nos rige hace mucho tiempo: Memoria, verdad y justicia para recuperar nuestra soberanía.
(*) Grupo de Estudios sobre Malvinas. Instituto de Investigaciones. Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales