Norman Petrich, Agencia Paco Urondo
El 21 de marzo de 1983, la legendaria banda londinense Pink Floyd lanzaba al mercado su controvertido duodécimo álbum de estudio al que titularon The Final Cut. El corte final es una obra antibélica con elementos de ópera rock que profundiza una de las temáticas ya abordada en The wall: los militares británicos caídos en combate (como el padre de Roger Waters, Eric Fletcher Waters, quien murió en Italia peleando contra los nazis) y de todos los que sacrificaron su vida por el espíritu del sueño de la posguerra, según el cual la victoria en la Segunda Guerra Mundial haría del mundo un sitio más pacífico, en el que los mandatarios no querrían volver a entrar en disputas bélicas.
Paradójicamente, este disco realizará un corte en la banda, ya que será el último en que Waters participará. La relación de los integrantes no era la mejor (los especialistas indican que The Final Cut se parece más a un primer disco de la carrera solista del bajista que otro de la mítica agrupación) y eso queda demostrado en que es Waters quien se encarga de las letras de todos los temas y David Gilmour sólo aporta su voz en uno, “No Not John”. Todo indica que las canciones iban a formar parte de la banda de sonido de la película The wall, pero la guerra de Malvinas hizo que Roger pegara un volantazo y compusiera con esos restos más otras nuevas una obra que nos atañe a los argentinos de lleno.
Recordemos que en el álbum doble publicado en el 79, Waters exploró algunas de sus obsesiones más profundas, entre ellas, la guerra. En The final cut ahondará esa línea cuando sitúe en el centro de la obra los recuerdos de un veterano que regresa de la lucha en las islas del Atlántico Sur trayendo en su mochila depresión, soledad y frustración, el pago recibido tras pelear por “un desierto” a miles de kilómetros de Inglaterra.
El integrante de Pink Floyd los pondrá a la misma altura que el recuerdo de su padre, como uno más de esos “hombres comunes” que son “utilizados” por los gobiernos en el frente de batalla. Algo que queda bien remarcado en “When The Tigers Broke Free” donde dice que “la cabeza de puente en Anzio se llevó a cabo por el precio de unos pocos cientos de vidas ordinarias”, “cuando los tigres se liberaron y nadie sobrevivió de la Royal Fusiliers Company C, todos fueron dejados atrás. La mayoría de ellos muertos, el resto agonizando”.
Insignias militares y una amapola conforman la tapa del LP. La amapola, que aparece parcialmente en la parte superior izquierda, es usada en Inglaterra desde 1921 como símbolo para recordar a los militares caídos en acción y es una imagen que Waters traerá constantemente al disco, como en “Southampton Dock” (Muelle de Southampton) donde habla de “Un mudo recordatorio de los campos de amapolas y las tumbas”
The Final Cut inicia con voces en off, como si fuera una radio prendida de fondo donde los conductores de un noticiero anuncian, entre otras informaciones, “que el reemplazo para el Atlantic Conveyor, el buque portacontenedores perdido en el conflicto de las Malvinas se construiría en Japón”. Resulta más que interesante que Waters haya elegido esa nave entre tantas hundidas y averiadas. El Atlantic Conveyor estaba cargado de helicópteros para el desembarco y repleto de todo tipo de pertrechos. Su hundimiento significó la mayor pérdida logística unitaria en la guerra, marcó un error estratégico enorme y obligó a cambiar el plan de batalla británico en el avance final hacia Puerto Argentino, tras quedar en claro que no iba a ser un desfile como algunos pensaban. Otro punto que empieza a poner en tensión al citar la construcción en Japón es lo laboral, tensión que no va a aflojar durante todo el LP donde deja entrever que los buques se dejaban de construir en el Reino Unido para hacerlo en la isla nipona “porque son más baratos y los hacen más rápidos”.
El bajista apuntará directamente sobre la figura de la exprimer ministra británica Margaret Thatcher para preguntarle “¿Es por eso que papi murió? ¿Fue por ti? ¿Fue por mí? ¿He visto demasiada televisión? Qué hemos hecho, Maggie? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué le hemos hecho a Inglaterra? ¿Deberíamos gritar, deberíamos chillar? ¿Qué pasó con el sueño de la posguerra?”.
Más adelante, indirectamente le hará declarar “Quita tus sucias manos de mi desierto”, cuando dice “Brezhnev tomó Afganistán, Begin tomó Beirut, Galtieri tomó la Union Jack, y Maggie, un día durante el almuerzo, tomó un crucero con todos a bordo, aparentemente, para hacer que la devolviera”. Además de poner a las islas en disputa como un desierto metafórico, es decir, como un pedazo de tierra inhóspito, lejano, Waters demuestra tener una buena mirada geopolítica al remarcar que la decisión de recuperar las Islas Malvinas por parte de la dictadura militar argentina sin tener en cuenta la invasión de los rusos a Afganistán comenzada en 1978 y que había cambiado la configuración del tablero mundial era, por lo menos, un error grosero (dejando a un costado el tema de usar la guerra como “distracción interna”). Galtieri se apropia de la “Union Jack” (la bandera británica) en lo que sería la toma de Port Stanley, a partir de ahí Puerto Argentino, el 2 de abril, cuando se ejecuta la operación Rosario. La respuesta de Thatcher, “Maggie” en el disco, pergeñada después de una comida (remarcando el tenor de la decisión) es “tomar un barco” como para dejar en claro cuál iba a ser la respuesta. Un detalle: “Took a cruiser with all hands”, no pocas veces, suele ser traducido como “tomar un barco en sus manos”. Waters juega con la terminología marina que utiliza esa frase para dirigirse a la tripulación. Por ejemplo, “all hands call” (llamado a todo el personal) “all hands on deck” (todos los marineros a cubierta). Por lo cual, el juego poético del bajista de Pink Floyd está apuntando a que la exprimer ministra destruyó un barco “con todos a bordo” sólo para advertirle al gobierno de facto argentino que devuelvan las “Falklands”. Y ese barco no es otro que el ARA General Belgrano, hundido por un submarino el 2 de mayo de 1982, a un mes de iniciado el conflicto.
El héroe británico regresará entre “carteles y banderas” que “colgaban en la puerta de todos. Bailamos y cantamos en la calle y sonaron las campanas de la iglesia”. Pero no vuelve sólo ya que “mi memoria arde con las palabras de los artilleros moribundos en el intercomunicador”.
“¿Cariño, cariño, te dormiste tan rápido? Bien. Porque es el único instante en el que me atrevo a hablarte, y hay algo que he guardado, un recuerdo muy doloroso que no soporta la luz del día”, dice el héroe que regresa y no puedo dejar de unirlo a la historia que supo contar Gustavo Caso Rosendi, el autor de ese maravilloso libro de poemas que es Soldados, quien participó como conscripto de la guerra. Estaban convencidos con Martín Raninqueo, otro gran poeta (autor de Haikus de guerra) y veterano de la misma lucha, que el regreso al continente lo completaron en la más profunda oscuridad. No fue hasta varios años después, en un homenaje que se realizó en la misma base de dónde partieron al combate, y ante la insistencia del director del museo donde se realizaba, que descubrieron que el retorno se produjo a plena luz del sol. Ahí estaban las fotos en la pared como prueba. La noche había viajado con ellos, dentro.
Ese escenario nos lleva hasta “ The Fletcher Memorial Home”, el tema donde desarrolla su máximo anticolonialismo. Allí tiene la idea de crear un hogar, una especie de lugar conmemorativo donde alojar a esos “niños superdesarrollados” y que puedan aparecer ante sí, todos los días, en circuito cerrado de TV. Irónicamente, le pone el apellido de su padre. O sea, de un raso, un común, uno de los de abajo.
Allí están Reagan, Haig, Thatcher, Brezhnev, hasta el fantasma de McCarthy y las memorias de Nixon, “jugando”, básicamente, a la guerra. “Y ahora, para añadir color, un grupo de anónimos carniceros latinoamericanos célebres”, clara referencia a aquellos que hicieron lúgubre el vuelo del cóndor por el cono sur de nuestro continente.
El disco no tendrá un final feliz, el muro no estallará sino que se verán 2 soles en el ocaso. Es decir, una explosión nuclear iniciará el corte final, para terminar diciendo “enemigo y amigo, todos éramos iguales al final”.
“Grabar The Final Cut fue un purgatorio. Hubo diferencias personales, políticas, filosóficas y musicales. A David Gilmour no le gustaban algunas de las canciones. No le gustaba que yo criticara la intervención del gobierno conservador en el Atlántico Sur, y no presentaba ninguna alternativa», afirmó, tiempo después, Roger Waters. Y hace muy poco tiempo el guitarrista de Pink Floyd volvió a revalidar ese pensamiento. Antes había asegurado: “Ciertamente, a veces soy culpable de ser vago y llegaron momentos en que Roger decía «Bueno, ¿qué tienes?», y yo decía «Ahora mismo no tengo nada. Necesito un poco de tiempo para poner algunas ideas en la cinta». Hay cosas de todo esto que, años después, puedes mirar atrás y decir: «Bueno, tenía (Waters) cierta razón en eso». Pero no tenía razón en querer meter pistas como el culo en The final cut. Le dije a Roger «Si estas canciones no eran lo suficientemente buenas para The wall, ¿por qué lo son ahora?»”.
Lo cierto que, aún enojados y empujados por la potencia abrumadora de Waters, el resto de los Pink Floyd terminaron aceptando y grabando un disco poderoso, no decidieron separar sus caminos sino hasta después de The final cut. Y rubricaron con su firma un LP que se animaba a criticar a una Thatcher en su mejor momento, en poner en duda lo correcto de haber realizado la campaña para recuperar las islas del Atlántico Sur a sólo un año de haber finalizado el conflicto, cuando sus heridas todavía estaban frescas, de ambos lados. Ya quieran verlo como el encubierto primer disco solista de Roger Waters o como el último de Pink Floyd, es uno que no pasó desapercibido, y menos para nosotros, que pudimos ver que del otro lado no todos se consideraban vencedores.
Tiempo después, en 2012, mientras unas cuantas tintas de estas tierras apoyaban con sus “escritos” la “autodeterminación” de los isleños, el exbajista de Pink Floyd comenzaba una nueva gira por el sur del continente y al pisar suelo chileno aseguró que “las Malvinas son argentinas”. Y no sólo eso. “La guerra salvó la carrera política de Thatcher, pero mató a muchos británicos y argentinos”. Luego llenaría 9 River. El que crea que esa afirmación es demagogia pura, es porque no ha escuchado The final cut, que apenas acaba de cumplir 40 años. Debería hacerlo.