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Malvinas, la muerte de Haig y nuestros días

Por: Carlos Duclos

Parece que hubiera sido en otro tiempo, en otro espacio, incluso a veces parece que no hubiera sido. Sin embargo, la guerra de Malvinas sucedió, fue un efecto del delirio coronado con el silencio y la condescendencia de los mismos que después habrían de atacar al delirante (léase políticos argentinos de uno y otro signo). No es nuevo, es la historia de la hipocresía de algunos argentinos, de esos que hablaron y suelen hablar de democracia, pero que golpearon las puertas de los cuarteles a la hora de abatir al adversario democrático; de esos que hablan de paz y justicia social, pero que a la hora de accionar en favor de los derechos se olvidaron u olvidan de los humanos. Malvinas es la historia argentina signada por el delirio, la mentira y la pobreza.

Después de la recuperación de Malvinas, en abril de 1982, tras un plan tan secreto como absurdo, desde el balcón de la Casa Rosada y emulando, quizá, grotescamente a Perón, otro general bramó: ¡Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla! Los que tenemos alguna memoria aún, y hemos sido testigos de esos días, bien podemos afirmar que la Plaza de Mayo repleta de inocentes argentinos saltó en un solo grito con ansias de triunfo, pero ignorante de las consecuencias.

El general y el poder militar habían desafiado no sólo a una potencia, sino al propio conglomerado de fuerzas (Otán) preparado para hacer frente, en un caso eventual de conflicto bélico, nada menos que a las fuerzas poderosas del Pacto de Varsovia, la Unión Soviética entre ellas. Lo curioso del caso es que la estrategia, pensada tal vez como una forma de obligar al Reino Unido a negociar el destino de las islas, pero con el último propósito de lavar los pecados de la dictadura, fue aceptada, por acción u omisión, por políticos de derecha (no fue sorpresa) como de centros e izquierdas (y he aquí la fatal hipocresía). A los efectos de ser justos con algunos honestos, como el “Bisonte” Alende, diré que estos cometieron el pecado de la inocencia, como gran parte del pueblo, o cedieron un poquito para ganar mucho más, pero hubo algunos charlatanes, diestros en el arte de la persuasión y la macana, que aprovechando la euforia popular se mezclaron en la histórica Plaza para apoyar lo que jamás debió serlo. Es la eterna y desgraciada historia argentina cubierta de demagogia e hipocresía. Más tarde dirían, con eufemismo barato, que no apoyaban el poder militar, sino la gesta de la recuperación.

Como en la vida todo pasa, ayer murió, a los 85 años, el ex secretario de Estado estadounidense Alexander Haig, mediador entre Argentina y Gran Bretaña en el conflicto. Fracasado su intento por la obcecada actitud del gobierno militar y cierta indiferencia de la Multipartidaria, Gran Bretaña decidió viajar al sur y, desde luego, los satélites de la Otán y de Norteamérica estuvieron a su servicio.

Sí, Haig murió. Lo que no ha muerto es la macana, la payada, la indiferencia política ante una verdad incontrastable. Gran Bretaña se dispone a explorar reservas de petróleo en las islas y mientras esto ocurre, se mueren los sueños de millones de argentinos, y literalmente muchos chicos por falta de alimentos. La pobreza no ha sido vencida y reina aún ufana en esta Patria, como el imperio sobre nuestras islas. En efecto, lo que no ha muerto es el verso y la payada: “Si quieren venir que vengan”, parafrasean algunos gobernantes hoy, “les presentaremos batalla”, aunque claro está, esta vez diplomáticamente, mientras mueren tantas esperanzas en el teatro de operaciones de la vida cotidiana.

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